Por mucho que el ser humano evolucione su corazón sigue sin poder cambiar por sí mismo.
¿Cómo van tus propósitos de año nuevo? Tranquilo, no es una pregunta fuera de tiempo en un artículo con retraso, pero cuando alguien quiere poner en duda el compromiso de otro se dice que sus promesas son como las de año nuevo. Nunca se cumplen. Aunque también es cierto que somos muchos los que no podemos evitar el cambio de fecha para hacer un reclamo a una nueva vida que nunca llega.
Haciendo un ejercicio de reflexión breve -porque no hay tiempo-, quería que pensaras cómo llevas esas metas que te propusiste alcanzar en la euforia de noche vieja. Allí, entre amigos -copa en mano- te oí decir que ése iba a ser tu último cigarrillo. También te escuché prometiendo al lunes un cambio en tu dieta, más sana, aparcando el dulce y el exceso ¿lo has conseguido?
Todos los propósitos que acostumbramos a hacer tienen dos características en común. La primera de ellas es que son buenos y convenientes para uno mismo. De momento no he conocido a nadie que se haya propuesto fumar el doble, subir las transaminasas, aumentar el colesterol o entregarse a la desidia en su día a día. La segunda característica es que todos ellos suenan razonables en la fecha escogida pero tanto más inalcanzables cuando nos alejamos de ella. Por lo que es muy probable que el que prometía una dieta sana caiga arrastrado por un bollo de praliné mientras hace cola en la panadería y el que procuraba dejar de fumar hará suyo el dicho popular de que, en esta vida, de algo hay que morir.
La gran pregunta es: si nuestros nuevos propósitos son buenos y convenientes para nosotros mismos ¿por qué nos cuesta tanto mantenerlos? La respuesta a ello tiene que ver en que todos ellos son planteados desde la conciencia pero son ejecutados desde el deseo. En otras palabras: decido una cosa pero el cuerpo me pide otra.
Incluso aunque tome decisiones convenientes y buenas para mí, mi corazón no siempre va a respaldarlas y más aún llegará a desear justo lo contrario, aunque sea legítimo y legal, como fumar tabaco o tomar bollería industrial.
Y éste es en definitiva el drama del ser humano: "No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco (...) Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero". (Romanos. 7:15,18-19. NVI) ¿Te suena? Pues de promesas de año nuevo ya hablaba el apóstol Pablo, sí el de la Biblia. En aquel libro que está desfasado pero sigue hablando de cosas que no hemos podido cambiar aunque hayan pasado 2000 años. Y es que por mucho que el ser humano evolucione su corazón sigue sin poder cambiar por sí mismo.
Si hacemos lo que queremos no haremos siempre lo que nos conviene y si hacemos lo que nos conviene no siempre desearemos lo que hacemos. ¿Te imaginas hacer aquello que te conviene y a la vez desearlo de corazón? Eso nunca te lo va a dar un cambio de fecha pero es justo lo que prometía quien dijo: "He venido para que tengan vida y vida en abundancia". ¿Me sigues?
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