Se publica ahora –por primera vez en España– el DVD de La mujer milagro, uno de los acercamientos más sorprendentes del Hollywood clásico al lado oscuro del cristianismo evangélico norteamericano. La película que protagoniza Barbara Stanwyck es una de las obras menos conocidas de Frank Capra, autor de ¡Qué bello es vivir! y una extensa filmografía, donde la fe es siempre un elemento esencial para sus historias. Es por esto, que el director católico de origen italiano es considerado por muchos el prototipo de cineasta cristiano.
Capra había nacido en un pueblo de Sicilia en 1897, pero su familia emigró a Los Ángeles en 1903. Cuando entra en el mundo del cine en los años veinte, la Hermana Aimée era ya una popular evangelista, que acababa de construir su monumental templo en esa ciudad, desde donde transmitía sus mensajes por radio a todo el país, como la protagonista de
La mujer milagro. Al igual que el personaje que interpreta Stanwyck, Aimee Semple Macpherson (1890-1944) era conocida por sus sanidades, el uso de medios de comunicación y formas de entretenimiento, antes de fundar la denominación pentecostal de la Iglesia del Evangelio Cuadrangular.
El guión de Capra está basado en una obra de teatro 1927 –Bless You Sister de John Meehan y Robert Riskin–, que tuvo mucho éxito en Broadway, al año siguiente de producirse el escándalo de su desaparición. Ella dijo que había sido secuestrada, pero en el juicio, varios testigos declararon que había estado en varios hoteles y una casa al lado del mar en Carmel, con el encargado de la radio de la iglesia. Ella siempre negó las acusaciones y continuó predicando. Se casó por tercera vez en 1931, pero se volvió a divorciar, muriendo de un exceso accidental de barbitúricos en 1944.
EL FUEGO Y LA PALABRA
Con material tan “edificante”, no es sorprendente que un ateo como Sinclair Lewis (1885-1951) –que fue
Premio Nobel de Literatura–, escribiera una novela como
Elmer Gantry (1927). El nombre de este falso predicador –interpretado por Burt Lancaster en la película de Richard Brooks, que le dio un
Oscar en los años sesenta, conocida en España como
El fuego y la palabra–, se usa todavía hoy en Estados Unidos para calificar a cualquier sinvergüenza que hace de la religión un negocio.
La evangelista que interpretan Barbara Stanwyck y Jean Simmons en el cine –así como Faye Dunaway en una producción de televisión de los años setenta–, es sin embargo una mujer sincera, pero inmersa en un mundo de engaño y manipulación. Esto es lo que hace a esta historia fascinante. Carece del maniqueísmo que muestran las historias de falsos predicadores. Sería la versión femenina de la película que protagonizó y dirigió Robert Duvall en 1997 –
The Apostle, conocida en España como
Camino al cielo–, que es el cuadro más compasivo que conozco de este tipo de evangelistas.
Capra es el director ideal para identificarse con un personaje, que para muchos sería simplemente un farsante. Su visión bondadosa de la vida le ha dado la fama de autor de finales felices, pero, por debajo, hay a menudo un conflicto de fuerte carga social y profundas dimensiones espirituales. Así
en La mujer milagro (The Miracle Woman, 1931), está la lucha entre la fe individual y la religión organizada.
HISTORIA DE UNA DESILUSIÓN
La película comienza con una cita del Evangelio según Mateo –capítulo 7, no 8, como aparece en el cartel–, versículo 15: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen con vestidos de ovejas”. Al que sigue una explicación: “La mujer milagro se presenta como una reprensión contra todo aquel que, bajo el manto de la religión, pretende vender por oro, el mayor don de Dios a la humanidad… LA FE”.
Tras escuchar las campanas de una iglesia, entramos en un culto, donde suena el himno
Santo, Santo, Santo. Es una congregación metodista –aunque apenas se lee el nombre, desde lejos–. Lo que se ve claramente es que un cartel anuncia el mensaje de despedida del pastor. Quien aparece en el púlpito –después de escuchar unos comentarios en los bancos sobre su jubilación forzada–, no es el predicador, sino su hija, que lee el sermón que le ha dictado su padre. Se para de repente, al leer el
Salmo 23, para decir que su padre acaba de fallecer.
De Mille decía que había que comenzar las películas con un terremoto. El principio de La mujer milagro no puede ser más sobrecogedor. La fuerza dramática de las palabras de Florence va acompañada de la solemnidad de un momento que va creciendo en intensidad, a medida que aumenta la confusión y el rechazo a sus acusaciones de ingratitud e hipocresía. La hija cree que su padre ha muerto de desilusión y dolor. Acusa a los diáconos de haberlo mantenido en la pobreza, sin poder tener un coche, ni una tumba decente donde ser enterrado, –cuando “el obrero es digno de su salario” dice citando al apóstol Pablo en 1
Timoteo 5:18–.
Ante la represión del principal de los diáconos, sobre que ese no es el lugar, ni el momento, para ese tipo de comentarios, puesto que están en “la casa de Dios”, Florence le contesta: “¿qué Dios?, ¿su Dios?”. Para ella, no son más que unos hipócritas, mentirosos y adúlteros. Por eso les quiere predicar ahora el sermón –que cree que su padre tenía que haber hecho–, aunque “esta vez sea, en lugar de a corazones vacíos, a bancos vacíos”. Es el mensaje de Jesús condenando a los escribas y fariseos de hipocresía –en el
Evangelio según Mateo, capítulo 23–.
