Algunos, tras la revolución de 1868, buscaron en el protestantismo no solo el fundamentar sus creencias sino satisfacer sus tendencias filosóficas y políticas.
Al entrar en el espacio dedicado a las primeras congregaciones madrileñas, es bueno releer a Marcelino Menéndez Pelayo que vio la revolución de La Gloriosa como un desastre nacional y una lucha encarnizada contra la iglesia católica. Los evangélicos en cambio, vieron la revolución de 1868 como una oportunidad de poder proclamar el evangelio, pues las leyes seguían siendo contrarias a la libertad religiosa que se necesitaba.
Según este erudito, Madrid también se unió a este “camino de heroicidades” cuyos revolucionarios del Ayuntamiento dieron cuenta de los pocos recuerdos del antiguo Madrid como las parroquias de la Almudena, de Santa Cruz y de San Millán, el convento de Santo Domingo el Real y otros. Fue un momento en que algunos comités revolucionaros actuaron contra la Iglesia católica, suprimiendo la Orden de los jesuitas, cerrando monasterios y conventos, dando libertad para dirigir y establecer escuelas. Pero lo que más dolía al polígrafo santanderino no eran los edificios sino las ideas de los primitivos demócratas que proclamaban libertad de imprenta, libertad de cultos, libertad de asociación, libertad de enseñanza y volvían a sus cátedras los krausistas que habían sido separados. Se defendió en las Cortes la idea de la separación de la Iglesia del Estado y algunos consideraron la religión en si misma como un mal y la iglesia católica como la forma religiosa más peligrosa.
En aquel famoso discurso de Castelar en las Cortes, no le había gustado a don Marcelino, el “paralelo entre el Dios del Sinaí lanzando truenos y el Dios de la dulcísima misericordia “tragando hiel por su destrozada boca y perdonando a sus enemigos en el Calvario”. Prefería los otros discursos de Castelar, que como buen político procuraba mitigar los ecos de ese discurso en las Cortes de los dos montes y que contenían una confesión personal “henchida de lirismo sentimental”. “Yo, señores diputados -así decía Castelar-, no pertenezco al mundo de la teología y de la fe, sino al de la filosofía y al de la razón. Pero, si alguna vez hubiera de volver al mundo de que partí, no abrazaría ciertamente la religión protestante, cuyo hielo seca mi alma; esa religión enemiga constante de mi patria y de mi raza, sino que volvería a postrarme de hinojos ante el hermoso altar que inspiró los más grandes sentimientos de mi vida, volvería a empapar mi espíritu en el aroma del incienso, en las notas del órgano, en la luz cernida por los vidrios de colores y reflejada en las doradas alas de los ángeles”.
Menos aún le gustaban los discursos de Fernando Garrido que poco tenían de música celestial, porque declaraba que el catolicismo había muerto ya que los cartujos en vez de hablar de Dios se dedicaban a fabricar licor “chartreuse” y añadía: “La revolución de septiembre ha sido, más que una revolución política, una revolución anti-religiosa.” Sin embargo es necesario apreciar la descripción que hace Menéndez Pelayo del clima en que se desenvuelve la lucha por las libertades y el poder político de la iglesia católica, que en las peores circunstancias como fueron aquellas, aún logró mantener privilegios que se mantienen en España casi siglo y medio después.
