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Leer como niños

Es muy difícil encontrar un buen libro de literatura infantil. Generalmente, prima el pragmatismo, y no la historia.

AMOR Y CONTEXTO AUTOR Noa Alarcón Melchor 18 DE ABRIL DE 2016 18:18 h


Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.



Mateo 11:25, RVR95




Esta semana es el Día del Libro y todos los años se nos inundan los lugares comunes de recomendaciones. Sería maravilloso que también se hiciesen recomendaciones así, “al por mayor”, el resto del año. Pero conformémonos con este poco, que ya es algo.



Hoy, sin embargo, he visto una cosa de esas normales por estas fechas que me ha dejado un sabor de boca rarísimo y desagradable. En un conocido blog sobre cosas de padres y crianza, te ofrecían un video en que una educadora hablaba de cuáles eran los mejores libros para niños según su edad, y hablaba de que los cuentos son importantes para los niños porque “el cuento se utiliza para enseñar el mundo al niño”.



Puede que esto no os suene raro, ni mal; puede que a los que seáis padres o tengáis niños a vuestro cuidado os suene a algo más de lo mismo; pero la verdad es que es un sinsentido tan gordo que voy a pararme a explicarlo.



Vayamos a un principio.



Jesús era un tipo raro para los de su tiempo, eso lo sabemos todos. Los que nos sentimos raros en medio del mundo a menudo encontramos consuelo en ese detalle, entre tantos otros de nuestro Señor. A menudo hablamos de lo llamativo que era que se reuniese a comer con los desheredados de la sociedad, que le llamasen glotón y pendenciero (a Jesús, nada menos), incluso alabamos que tratase a las mujeres con tanta dignidad. Pero solemos olvidarnos de uno de los elementos fundamentales de la sociedad a los que Jesús no solo prestó atención, no solo dignificó, sino que otorgó una categoría fantástica y maravillosa en el reino de los cielos: los niños.



Vivimos en un mundo de extremos; a nosotros nos parece que hoy en día se le presta más atención que nunca a la infancia, y sin embargo estamos muy lejos de ser justos con los niños, aun en nuestra sociedad, donde no existe la esclavitud infantil y se persiguen toda clase de abusos. Del mismo modo que no entendemos, como sociedad, muchas cosas, no entendemos a los niños. Los convertimos en pequeños adultos y convertimos su tiempo en el nuestro. Hay padres obsesionados, literalmente enfermos, por “estimular” a sus hijos intelectualmente desde antes incluso de nacer para que sean los primeros en todo.



Mateo 11:25-30 es un pasaje precioso y asombroso donde Jesús habla de cómo debemos descansar en él, de la manera práctica de deshacernos de la desazón y la angustia. Intercambiamos la carga con él, porque lo que a nosotros nos parece insoportable él puede soportarlo; y a cambio, nosotros podemos llevar la suya, que es más agradable. Sin embargo, esta declaración comienza con la gratitud de Jesús al reconocer que los que conocen estas cosas no son los sabios ni los entendidos, sino los niños. El original no dice que el Señor revele estas cosas “a los que son como niños” (la NVI y la NTV traducen así), sino, literalmente, “a los niños”. Y no es algo menor, no es solo un juego de palabras. No se puede traducir de cualquier manera. No solo es que la palabra para niño, en griego koiné, además de referirse a la etapa de la vida tenga una connotación despectiva: tonto, ingenuo, pueril. Sí, por un lado es el contraste entre los sabios y entendidos y los que son tontos, pero en realidad, muy a la manera de Jesús, hay varias capas que caben dentro de estas palabras y muchas lecturas complementarias.



Si hay que nacer de nuevo para entrar en el reino de los cielos, significa que tendremos que volver a pasar por alguna clase de infancia espiritual. Y en una época en la que ser niño era casi peor que ser esclavo, no es poca cosa. Yo no me atrevo a dar una interpretación definitiva de este texto, pero sí puedo hablar de lo que a mí me sugiere: que la forma de entender el mundo que posee un niño, aun con todas sus limitaciones, tiene algo valioso, poderoso y verdadero. Si nos quedamos con el mero “ser como niños”, nos estamos perdiendo una parte importante del mensaje. Supone, sobre todo, tratar a los niños con el respeto y la igualdad que nosotros esperamos, porque son tan portadores de la verdad y del evangelio como nosotros.



Y esto, en muchos niveles, supone un imposible en nuestra sociedad; sobre todo, en la parte que me incumbe, en el terreno de la literatura y la lectura.



La luz que Jesús nos aporta es a la de considerar a los niños a nuestra altura, aunque tengamos intereses diferentes y diferente acceso a la información. Sin embargo, lo más común es que, puesto que tenemos que enseñar a los niños porque saben menos, lo hagamos desde la superioridad. Es como creer que a un niño, por ser niño, le duele menos una bofetada, por ejemplo. O un niño, por ser niño, disfruta menos de la literatura y que por eso hay que ponérselo todo fácil. Eso es un mal vicio de nuestra sociedad occidental, y no tiene nada que ver con la verdad de cómo Dios ha diseñado la infancia.



Los adultos se quejan de que los niños no leen, de que se pasan el día jugando a la videoconsola, de que no salen a jugar a la calle como antes; y se olvidan de que sus padres decían exactamente lo mismo de ellos, salvando las distancias. “Ya no hay nostalgia como la de antes”, que dicen algunos. A mí me da mucha pereza el odio a la tecnología y la oda a la vida campestre, porque los que dicen eso, normalmente, tampoco se han levantado al alba para ordeñar a las vacas ni tenían que recoger el agua de un pozo para hacer la comida. La cuestión no es quién tiene razón, quién se impone a quién, sino por qué hacemos lo que hacemos, unos influidos por los otros.



