Esta noche de lluvia en Chicago –donde me han invitado a predicar en la Iglesia Bautista Central–, me enseñan desde el coche, la mansión donde nació Playboy. El edificio está ahora en venta y en la oscuridad, tiene un aspecto algo siniestro y abandonado. El productor de radio que me acompaña, me recuerda la imagen de Hugh Hefner con su pipa y su pijama de seda, que vemos en las fotos de los años sesenta. Lo que nos lleva a hablar de la filosofía de Playboy…
Antes el éxito de la revista –nacida en 1953–, entre el público masculino que entonces llamaban urbano, antes de que la expresión se utilizara para los afroamericanos –uno de los eufemismos que he aprendido estos días, a los que son tan aficionados los norteamericanos–, Hefner empezó a publicar una serie de editoriales sobre
La filosofía de Playboy, desde diciembre de 1962 a mayo de 1965. Los ensayos recibieron tal atención, que eran leídos, tanto por sus admiradores, como por sus críticos, como una visión de la vida.
La revista respondía con esos artículos, a aquellos que la acusaban de la degradación de la moralidad del país, al arruinar la virtud de la mujer americana y fomentar el “culto a la irresponsabilidad”.
El pensamiento de Hefner en esos textos, refleja claramente su rebeldía ante la educación metodista, que recibió de sus padres. Ya que nació en una familia cristiana de Chicago en 1926, aunque se cría prácticamente sin padre. No hay duda que su madre era una devota creyente, aunque él la acusa en las biografías de que nunca le abrazaba.
Hugh era el mayor de dos hermanos. Fue el ejército, al final de la segunda guerra mundial y luego, estudió arte y psicología en la universidad. Se casó con una compañera de clase, pero cuando ella le confiesa que ha tenido relación con otro hombre, mientras estaba en la guerra, dice que fue “el momento más devastador de su vida”. Empieza entonces a tener todo tipo de aventuras, hasta romperse el matrimonio, en 1959.
REVOLUCIÓN SEXUAL
El fundador de Playboytrabajó en la revista Squireantes de lanzar el primer numero de su publicación, la Navidad del año 53. En él aparecían las famosas fotos de Marilyn Monroe, desnuda, como salió en un calendario del año 49 –Hefner nunca la conoció, aunque compró la cripta, al lado de donde está enterrada–. Primero, pensó llamarla
Stag Party (Fiesta del soltero), pero por un problema de derechos, optó por el nombre de una desaparecida compañía de automóviles de Chicago, llamada
Playboy.
En los años cincuenta –como vemos en la serie de televisión, Mad Men–, Estados Unidos se distancia de la guerra y la Depresión, pero también de las costumbres de una sociedad conservadora, que Hefner considera sexualmente represiva y de un ”estrecho puritanismo mojigato”. Habla de la libertad de expresión, la separación entre iglesia y estado, pero sobre todo de los méritos de la libre empresa, el individualismo y la necesidad de un “hombre excepcional” como héroe moderno. Sorprenden, sin embargo, las abundantes referencias a la religión.
La serie comienza, de hecho, citando las críticas de un profesor judío, un pastor metodista y un ministro unitario, para acabar con una transcripción de cuatro páginas de una “mesa redonda religiosa” sobre “los lazos históricos entre la religión y el sexo”, emitida por la radio de Chicago. En ella, habla un cura católico “interesado por el jazz”, un pastor episcopal, un rabino y Heffner. El coloquio dice haberse organizado “en cooperación con la archidiócesis de Nueva York, el comité nacional judío y el consejo protestante de Nueva York”, pero sobre todo Hef, como “presidente del imperio
Playboy”.
EL FINAL DE LA FIESTA
Hefner se pone así al frente de una revolución sexual, desde la mansión que compra en Chicago en 1959. Las informaciones hablan de fiestas con
cantantes famosos como Frank Sinatra y Dean Martin, o jugadores de béisbol como Joe DiMaggio, rodeados de mujeres desnudas en una piscina interior. Debajo del agua, hay un bar, al que se baja por una barra de bomberos, donde se puede ver a la luz verde de un cristal de acuario sus cuerpos femeninos, moviéndose como sirenas.
Todo un mundo de fantasía sexual, que luego recreará en el lago climatizado de la gruta, que construye en su mansión de California en los años setenta.
Este edificio de cuatro plantas de estilo victoriano era ya hace cuarenta años el epicentro de un “imperio” que incluía, además de la revista, clubes, cines, hoteles, casinos y un programa de televisión. Hefner deja la ciudad en 1975 para instalarse en Beverly Hills –donde dirige la empresa, hasta el año 2009, que le sucede su hija Christie–.