Las iglesias históricas de la Reforma se establecieron en Madrid con cierta rapidez después de 1869, tales como la Iglesia Evangélica Española (IEE), las iglesias Presbiterianas o Reformadas independientes, la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE), las Asambleas de Hermanos y, dentro de las iglesias Bautistas, la Unión Evangélica Bautista Española (UEBE), la Federación de Iglesias Evangélicas Independientes de España (FIEIDE) y otras iglesias Bautistas independientes. Cita Menéndez Pelayo algunos nombres que tras la revolución buscaron en el protestantismo no solo el fundamentar sus creencias sino satisfacer sus tendencias filosóficas y políticas. Es el caso del periodista republicano Francisco Córdova López director de “El Amigo del Pueblo” que con los redactores y personal del diario hizo apostasía del catolicismo abrazando el protestantismo ante el capellán de la Legación inglesa. Añade Menéndez Pelayo que “aceptando y proclamando la Reforma de Lutero” (i). Otro de los citados en su “Historia de los heterodoxos españoles” y también no muy conocido, es Tristán de Medina, “natural de Bayamo, en la isla de Cuba, famoso predicador, de estilo florido, sentimental, vaporoso y adamado, sin fondo ni gravedad teológica. Ya antes de la revolución, un sermón que predicó en Alcalá había sonado a herejía y a negación del dogma de la eternidad de penas. De resultas se le formó expediente en la vicaría de Madrid a instancia del P. Maldonado, de donde resultó quedar suspenso de las licencias de confesar y predicar. Desde entonces, D. Tristán Medina (tenido hasta entonces por neocatólico y ultramontano y maltratado por ello en una letrilla de Villergas) intimó con los corifeos del partido republicano, y especialmente con Castelar, peroró en sus reuniones, escribió en La Discusión y en La Democracia y vivió en actitud, sino herética, a lo menos cismática, hasta 1868. Don Tristán puede decirse que hace campo aparte, y nunca ha tomado parte muy notoria en los trabajos de evangelización de Madrid, dirigidos hoy, según parece, por M. Flidner, empleado de la Legación de Prusia.”
Otro de los repudiados es Manuel Núñez de Prado autor de una Conferencia pronunciada en Barcelona el 15 de julio de 1869 sobre la “Falsedad del poder espiritual del Papa” y que fue colaborador del pastor evangélico Vallespinosa en Barcelona. Es Núñez de Prado, licenciado en teología en el seminario protestante de Ginebra y autor de esta obra que apareció editada con otra de Joaquín María Bartrina “El Clero, su origen, sus vicios y sus crímenes : historia de los sacerdotes de todas las religiones/ por Joaquín M. B. -- Barcelona : Establecimiento Tipográfico editorial de Luis. Núñez de Prado fue director de “La Opinión Nacional” 1868-1870, diario político de cuatro páginas.
Los siguientes que cita don Marcelino y formaron una Asamblea Nacional en 1972, son más conocidos. Así aparece en la Asamblea D. Antonio Carrasco, como presidente, y D. Félix Moreno Astray, como secretario. Días antes se había celebrado el sínodo de la iglesia española, “concurriendo a él los Sres. Moore, Ruet, Jameson, Carrasco, Scharf y González, como representantes de las cuatro iglesias de Madrid; D. Julio Vizcarrondo, como presidente de un comité, y los Sres. Cabrera, Eximeno, Astray, Castro, Sánchez López, Sánchez Ruiz, Alhama, Vargas, Hernández, Trigo, Empeytaz y Tuduri, como pastores, respectivamente, de las iglesias de Sevilla, Zaragoza, Camuñas, Valladolid, Córdoba, Huelva, Granada, Málaga, Cádiz, Cartagena. Barcelona y Mahón, agregándose además a la asamblea, a guisa de consiliarios, el consabido Flidner, Gladstone, Amstrong, Rebolledo de Felice y Flores.
Una persona casi olvidada también, aunque de nombre muy leído es el escritor e impresor José Cruzado y Montalvo. La necrológica apareció en Revista Cristiana de 1891 en la que destacaba algunos aspectos de su obra. Decía:
“ In Memoriam. Don José Cruzado.
D. José Cruzado y Montalvo, que durmió en el Señor a las cuatro de la mañana del lunes 10 de Agosto 1891. Ya estaba empezada la impresión de aquel número, cuando la enfermedad penosa de nuestro amigo terminó en el sueño de los justos. Ni diremos hoy muchas palabras de aquel modesto y devoto obrero, cuya vida entera fue consagrada a la propagación del Evangelio y de los libros, folletos, tratados y periódicos evangélicos. Bienaventurados los muertos que desde aquí adelante mueren en el Señor. Sí, el Espíritu dice, que descansan de sus trabajos; y sus obras les siguen.
