Nunca llegaremos a la perfección, pero es una batalla que merece la pena, una lucha en la que hay que empeñarse, porque con cada paso que damos conseguimos que la vida sea más parecida a lo que Dios quiere.
Cuando Leo Messi llegó al FC Barcelona comenzó jugando en el equipo cadete. Desde el primer momento fue el jugador clave en el equipo. Durante un partido, y en una dura entrada, sufrió la rotura del pómulo. La semana siguiente se celebraba la final de la Copa del Rey contra el Espanyol, y aunque los médicos le dijeron que tenía que estar al menos quince días sin jugar, Leo consiguió una máscara para la cara y con el pómulo roto comenzó el partido. A los pocos minutos de comenzar el encuentro fue al banquillo y tiró la máscara: “Míster, no veo nada”, dijo. En la primera parte el equipo ya ganaba 3-0 y todos le convencieron para que no jugara la segunda parte, porque era muy peligroso jugar así. Ganaron el partido 4 a 1.
Nos asombran las hazañas de los héroes, pero no debemos olvidar que la capacidad para hacer algo que parece imposible vive en nuestro interior. No necesitamos ser personas extraordinarias, ni estar preparados para momentos estelares. Gran parte de las actuaciones que transformaron vidas fueron realizadas por mujeres y hombres absolutamente normales.
Siempre hay algo en común en todas esas historias: todos encontraron fuerzas para defender aquello en lo que creían. Todos fueron capaces de luchar por lo que pensaban que merecía la pena. Esa trascendencia vive dentro del corazón de todas las personas en el mundo. Todos somos héroes diseñados para vivir o hacer lo que parece imposible.
Todo depende de lo que creemos que es importante. ¿Cuál es la razón por la que estarías dispuesto a entregar tu vida? ¿Por qué motivo empeñarías tu vida con tal de conseguir lo que parece imposible?
Algunas respuestas pueden tener que ver con algo concreto, un objetivo que se pueda medir: luchar contra el hambre, el racismo, la incomprensión, ayudar a las personas solas y necesitadas, a los que sufren… Otras respuestas pueden llevarnos a intentar vivir de una manera diferente: tener paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Todas las respuestas son perfectamente válidas. La lucha por lo imposible en nuestro mundo tiene que ver siempre con el hecho de que la vida pueda llegar a ser mejor para todos. Esa es una lucha imposible porque nunca llegaremos a la perfección, pero es una batalla que merece la pena, una lucha en la que hay que empeñarse, porque con cada paso que damos conseguimos que la vida sea más parecida a lo que Dios quiere. La de los demás y la nuestra.
El resultado de comprometerse con lo imposible y querer vivir de una manera diferente tiene que ver antes que ninguna otra cosa con lo que hay en nuestro interior: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos! Vuestra bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto pensad” (Filipenses 4:4-8).
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