El símbolo del conejito de Playboy con su lazo de smokinges ya un símbolo de la cultura americana, desde el segundo número de la revista, en 1954.
En 1963 Hefner fue arrestado por la venta de material obsceno, a raíz de la publicación de unas fotos de la actriz Jane Maynsfield –que moriría poco después de un accidente de coche–. Al quedar absuelto, establece una fundación para luchar contra la censura e investigar la sexualidad humana.
En los setenta, Playboy comienza a tener problemas con la competencia de revistas, más abiertamente pornográficas y por la aparición de su secretaria, muerta en un hotel de Chicago, victima de una sobredosis. Hefner dijo que se había suicidado por el acoso de agentes narcóticos y federales.
ETERNA ADOLESCENCIA
El director de
Playboy, se volvió a casar a finales de los ochenta, tras ser hospitalizado por un ataque. Se acaba así la fiesta continua de su mansión, para
intentar llevar una vida de familia, al tener dos hijos.
Su filosofía de eterna adolescencia se había establecido ya en nuestra cultura. A nadie que tenga menos de cuarenta años, le extraña. Nos presenta una versión alternativa de la realidad, que forma en cierto sentido una religión. Como dice al principio de la serie, que establece su filosofía: “Playboy es una revista religiosa, aunque tenga un sentido peculiar la palabra”.
Es religiosa
porque “dice a sus lectores cómo ir al cielo, lo que es importante en la vida, traza una ética y nos dice cómo debemos relacionarnos, dándonos un nuevo modelo de persona, que expresa una cosmovisión coherente, un sistema de valores y un principio filosófico”. Ese “hombre ideal” se crea su propio universo, donde puede ser un eterno adolescente, sin demandas y responsabilidades. Es una fantasía masculina, donde la mujer se convierte en un mero objeto. Porque cuando el hombre se aleja de Dios, no se hace más humano, sino menos humano –como le ocurre a Nabucodonosor en el capítulo cuarto del libro bíblico de
Daniel–.
“La religión fue una parte importante de mi educación –dice Hefner–, en términos de ideas y moralidad”. El no cree que la haya rechazado, sólo que en el aspecto sexual le parece “hipócrita y dañina”.
El director de Playboy se considera una persona espiritual, pero no cree en lo sobrenatural. “Creo en la Creación –dice Hefner–; por lo que tiene que haber un Creador de algún tipo, ese es mi Dios”, aunque “no creo en el Dios bíblico, no en el sentido de que no exista, sino que creo racionalmente que el hombre ha creado la Biblia con su percepción de lo que no conocemos”.
EL AMOR QUE NOS LIBERA
El apóstol Pablo nos muestra en el primer capitulo de Romanos, que lo que ha ocurrido es justo todo lo contrario. Al dejar a Dios, nos hemos vuelto a los ídolos. Hemos cambiado al Creador por su creación. Y esto tiene trágicas consecuencias. Comienza un círculo vicioso que hace que despreciemos el único amor incondicional. Puesto que Dios es el único que nos ama sin tener que hacer algo a cambio, ni aparentar que somos diferentes a lo que somos.
Su amor sacrificado (Efesios 5:23-32) nos sorprende, porque no entendemos lo bajo que hemos caído y la maravilla de su afecto. Como dice C. S. Lewis en su iluminador libro sobre Los cuatro amores, nos hemos encerrado en el caparazón de nuestro egoísmo para que no nos hagan daño, cuando tenemos que hacernos vulnerables, para experimentar el amor. Puesto que “el único lugar, donde puedes estar libre de los peligros y perturbaciones del amor es el infierno”, dice Lewis.
“Nos acercamos a Dios –como dice Lewis–, cuando dejamos de intentar evitar los sufrimientos que supone el amor, aceptándolos y entregándoselos, al arrojar nuestra armadura de defensa”. Es entonces cuando llegamos a conocer a Dios, en el sentido bíblico del término. Tenemos una relación personal de confianza con Él, basada en su fidelidad, que nos lleva a experimentar una comunión profunda, espiritual y eterna. La cultura de
Playboy ve nuestro cuerpo y la realidad material como lo único que existe. Cuando la vida pasa –como los años de Hefner–, pero su amor permanece.
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”, dice Jesús en el Evangelio según Juan (17:3). El director de Playboydice sarcásticamente que fue “salvo hace mucho tiempo”, pero la verdadera salvación es conocer a Dios y recibir la vida eterna, cuya gloria excede la realidad presente. Nos eleva y transforma, dándonos esperanza. Porque Cristo es la esperanza de gloria (
Colosenses 1:27), lo mejor está todavía por venir.
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