El poder que merece la pena

¿Recordáis la película “La lista de Schindler”, de Stieven Spielberg? El protagonista, Oscar Schindler, entra en un campo de concentración y tiene la oportunidad de hablar en varias ocasiones con uno de los comandantes al mando. En una ocasión, el dirigente nazi dispara a un prisionero que iba andando por una de las calles del campo de concentración, sin ningún motivo, sólo por el puro placer de matar. Oscar le pregunta al militar: “¿por qué lo haces?” El comandante le responde: “Para sentir pod

CON OTRO RITMO AUTOR Jaime Fernández Garrido 29 DE MARZO DE 2007 22:00 h

El perdón es uno de los grandes regalos que Dios nos dio. Cuando no sabemos perdonar nos rodeamos de enemigos, y el más grande de todos somos nosotros mismos. Cada vez que no perdonamos a otro, el resentimiento y la amargura anidan dentro de nosotros, y no somos capaces de vivir sin ellos. Cuando cualquiera de los dos aparece, de poco sirve que luchemos denodadamente por dejarlos en las afueras de nuestra existencia: se te cuelan hasta lo más hondo, sólo por fastidiar. Y hay que reconocer que lo consiguen.

El resentimiento se hace fuerte en el pasado. Recordamos cosas que otros nos hicieron, y adornamos esos recuerdos con odio y enemistad. Buscamos el rencor y la venganza, y sólo nos sentimos tranquilos cuando creemos que se ha hecho justicia (justicia a nuestro favor, claro). Y creo que no estoy dando una exposición macabra de sentimientos imposibles: basta con que de vez en cuando miremos a nuestro corazón.

Peligroso es también nuestro resentimiento cuando lo orientamos hacia nosotros mismos por haber fallado, por equivocarnos en alguna decisión o simplemente, por haber sido "tontos". Hay cosas que no nos perdonamos jamás.

Y lo peor de todo, es que cuando fallamos, o somos engañados por otros, inconfundiblemente aparece también nuestro resentimiento hacia Dios ¿? Así somos de inteligentes.

La amargura tiene que ver con el presente. No sólo manchamos nuestro pasado de recuerdos odiosos, sino que no quedamos contentos hasta que nuestra experiencia actual se hace completamente frustrante. Y conseguimos ser los reyes del masoquismo puro: sólo parecemos encontrarnos bien cuando amargamos nuestra existencia (y de paso la de los demás).

Así es el hombre de hoy: le gustaría tener esperanza en cuanto al futuro (y de hecho algunos quieren decir por ahí que la hay), pero esa esperanza no puede nacer del resentimiento o la amargura. La única esperanza que puede llegar a vencer nuestra propia maldad, viene de Arriba. Del Único que conoce el futuro.

Supongo que sabrás a Quien me refiero, ¿no?

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