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Noa Alarcón
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Un mal consejo

¿Hay algo a lo que no estarías dispuesto a renunciar, bajo ningún concepto, por amor al Señor, si entendieses irrevocablemente que debes abandonarlo o dejarlo marchar?

AMOR Y CONTEXTO AUTOR Noa Alarcón Melchor 19 DE SEPTIEMBRE DE 2016 15:58 h

Cuando los israelitas hicieron el becerro de oro el pecado no estuvo en hacer una representación en metal de un animal, como creen los musulmanes, sino en el fin con el que lo construyeron: adorarlo como a un dios. A veces el pecado al que nos debemos enfrentar no es algo malo en sí mismo, de manera absoluta; no es robar, no es mentir, no es matar. A veces es algo que solo Dios sabe que le está robando espacio a él en nuestro corazón. Por eso, por difícil que resulte de creer, algunos pecados tienen diferentes aplicaciones en la vida de diferentes personas. Solo el Señor, capaz de ver nuestro corazón, puede convencernos de que eso que nos absorbe el ánimo y centra todas nuestras energías en realidad es un pecado contra él.



Los ídolos pueden tener muchas formas y ser cosas absolutamente sensatas. Puro sentido común. Suelen ser cosas buenas y hermosas que Dios mismo ha creado, o cosas que él nos ha capacitado para hacer. Pero será un ídolo en el momento en que no seamos capaces de renunciar a ello por amor al Señor.



Y esa es, precisamente, la pregunta: ¿hay algo a lo que no estarías dispuesto a renunciar, bajo ningún concepto, por amor al Señor, si entendieses irrevocablemente que debes abandonarlo o dejarlo marchar? El Señor no nos pide que lo rechacemos porque sí, por capricho, o porque no quiera que disfrutemos de las cosas. Lo hace porque sabe que el becerro de oro no puede dar amor ni cariño, no puede dar sentido a la vida y no puede salvarnos finalmente de la muerte. Y nosotros somos tan retorcidos que a veces nos agarramos a cosas que ni siquiera nos hacen sentir bien; solo nos proporcionan alivio momentáneo, aunque percibamos que en el fondo son intensamente dañinas.



Muy a menudo nuestros ídolos son creencias tan profundamente arraigadas en nosotros que, a pesar de que tenemos delante una Biblia que nos guía en otra dirección, no queremos abandonarlas. Preferimos darle vueltas a la Biblia, dar interpretaciones rocambolescas a algunos pasajes y omitir otros directamente antes que ceder.



Alguien sabio que conozco dice que Dios no tiene que estar el primero, sino en el centro de nuestro ser, y que todas las cosas que haya en nuestra vida deben recaer en él en última instancia; y así es como reconocemos que (aunque sea sin querer) hemos puesto un ídolo en su lugar: porque todo parece estar desordenado de repente. Cuando Dios está en el centro disfrutamos de su paz y su orden, pero cuando él no está notamos una vibración de fondo, un desasosiego debajo de todas nuestras actividades y relaciones que no nos deja disfrutar con agradecimiento en los momentos de placer y no nos permite mantener la paz en los momentos de dolor. Dios está ahí, seguimos relacionándonos con él, pero parece que no surte ningún efecto.



Los ídolos no surgen de la nada. Los israelitas no decidieron hacer un becerro igual que hubieran decidido hacer la imagen de una manzana. El becerro, en su cultura cananea, simbolizaba la fuerza y la fertilidad. Era algo digno en lo que creer. Hoy en día nuestros ídolos también surgen de la cultura en la que vivimos, y parecen ideas muy sensatas. Pero nadie quiere oír hablar de esto. No queremos creer que nosotros estamos bajo su influencia y que, en el fondo, son cosas que nos hacen renunciar a creer en el amor y la fidelidad de Dios.



Y el ídolo más difícil ahora mismo, en nuestra España actual, está tan en lo profundo de nuestras ideas y creencias que señalarlo únicamente, lo sé, puede molestar mucho: adoramos la estabilidad económica.



No podemos decir que no sea una idea sensata; como todos los ídolos, puede ser algo que Dios favorece (1 Timoteo 2:1-2). Él mismo nos provee de lo que necesitamos para que no nos falte de nada. Ese no es el problema, sino dónde se encuentra en nuestra vida, si le juramos lealtad a la estabilidad económica o a Dios.



De todas las cosas que deja la crisis y que habrá que echar la vista atrás para estudiar en los próximos años está la profunda huella que ha causado en la iglesia y en la espiritualidad, además de su huella en el tejido social y en la economía. Ha habido un cambio profundo en la forma de entender el evangelio, la fe, la iglesia y al mismo Señor.



