Hace ya medio siglo que se estrenó esta obra en un pequeño teatro de París. La historia es simple. Dos personajes están en un descampado, junto a un árbol, esperando a un tal Godot. Mientras esperan, matan el tiempo como pueden, charlando, recordando cosas, o simplemente bromeando. A veces se desesperan, pero otras se consuelan. Es como si para saber que están vivos tuvieran que permanecer juntos, intentando combatir su mortal aburrimiento con juegos tan absurdos como sus vidas. Aunque en el fondo lo que hacen es esperar, aunque no saben qué esperan y ni siquiera sí esperan. Ya que Godot no llega...
Quien aparece es un despótico personaje llamado Pozzo, que lleva un esclavo llamado Lucky (afortunado, en inglés). Le lleva por el cuello de una larga soga, haciéndole recitar un largo y patético discurso sobre los grandes temas de la vida: trascendencia, verdad, redención, libertad, muerte y renacimiento, grandes palabras, pero reducidas a un galimatías incoherente. Los dos amigos se quedan de nuevo solos en la noche, hasta que un muchacho le trae un mensaje a Vladimir de Godot, diciéndole que vendrá al día siguiente...
Lo mismo se repite al día siguiente, incluyendo la visita del amo y el esclavo, sólo que ahora uno está ciego y el otro mudo. “No pasa nada, nadie viene, nadie se va, es horrible”, ya que “no se puede hacer nada”, dice Estragón. Están empantanados y sin salida. Nada ha cambiado, y nada cambia.
Godot sigue sin acudir a la cita, pero sigue mandando recados de que vendrá seguro al día siguiente. Pero ¿qué quiere decir con esta historia Beckett?
¿QUIÉN ES GODOT?
Ya Colin Duckworth en su edición de la versión inglesa en 1966 da una larga lista de interpretaciones.
La primera y la más conocida es que se trata de una representación dramática del miserable estado del hombre sin Dios. En ese sentido la obra sería profundamente religiosa. Para Pronko, es de hecho un drama cristiano, que ve como una revelación de “la angustia del hombre mientras espera la llegada de algo que dé sentido a la vida y ponga termino al sufrimiento”. Otros como Chadwick, lo ven sin embargo como “una pieza profundamente anticristiana”, o un drama existencialista ateo, como el
Times. Pero la analogía Godot / God sería más válida si la obra hubiere sido escrita en inglés, pero está hecha originalmente en francés. Y además el propio Beckett dijo que “si Godot fuese Dios, lo habría llamado así”.
Otros prefieren por eso una lectura más filosófica de la obra. Sería simplemente un retrato artístico de la existencia absurda del hombre. Pero ¿cuál es su origen? Para Dukore, “una expresión general de la futilidad de la existencia humana cuando el hombre pone sus esperanzas en una fuerza exterior a él”. En ese sentido Hoffman lo ve como “un drama existencialista contra las tentativas de debilitar la escueta responsabilidad humana”. Pero ¿con qué resultado? Para Marinello, afirmar “la dignidad del hombre y su salvación final”. Aunque Wellwarth lo ve como “un cuadro de absoluta negrura sin ningún alivio”. ¿Quién tiene razón entonces?
Es curiosa la preocupación obsesiva que Vladimir muestra por la salvación de uno de los ladrones crucificados con Jesús. Fraser basa ahí de hecho, su idea de que la obra tiene un mensaje de esperanza cristiana. Aunque McCoy va más allá en su acercamiento bíblico, al decir que Godot si que vino, pero ellos no se dieron cuenta. Utiliza para ello en un proverbio bíblico (13:12), que menciona en referencia a las hojas que aparecen en el árbol en el segundo acto. Según él, “son ellos los que faltan a la cita”, cuando “el árbol, la Cruz, se hace un árbol de Vida, pero los que esperan cegados permanecen en la muerte”. Pero
Esperando a Godot no es
El progreso del peregrino. No hay camino aquí alguno de salida.
EL SILENCIO DEL ABSURDO
No hay esperanza cristiana en la obra. Los que esperan a Godot, y los que pasan sin esperarle, todos están arrojados de igual modo en el absurdo y la nada de una vida sin sentido. No hay diferencia entre esperarle, o no. Lo mismo da terminar ciegos y mudos, como Pozzo y Lucky, que mirar y hablar sin parar, como Vladimir y Estragón. Esa parálisis llega hasta el extremo mismo de aplazar continuamente su suicidio.
El teatro de Beckett está de hecho siempre al borde del silencio. No hay verdadera comunicación. Es así cómo se llega al silencio de algunas de sus obras posteriores. Pero esa es también la inmensa paradoja del teatro del absurdo. Sus discusiones pretenden comunicar que no hay nada que merezca la pena comunicar. Pero hay una Palabra que da sentido a la vida. ¿Diremos con Estragón, “vámonos”? ¿O con Vladimir descubriremos que “no podemos”?
Estragón:
¿Por qué?
Vladimir:
Esperamos a Godot.
Estragón:
Es verdad (Pausa).
¿Estás seguro de que es aquí?
Vladimir:
¿El qué?
Estragón:
Donde hay que esperar...
Vladimir:
Dijo delante del árbol... (miran el árbol)
¿Ves algún otro?
No, no hay otro árbol. Hay un abismo infinito que nos separa de Dios, que sólo la sangre de Cristo puede salvar. No hay más esperanza que la que está en esa cruz, el verdadero Árbol de la vida. “Uno de los ladrones se salvó”, dice Vladimir, “es un buen porcentaje”. Sí, uno para que no perdamos la esperanza, pero ¡nada más que uno, para que no nos confiemos demasiado!
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