Cervantes se ha complacido en hacer de su libro un exacto espejo de nuestros dramas psicológicos.
El narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, más conocido como “el Chapo Guzmán”, estuvo considerado hasta los primeros días del pasado enero como el prófugo más buscado del mundo. Encarcelado en la prisión de máxima seguridad del Altiplano, protagonizó una fuga espectacular, fuga de película, en julio del 2015. Desde entonces, tanto Méjico como Estados Unidos anduvieron tras su captura o recaptura.
Después de meses de planeamiento y seguimiento fue finalmente detenido sin disparar un solo tiro por fuerzas de seguridad del Estado. Tras su detención fue ingresado de nuevo en la prisión del Altiplano, de donde se fugó el pasado verano. Según informó la agencia de noticias Efe, un funcionario de la cárcel aseguró que el preso llegó completamente deprimido. Al ser encerrado, pidió un ejemplar de El Quijote con cuya lectura pretendía vencer la depresión.
Como el Evangelio, el Quijote también ha obrado milagros en el plano humano. Cualquiera que sea la pena que nos aflija, las páginas de El Quijote conducen imperceptiblemente al regocijo. Cervantes se ha complacido en hacer de su libro un exacto espejo de nuestros dramas psicológicos. A lo largo de todas sus páginas funciona una idea humana de la persona. Lo que el libro encierra es una interpretación cervantina del hombre en el núcleo de sus trastornos, tensiones y depresiones. Sin darse cuenta Cervantes descubrió en El Quijote uno de los puntos más importantes de la psicología histórica, a saber, “la alianza de la alucinación con la razón”, alianza que desemboca en la depresión. Alonso Quijano el Bueno recobra bruscamente la razón para proclamar la triste y enervadora doctrina de la resignación ante las inquietudes del mundo, antesala de la depresión, según lo escribió el científico Ramón y Cajal, Premio Nobel en 1906.
La depresión es una enfermedad oculta que puede hacer acto de presencia en cualquier momento de la vida. Una enfermedad que incapacita, invalida, paraliza el área que causa los trastornos emotivos y se interpone en nuestro camino de forma que podemos hacer poco para evitarla. Está considerada como una de las enfermedades más antiguas de la humanidad. En la historia bíblica padeció la depresión el primer hombre, enfermo del corazón porque no encontraba al complemento femenino que le fuera de ayuda en la carrera de los años. También enfermaron de depresión en determinados momentos de su biografía hombres como Moisés, Abraham, Job, Elías, Jeremías y hasta el propio Jesús en el huerto de Getsemaní, entre otros.
El psiquiatra canadiense Frederick Scott dice que la lectura de buenos libros, convenientemente seleccionados, puede contribuir a mejorar los procesos depresivos. ¿Fue por esta razón que las autoridades carcelarias de Méjico facilitaron al Chapo Guzmán un ejemplar de El Quijote?
Pocos años después de la aparición de la inmortal novela cervantina, el escritor francés Saint Evremond (1614-1703) la enjuició con estas palabras: “El Quijote de Cervantes es un libro que puedo leer toda la vida sin que me canse un solo momento. No hay ninguno, a mi parecer, que mejor pueda contribuir a formarnos un buen gusto en toda suerte de cosas. Admiro como en boca del hombre más loco de la tierra, Cervantes ha encontrado el medio de mostrarse el hombre más juicioso y más inteligente que imaginar se pueda”.
El reconocimiento al Quijote por escritores de todo el mundo a lo largo de cuatrocientos años darían para componer una Enciclopedia de varios tomos.
Nada de particular tiene que un preso de nuestros días, recluido en celda de seguridad, se enfrasque en su lectura para evitar caer en la depresión. No obstante su locura transitoria, el Caballero de la Triste Figura da pruebas de una robustez cerebral que advierte de los mil peligros que acechan la vida del ser humano en la tierra. Peligros tantos, y tantas enfermedades, que según Don Quijote no bastan “todos los emplastos de un hospital para ponerlos en buen término siquiera”. “Don Quijote perdió el juicio por nuestro bien –comenta Unamuno-, para dejarnos eterno ejemplo de generosidad espiritual”.
La locura de Don Quijote sirve de magnífico vehículo a una cierta idea del sufrimiento humano. De aquí que el Caballero, leído hoy, llegue a calmar las torturas del cerebro y los males del espíritu. Cuando le llevan enjaulado para su pueblo, dice Don Quijote a las mujeres: “No lloréis, mis buenas señoras; que todas estas desdichas son anexas a los que profesan lo que yo profeso; y si estas calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante”.
Don Quijote sabe, con perfecta lucidez, que no se puede vivir seguro, que es preciso caminar solícitos ante el temor, inseguridad y recelo que acompaña siempre a nuestro diario vivir.
Por Don Quijote sabemos que no existen padecimientos sin ligar con la verdad. Una verdad materializada en hechos tangibles. Desde Cristo la verdad deja de ser un concepto abstracto para convertirse en una realidad personal. De Don Quijote aprendemos que la vida es ciertamente demasiado valiosa para desperdiciar un solo día a causa de la depresión; otros autores coinciden con el citado psiquiatra canadiense Frederick Scott y sostienen que la lectura constante de buenos libros puede contribuir a aminorar los síntomas de la depresión y, a la larga, incluso curarla. Donde ahora se encuentra, en la cárcel mejicana de alta seguridad El Altiplano, el hasta ayer famoso capo de la droga, con causas criminales abiertas en juzgados de Méjico capital, Arizona, California, Texas, Illinois, Florida y Nueva York, puede encontrar en la lectura de El Quijote el instrumento para calmar sus miedos, evitarle caer en depresión profunda y posiblemente el destino para cambiar su vida.
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