Hay una generación entera de jóvenes que nunca han vivido sin escuchar hablar de crisis, sin la huella negativa de su realidad en el presente; tienen un futuro lisiado, tanto inmediato como a largo plazo. Todo es incertidumbre. Y en medio de esta generación ha surgido un conjunto de personas cuya fe en Dios es nueva, diferente y poderosa, y se parece muchísimo más a lo que se narra en Hechos que a lo que se ha vivido en los últimos cien años en Europa. En los últimos años he podido tener el gusto de ir conociendo a muchos de ellos, y no me deja de sorprender lo mucho que se parecen entre sí, aunque no tengan nada en común. Personas que no vienen del mismo trasfondo, ni de la misma denominación, ni del mismo lugar geográfico, comparten una fe en Dios luminosa y osada que da gusto verla en acción.



A todos los que clamabais por un avivamiento en España, aquí tenéis uno de sus factores para los próximos años.



Los ídolos surgen del entorno, y el entorno en que se ha criado esta generación es muy diferente al de nuestros antecesores. Ellos nunca tuvieron acceso a la estabilidad económica, y no se sienten atraídos por ella. Han convertido la incertidumbre de su futuro en confianza en el Señor, y se atreven a hacer cosas simplemente por fe en la provisión de Dios.



Sin embargo, uno de los principales problemas a los que se enfrentan es algo inesperado y difícil de sortear: algunos dentro de la iglesia (unos cuantos, no todos) no pueden entenderlo. Ven a estos jóvenes como ingenuos, irresponsables e idealistas porque gran parte de los proyectos, las ideas, las visiones y la misiones tienen que pasar, irremediablemente, por abandonar cualquier aspiración de ser normales en una sociedad de normales; por no aspirar a trabajos normales o a sueldos regulares. Pasa mucho, por ejemplo, con los artistas y gente creativa a los que hemos ido conociendo estos últimos tiempos. En ninguno de estos planes que el Señor propone, dispone y alienta para sus vidas hay estabilidad económica; por el contrario, está la profunda convicción de que Dios proveerá los recursos necesarios, y funcionan según la economía del reino, tan diferente de las teorías económicas humanas; y, por alguna razón, eso hace saltar a la defensiva a ciertos sectores en sus iglesias. No son capaces de ponerse en la situación del otro y se niegan a aceptar que Dios pueda pedir algo así jamás.



Es como el que se enfada con Dios, o le tacha de cruel, porque dijo a Abraham que sacrificase a Isaac. Esta gente se habría sentado con Abraham (igual que hacen con estos jóvenes) en una especie de sesión disciplinaria, habrían hablado con él de lo preocupado que estaban al escucharle decir esas cosas de Dios por ahí, y habrían intentado convencerle, por su bien, de que no era posible que Abraham hubiera entendido ese mensaje de parte de Dios. Entonces, habrían usado su posición de liderazgo y su buena fama en la iglesia para aconsejar a Abraham que rechazase esa idea y siguiera adelante con su vida, que bastante tenía ya con encargarse de sacar a su familia adelante. En la experiencia de esta gente, es poco probable que Dios vaya por ahí pidiendo que nadie ponga en peligro la vida de sus hijos.



La idea de todo esto es poder decir, por impopular que resulte, que no tenemos por qué aceptar un mal consejo, sobre todo de gente que no entiende que a Dios a veces se le ocurren cosas pocos normales, y a veces nos pide que renunciemos a todo lo que tenemos, incluida nuestra estabilidad, con tal de hacer avanzar su reino. Todos los grandes hombres y mujeres de fe de la historia pasaron por esto. Todos se enfrentaron a algo que desafiaba el camino ancho y cómodo de la sociedad, por seguir una senda estrecha de márgenes ajustados que, antes de todo, les hacía renunciar a sus propios ídolos. Pastores, misioneros, predicadores, fundadores de movimientos y ministerios. Si el fin de Dios fuera que todos tuviésemos una vida tranquila, estable, abundante económicamente y sin sobresaltos, el apóstol Pablo habría sido el hombre más pecador de todos. Y no digo nada del propio Jesús, que ni siquiera tenía casa propia y vivía de las donaciones. Y si alguien, quien sea, movido por su incapacidad de percibir y enfrentarse a sus propios ídolos inamovibles, viene a decirnos que no es posible que hayamos entendido de parte de Dios algo que, en el fondo, no va en contra de la Palabra, sino de cierto estilo de vida, entonces podemos estar seguros de que simplemente se trata de un mal consejo.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Earendil
11/06/2017
03:50 h
1
 
Gracias Noa. He pensado nada más leerlo en dos jóvenes que se han ido en pos de Dios a los EEUU. Estudiosos, preparados, con grandes dotes para el arte, en este caso la Música. Todo ello lo han dejado, junto con la posibilidad de estabilidad familiar o laboral, para viajar en pos del Señor. Para vosotros, amados Darío PRIETO (dibujante Santo) y Ester MORALES (todavía eres una niña joven para Dios, y muy amada por cierto), este texto en el que Dios usa a Noa para alentaros.
 



 
 
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