LOBOS VESTIDOS DE OVEJAS
¿Cómo se convierte alguien en un falso predicador? La respuesta de Capra no puede ser más clara: por resentimiento y amargura. Es por eso que Florence acepta el ofrecimiento de un promotor sin escrúpulos, que le propone convertir la fe en un espectáculo, que le permita conseguir el aprecio y el dinero que le han negado a su padre. El ídolo del éxito es claramente un medio para obtener la identidad y la estima que no ha podido conseguir de otro modo en la vida.
En su autobiografía –
El nombre delante del título–.
Capra reconoce que su película está inspirada en Aimee Semple Macpherson, aunque hay obvias diferencias con el personaje de Florence. Parte de su desilusión con la religión, para mostrar una confusión espiritual, que es la que produce el circo que ella representa, ¡donde no faltan ni los leones! Quién piense que esto es exagerado, ¡es que no conoce este mundo! Cualquier cosa sirve para llamar la atención en este tipo de evangelismo por medios de entretenimiento. La farsa llega hasta el punto de manipular los milagros, por medio de actuaciones fraudulentas.
John es un joven compositor de canciones sin éxito, que ha sido piloto y ha perdido la vista durante la guerra. Está a punto de suicidarse, tirándose por la ventana, cuando oye las palabras de Florence por la radio. En él cita a Beethoven y a Milton como ejemplos de personas que hicieron grandes obras, a pesar de sus limitaciones. Es el falso evangelio de la autoestima, el que hace que John recobre la esperanza y se presenta con su casera en el
Templo de la Felicidad.
Florence predica vestida de blanco, acompañada de un gran espectáculo musical. Desciende de una escalera, como una estrella, para entrar en una jaula con leones, ¡ya que Dios puede salvarla, como a Daniel! Ante semejante circo, no es extraño que John pregunte cuándo vienen los elefantes. Cuando pide voluntarios, que demuestren su fe, no aparece el habitual borracho que ayuda a este tipo de farsantes, sino John, que está realmente ciego. Comienza así una relación con Florence, en que ella se va dando cuenta de su falta de honradez.
LA SEDUCCIÓN DE LA IDOLATRÍA
Lo extraño de este tipo de personas, es que realmente cree en los milagros, a pesar de que tengan constantemente que falsificarlos. Se ve atrapada por su propio engaño, ante la amenaza de publicar informaciones comprometedoras sobre ella a un periódico. Se ve así chantajeada por el promotor del espectáculo, que la obliga a irse con él de viaje o revelará la superchería de su mensaje. Florence le confiesa todo a John y va a hacerlo públicamente, cuando se produce un fuego accidentalmente. De pie entre las llamas, pide a la gente fe, en medio del caos, cuando cae desvanecida.
La historia acaba con un final feliz. El promotor sustituye a Florence por un boxeador y ella se une al
Ejército de Salvación –al que perteneció también Aimee Semple Macpherson–
. La película fue un gran fracaso, para el director y el gran público. El productor Harry Cohn se opuso al principio al proyecto, hasta que se creó el personaje del agente y una oportunidad para el arrepentimiento, gracias a un amor redentor. Aquí están, por primera vez, los grandes temas de Capra, pero también una visión de la fe que no va más allá de los buenos sentimientos.
Un ídolo es donde miramos, buscando las cosas que sólo Dios puede darnos. Si la idolatría aparece tan a menudo en la religión, es porque los dones y un ministerio espiritual se pueden convertir fácilmente en un ídolo. El talento, la capacidad, la actuación y el crecimiento, se pueden confundir con lo que la Biblia llama dones espirituales, como el amor, el gozo, la paciencia, la humildad, el ánimo y la mansedumbre.
Unos esperan encontrar apoyo y respecto, por su conducta moral. Mientras que otros han hecho un ídolo de su exactitud doctrinal o el éxito de su ministerio. Lo que lleva a un constante conflicto, arrogancia y justicia propia, así como la opresión de iglesias que abusan.
AMOR REDENTOR
Nuestra dependencia de los ídolos es tal, que sólo un amor redentor nos puede librar de ellos. Podemos cambiar uno por otro, pero nuestra pasión por sustitutos es tal, que pondremos cualquier cosa en el lugar de Dios. Como dice el predicador escocés Thomas Chalmers, sólo el amor de Cristo puede reemplazar cualquier otro afecto que haya en nuestro corazón. No basta un sentido de deber, o de culpa. Estamos hechos de tal forma, que sólo cuando nuestro corazón es cambiado, podemos vivir de forma diferente. Y eso es algo que sólo puede hacer el Espíritu de Dios.
Es cuando nos asombramos del amor sacrificado de Cristo, que tenemos verdadera conciencia del mal que hacemos.
Si nos arrepentimos solamente por temor a las consecuencias, no sentimos verdaderamente nuestra maldad, sino autocompasión. No odiamos el mal. Y por lo tanto no pierde su poder sobre nosotros. Es cuando vemos lo que el mal produce a Dios, por la cruz de su Hijo, que odiamos el pecado y nos maravillamos del amor incondicional de Dios en Cristo Jesús.
La gracia y el perdón son gratuitos, pero costosos, para el que lo da. El perdón tiene un precio, que es asumir la pérdida y la deuda. Florence se ha vuelto cínica y amarga, culpando a otros de su dolor, mientras fantasea con la venganza. En la cruz descubrimos lo que significa el verdadero perdón. Jesús asume nuestro castigo y paga la deuda, que a nosotros nos corresponde. Cuando entendemos lo que ha hecho por nosotros, su entrega nos transforma, reemplazando a cualquier ídolo que haya en nuestros afectos.
Lo que el éxito no puede conseguir, lo logra su amor. No necesitamos hacer nada más, porque Cristo lo ha hecho por nosotros.
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