La inocencia del cura (interpretado en la película por el actor de
Full Monty, Tom Wilkinson) no quedó nunca clara. La muerte de la chica representada por Jennifer Carpenter, fue para algunos, culpa del medicamento que los doctores le suministraban, manteniéndola semidrogada. Pero para otros, fue del exorcista, que la dejó aislada, sin alimentación ni cuidado sanitario durante demasiado tiempo. El padre Moore fue defendido por una abogada, cuyo papel recae ahora en la maravillosa actriz neoyorquina Laura Linney, que se hizo conocida hace un par de años como esposa del doctor Kinsey.
La publicidad sugiere una truculenta película de terror, pero no hay que dejarse engañar por las apariencias.
Cuando uno ve los carteles con ese rostro desencajado, magullado y horrible, nadie espera encontrar un trabajo tan serio como el de Derrickson, que firma un guión junto a Paul Harris Boardman, sólido y bien documentado. El film se basa en una serie de
flash-baks, elegantemente dirigidos y muy bien ambientados, con el juicio como elemento de unión. Esto otorga a la historia una claridad expositiva, que a veces resulta demasiado exhaustiva. En parte, porque desde el principio se sabe que la chica murió durante la ceremonia. Por lo que se espera un clímax, que nunca llega. La carta final da sin embargo una explicación esencial para un caso, que recibe en esta película una interpretación justa, densa y emocionante.
EL MISTERIO DEL MAL
Desde la
Ilustración, el pensamiento occidental se ha visto dominado por una visión del mundo que no acepta lo sobrenatural. La creencia en realidades espirituales se ve así como un vestigio de una superstición primitiva, que no tiene lugar en el mundo moderno.
El problema es que la existencia de seres espirituales no puede ser probada por métodos científicos. Cuando se mantiene una visión mecanicista del universo, todo se atribuye a causas naturales. No hay lugar entonces para creer en ángeles o demonios. Pero el hombre sigue perplejo ante el misterio del mal.
¿Cómo explicar el poder del mal en el mundo? ¿Se debe solamente a la perversidad humana? El más serio problema filosófico para creer en un Dios bueno y todopoderoso es el problema del mal. Esa es la pregunta que se hace Job en la
Biblia. Y la respuesta apunta desde sus primeras páginas a un espíritu rebelde a Dios, cuya esencia es la maldad. Ya que Dios no es el autor del mal, sino Satanás, la figura que aparece en Génesis 3 como una serpiente que habla con astutas palabras, poniendo en duda la bondad de Dios. Es la criatura que juzga a su Creador, sembrando dudas sobre su justicia y benevolencia.
La serpiente dice en el Edén que si el hombre come del fruto prohibido, no morirá. Así que cuando Adán y Eva lo hacen, sin morir a continuación. Parece que han descubierto la verdad. Se les han abierto los ojos (v. 7). Pero las cosas no son como parecen. Al intentar ser como Dios, la criatura se independiza del Creador. Desde ese momento nos hemos arrogado el derecho a decidir por nosotros mismos qué es lo mejor para nosotros. Ya no hay bien, ni mal, sino lo que a nosotros nos convenga. Los resultados son ahora evidentes. Así que el problema del mal no es de Dios, sino nuestro.
EXORCISTAS Y EXORCISMOS
¿Cómo lograr así exorcizar nuestros demonios?
El exorcismo está tan arraígado en la cultural natural del hombre como el animismo. Ya entre los babilonios y asirios encontramos una serie de técnicas consistentes en recitar conjuros relacionados con ciertos objetos (atando, por ejemplo, un hilo blanco y otro negro a la cama de la víctima, mientras se invoca al espíritu del cielo y de la tierra). Así los budistas tibetanos usan una trompeta hecha con un fémur humano para sus ritos. Los sacerdotes taoístas emplean amuletos, y entre los musulmanes es especialmente conocida la mano de Fátima (que representa la sagrada familia de Islam).
En el judaísmo, el
Talmud y la
Midrash incluyen libros como los de
Los Jubileos, donde un ángel da a Noé hierbas secretas contra los demonios, que pasa luego a su hijo mayor, Sem (10:10-14). O el arcángel Miguel revela cierto nombre esotérico como protección (69:14-15). Así en el libro apócrifo, para los judíos, de
Tobías, se quema el hígado y el corazón de un pez con incienso, expulsando un demonio por los aires hacía Egipto (8:1-3). Los libros canónicos del Antiguo Testamento, no contienen sin embargo ningún procedimiento exorcista.
Satanás aparece en la Escritura como "el príncipe de este mundo" (Juan 14:30; 16:11). ¿Significa eso que el diablo tiene autoridad sobre los hombres? Puede dar esa impresión al leer estos textos que hacen pensar que Satanás ha recibido este poder tras la caída del hombre en el Edén (Génesis 3), ya que le promete también a Cristo los reinos de este mundo cuando es tentado en el desierto. Pero el cuadro bíblico es bastante diferente: Adán tenía a su cargo la creación, pero nunca fue señor de ella, por lo que ninguna autoridad se podía traspasar del hombre a Satanás tras la Caída. Si el hombre está bajo el dominio de Satanás es sólo a causa del pecado (Hechos 26:18), que le hace cautivo en su rebelión (Colosenses 1: 13).
El exorcismo en el Nuevo Testamento no está basado en un ritual, sino en la proclamación del mensaje de salvación en Cristo, acompañado por la oración que sabe que no hay expulsión de Satanás sin venir a Cristo (Juan 12:31-32). Es por la obediencia de la fe, que el hombre deja de rebelarse contra Dios y recibe la victoria que Cristo ha obtenido en la cruz (Colosenses 2:14-15),
atando al hombre fuerte y saqueando su casa (Marcos 3:27).
Al vencer sobre el poder del mal, la única relación que tenemos con Satanás, que es nuestra culpa (1 Juan 3:8-10), queda rota al confiar que por su muerte somos libres del pecado por el sacrificio que Él ha hecho en nuestro lugar. Satanás entonces ya no tiene más dominio sobre el creyente (1 Juan 4:4; 5:18).
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