Ya en tiempos de Isabel II trabajaba nuestro amigo juntamente con su principal y amigo el Sr. Alegría en la impresión de los libros de los reformistas antiguos españoles, que fueron secretamente publicados por D. Luis Usoz y Rio, y sirvieron para guardar esta semilla bendita de los antiguos mártires españoles para tiempos más felices. También se hizo en aquella imprenta, y fue guardada cuidadosamente en la cueva, la primera impresión de la Biblia, traducción de Scio, hecha por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera en España. Sin embargo, este tesoro escondido fue descubierto, y sólo a la intervención diplomática de la Gran Bretaña se debió que no fuese quemado sino llevado a Bayona. Allí se conservó este sagrado depósito hasta que el día de la libertad amaneció en nuestra patria; y entonces estas Biblias sirvieron como los primeros mensajeros de la gracia de Dios en España.
Con la muerte del Sr. Alegría se había cerrado también la imprenta; pero nuestro amigo é infatigable obrero, señor D. L. B. Armstrong no descansó buscando por todo Madrid, hasta que encontró de nuevo a nuestro amigo Cruzado y le encomendó las primeras impresiones evangélicas. Los millares de Biblias y Evangelios y los centenares de de millares de tratados que llevan el pié de su imprenta darán por muchos años aún testimonio de los trabajos que él ha hecho durante este periodo de más de veinte años. Lo que no se ve, pero lo que conservamos fielmente en la memoria, es la paciencia, el celo y la inteligencia que empleaba con tan diversos correctores, y muchas veces tan multiplicadas correcciones, para que nuestros impresos ocupasen un lugar digno entre tantas publicaciones de la capital de España; y a fuerza de trabajos lo consiguió.
Las pruebas y aflicciones por las que han de pasar los cristianos para entrar en el reino de Dios, no escasearon en su vida; le hicieron más humilde y manso; y jamás oímos de sus labios una queja, aun cuando en los últimos años se debilitó su vista mucho. La enfermedad que le llevó a las puertas del cielo era sumamente penosa; pero su paciencia, fortalecida por el gran Pastor de las almas, nuestro Señor Jesucristo, venció también esta última prueba. No olvidaremos nunca, cómo respondía en el último día, ya que no podía hablar, con suspiros, a las palabras de la consolación de la Divina Palabra, queriendo así indicar cómo su espíritu se unía a las oraciones que se elevaban al lado de su cama al gran Libertador de la muerte. En el valle hondo de las sombras de muerte, su Salvador estaba con él y le confortaba con su presencia.
¡Have, pia ánima! ¡Que su espíritu descanse sobre su nieto! ¡y que no falten nunca a la obra de Dios en España hombres de su valía, modestos, trabajadores, cristianos, no de palabra, sino de obra y de corazón! Ya se aumenta arriba el coro de los compatriotas nuestros, que han sido salvados por la libre gracia de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, amados hermanos míos, estad firmes y constantes, trabajando siempre más y más en la obra del Señor, puesto que sabéis que vuestro trabajo en el Señor no quedará sin recompensa.”
Uno de los compromisos de José Cruzado que muestran la constancia de su labor es la Revista “El Cristiano” Boletín Semanal de Vida y Obra Cristiana, publicado por la Sociedad de Tratados de Londres, en Madrid. Tenía 8 páginas, bellísimos grabados y salía de la Imprenta de José Cruzado, en la calle Peñón, nº 7. Siguió viendo la luz hasta el año 1919, superando los 2.500 números. Cifra nunca alcanzada, ni antes ni después, en la prensa protestante española.
Siguiendo a Menéndez Pelayo que tiene datos recientes de lo que ocurre en Madrid, aunque pretenda desacreditarlos y confundirlos, nos sirven para hacer una presentación de las iglesias que en 1872 están establecidas en Madrid. Acude el santanderino a Vicente de la Fuente, más ultra católico que él, citando su “Respuestas al manifiesto de la asamblea, etc., etc. (1872), donde afirma que llegaban en aquella fecha, los que se decían protestantes, al número de 3.623, repartidos en nueve capillas, siete con escuela y dos sin ella, situadas en las calles de la Madera Baja, de Calatrava, del Gobernador, de Lavapiés, de Válgame Dios, en la plaza del Limón, en los barrios de las Peñuelas y Vallehermoso y en Cuatro Caminos.”
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(i) http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_C%C3%B3rdova_L%C3%B3pez
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