Ser santo es ser inmensamente feliz, porque así es Dios. ¡Lo opuesto a la santidad es la amargura!
El futbolista Panenka fue el que logró en 1976 marcar el último penalti (¡el ganador!) con el que su selección, Checoslovaquia, ganó el campeonato europeo frente a Alemania. El portero alemán era Maier, uno de los más grandes de la historia teutona.
Panenka se hizo famoso porque tiró ese penalti decisivo de una manera increíble: muy suave y por el centro de la portería, esperando a que el portero contrario se tirase hacia uno de los dos lados. El riesgo fue impresionante. Viktor, el portero de la selección checoeslovaca y compañero de habitación de Panenka, le amenazó con mandarlo a dormir esa noche al pasillo si tiraba así… pero todo cambió cuando marcó el gol y se proclamaron campeones.
La fiesta de la victoria deja en el olvido todas las amenazas, temores y riesgos. Y, desde luego, perdona cualquier situación que se haya producido en el camino al triunfo. Lo malo quedó atrás, así que lo que nos queda es disfrutar de esa fiesta. “Por tanto, celebremos la fiesta no con la levadura vieja, ni con la levadura de malicia y maldad, sino con panes sin levadura de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:8).
Lo que nos parece impresionante es que Pablo use el vocablo fiesta para referirse al resultado de la crucifixión del Señor. Acostumbrados como estamos a las imágenes sombrías y religiosas de la cruz, nos sentimos sacudidos cuando alguien menciona que el resultado de tanto sufrimiento es una fiesta.
¡Pero es así! En primer lugar, porque en la cruz no terminó todo. La muerte no pudo vencer al Señor, y todos los enemigos fueron derrotados. Saber que la muerte no tiene ningún poder sobre nosotros ya es motivo suficiente para hacer una fiesta. Pero, además, todo apunta mucho más allá de lo que pensamos. Ser como Dios significa vivir en una fiesta. Él es la fuente de la vida y la santidad ¡es el ser más radiante y feliz que existe!
Es curioso que cuando pensamos en una persona santa inmediatamente lo asociamos con solemne, triste, seria… Mal asunto. La Biblia dice que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz… En docenas de ocasiones se nos pide que estemos siempre alegres y que cantemos alegres a Dios, y la Palabra de Dios jamás nos dice que tenemos que ser serios o solemnes. Esas palabras ni siquiera aparecen en la Biblia. Ser santo es ser inmensamente feliz, porque así es Dios. Ser santo es amar, vivir lleno de gozo, crear, disfrutar. ¡Lo opuesto a la santidad es la amargura!
Cuando no somos santos, vivimos en la tristeza, porque nos alejamos de Dios. Cuando la vida cristiana no es una fiesta es porque no comprendemos lo que Dios quiere de nosotros. No estamos hablando de celebraciones en todo momento, ni de aparentar felicidad, sino de vivir en sinceridad y verdad. Hablamos de ser limpios, de derrochar luz y gracia, de amar y ayudar a otros. Estamos hablando de parecernos a nuestro Padre que está en los cielos.
Celebrar la fiesta tiene que ver con vivir la vida abundante que el Señor prometió para nosotros. Vivir como él vivió. Trabajando y descansando. Ayudando a otros y comiendo con los amigos. Hablando y escuchando. Viajando y orando. Sirviendo y pasando tiempo con los niños…
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