Desde esta perspectiva bíblica, a un niño no hay que tratarlo peor ni diferente que a un adulto; el que adaptemos algunas cosas a su nivel debe ser algo más pensado en facilitarnos a nosotros la tarea de explicar y menos en pensar que el niño al que se lo explicamos sea tonto. Y en cuanto a la literatura, tengo que reconocer que esto suena a neerlandés medieval. En serio os digo que es muy difícil encontrar un buen libro de literatura infantil. En los libros que hay en las librerías, generalmente, prima el pragmatismo, y no la historia. Y, sobre todo, esa horrible cosa que se llama “transmitir valores”. Oh, sí, sé lo que digo: lo de los valores es un engaño.



C. S. Lewis dice [una nota: a lo que él se refiere como “moral” es lo mismo que el concepto “ transmisión de valores” moderno]: “…estoy seguro de que la pregunta ‘¿Qué necesitan los niños modernos?’ no conduce a una buena moral. Es una actitud demasiado superior. Yo más bien me preguntaría: ‘¿Qué moral necesito yo?’, porque creo que lo que a nosotros no nos preocupa profundamente no interesará profundamente a nuestros lectores, sea cual sea su edad”. ¿En serio, a los autores de estos libros les gusta hablar de valores? Lo dudo mucho, puesto que no existe ni se atreverá a existir jamás literatura para adultos “con valores”. Sé que este es un tema espinoso: los valores importan, pero es mejor transmitirlos desde la autenticidad, desde la sinceridad, como dice Lewis, porque es algo que a ti te preocupa, como autor, y no porque sea algo que quieras imponer a los niños porque, bueno, ya se sabe, porque son niños, y no saben de nada, y tienen que aprender. Esa superioridad es la que falta a la verdad bíblica.



No existe literatura adulta “con valores”: existen libros de ensayo y divulgación científica, libros de historia, novelas policiacas o de misterio, novela fantástica y de ciencia-ficción. Y dentro de todas ellas, claro está, hay una moraleja, y a veces muy buena. Y sin embargo, ¿por qué es tan difícil sentarnos a contarle una historia a un niño, simplemente por contarle una historia y que disfrute de ello, que comparta nuestra fascinación, el descubrimiento de los personajes, la curiosidad por saber qué ocurre, sin que haya una intención psicopedagógica y utilitaria detrás? Como adultos no lo soportaríamos, ¿por qué pensamos que a los niños no les importa? Que no sepan quejarse no significa que les guste.



Me gustaría ir un poco más allá, porque veo una conexión: desde que en los años 90 se instauró esta pasión por la literatura infantil utilitaria, de transmisión de valores, se han ido perdiendo lectores, y es algo que preocupa a nivel nacional. Se tienen que hacer esfuerzos por fomentar la lectura, porque los niños, al alcanzar la edad de tomar la decisión de hacerlo por su cuenta, deciden no leer. ¿Es culpa de los videojuegos? ¿Es culpa de la televisión?



Yo diría que, como en todo lo humano, es culpa de los humanos: si los padres no comen verduras, ¿vas a obligar al niño a comerse la coliflor? Si los padres no leen, ¿qué creen que harán los niños? Raro es el niño que lee cuando sus padres no. Matildas hay pocas.



Y luego, en el tema de falta de lectores, creo que influye también el hecho de que quizá se le enseñen muchos valores a los niños, pero no se les enseña la fascinación por una buena historia, no se les muestra personajes asombrosos ni aventuras o desafíos que solventar. De hecho, aunque nadie se dé cuenta, la necesidad de aventura está dentro de nuestra naturaleza humana, tal y como Dios nos ha creado. Y yo creo que muchas veces los niños prefieren los videojuegos porque, afortunadamente, es un terreno donde todavía no se han podido meter mucho los “expertos” y se les narran historias, se les presentan personajes y se les hace vivir aventuras. A los niños les gustan los videojuegos no por el videojuego en sí, sino porque se les está ofreciendo alimento a su sed de aventuras, a su necesidad de que les cuenten historias apasionantes. Antes ese alimento lo ofrecían los libros, pero ahora, por desgracia, solo hablan de valores.



Por eso el video del que os hablé al comienzo es tan horrible: primero, porque es una educadora quien los recomienda, y no un escritor, un librero o un editor. O los propios lectores. ¿Por qué debería saber más una educadora de libros que un librero o un escritor? Vivimos en una sociedad tan retorcida que algo tan poco lógico nos parece natural, porque observamos a los niños desde fuera, como si fueran algo ajeno a nosotros; como dice C. S. Lewis: “No hay duda de que el ‘niño’ es concebido como una especie extraña cuyos hábitos uno ha ‘descubierto’ a la manera de un antropólogo…”. Segundo, porque se dice que los cuentos sirven “para que el niño conozca el mundo en el que vive”, y eso es soberanamente falso. ¿Acaso los adultos leemos para conocer el mundo en que vivimos? Yo creo que, en parte, leemos porque nos gusta que nos cuenten buenas historias, y si no, ni nos molestamos en seguir leyendo; y si esas historias hablan del mundo en que vivimos y nos ayuda a entenderlo, pues genial. Pero si esas historias nos hablan de cómo unos hobbits tienen que llevar el anillo de Sauron al Monte del Destino, pues genial también. Además, los niños conocen el mundo en que viven cuando salen al parque, cuando pasean con sus abuelos, cuando acarician a los perros o a los gatos, cuando juegan con una pelota, cuando van al colegio: ese es su mundo, y ya lo conocen. Dejemos que, al menos, los libros que lean les muestren historias apasionantes, que les hablen de cosas que no conocen y les despierten su curiosidad por investigar, imaginar y vivir.


 

 


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