Una de las fuentes de ansiedad en nuestra vida son nuestros propios deseos. Deseos de querer tener más.
Jimmy Floyd Hasselbaink fue un delantero holandés que asombró a todos con su calidad en el Atlético de Madrid. También jugó en varios equipos ingleses y, por supuesto, con la selección de fútbol de su país. En una entrevista se le ocurrió decir esto acerca de la raíz de los problemas del fútbol: «El fútbol es muy sencillo, no comprendo por qué los entrenadores lo complican tanto».
A pesar de que los entrenadores podrían decir lo mismo de algunos jugadores, o de los directivos, los árbitros, etc., deberíamos decir que Jimmy tenía razón en eso de que solemos complicar mucho las cosas. Nos encantan los líos.
Por muy sencillo que sea un tema, o la resolución de un problema, siempre nos encanta crear un comité para complicarlo. Otras veces lo llenamos de complicaciones nosotros solitos. En ocasiones me da la impresión de que no somos capaces de vivir sin complicar alguna cosa, sin tener algo que arreglar; si no está roto, lo rompemos para volver a arreglarlo. Nos encantan los líos.
¡Y día tras día afirmamos que necesitamos tener paz! ¡Pero si nos encantan las complicaciones! Una de las fuentes de ansiedad en nuestra vida son nuestros propios deseos. Deseos de querer tener más. Deseos de tener la razón a cualquier costo. Deseos de que la vida vaya tal como nosotros queremos. Deseos de gloria. Deseos de ser reconocidos y admirados por todos. Deseos de mirar hacia nosotros mismos y no hacia los demás.
Pablo lo sabía cuándo escribió: «Antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne» (Romanos 13:14). Repito, nos encantan los líos. Cuanto más pensamos en nuestros deseos (lujurias nos parece una palabra demasiado lejana para nosotros, pero es eso precisamente de lo que estamos hablando), en más líos nos metemos. Cuanto más queremos controlar, más infelices somos. Cuanto más tenemos, menos confiamos.
Déjame contarte un ejemplo. Si tienes más o menos mi edad, sabrás de lo que estoy hablando. Cuando era niño no existían los teléfonos móviles, así que salíamos de estudiar música por la noche y llegábamos a casa, y punto. Nadie se preocupaba. Nuestros padres confiaban en que todo iba bien. Se decía aquello de que «las malas noticias vuelan», así que si no había noticias, es que eran buenas. Hoy día, si no nos podemos poner en contacto con alguien o no nos cogen el teléfono, ya estamos agobiados. Llamamos a todos los hospitales de la ciudad porque pensamos que algo ha pasado. Vivimos eternamente desconfiados. Nos encantan los líos.
Jamás aprendemos que el querer controlarlo todo nos quita la paz.
Solo hay una salida a ese problema: vestirse del Señor Jesús. Traducido para todos: descansar en el Padre. Eso fue lo que el Señor hizo siempre en su vida terrenal. Dios sabe el número de pelos que tienes en tu cabeza. ¿Cómo no va a saber dónde estás y lo que necesitas? ¡Descansa en él! ¡Confía en que te está cuidando y deja de correr de un lado a otro para satisfacer todos tus deseos!
No lo compliques más. No te compliques la vida.
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