El Motín provocado contra los evangélicos de Campo de Criptana dio lugar al cierre de la capilla por parte del alcalde, pero la noticia de lo ocurrido se extendió por todo el país.
En 1889 el misionero galés Jorge Lawrence (1831-1894) fundó una congregación en Campo de Criptana (Ciudad Real). Jorge Lawrence se encontraba en España desde 1863, en compañía de los también misioneros Roberto Chapman y Guillermo Gould. Su labor en Barcelona contó desde el primer momento con el apoyo del famoso filántropo evangélico Jorge Müller. Una de las características más sobresalientes de Lawrence fue su extremada generosidad. “Estaba siempre dispuesto a hacer algo por aliviar las necesidades de los demás. Dinero que recibía, dinero que repartía entre los necesitados. En su casa alojaba a quien se lo pedía sin pedir nada a cambio” . Se destacó, pues, por una gran preocupación por los pobres y los destituidos, inaugurando una Casa Asilo en Barcelona que fue el precedente del Hospital Evangélico de Cataluña que trataremos más adelante. Tampoco descuidó la obra literaria, publicando revistas y libros evangelísticos, algunos de ellos dirigidos a los niños y jóvenes. También publicó un Ensayo metódico de lectura y Aritmética que contiene más de 1600 problemas sobre las cuatro reglas simples, y además, para la práctica de la lectura el Evangelio de San Mateo. Editó con la ayuda de la Sociedad Bíblica Trinitaria una edición de la Biblia Reina-Valera con citas paralelo-aclaratorias y notas textuales en 1882.
“En su labor fue acompañado por sus hijas, siendo seguido por ellas en el interés por la literatura y la ayuda en el consejo pastoral. Una de ellas, Isabel, hizo una importante labor de composición musical para el canto congregacional. Sus himnos todavía se cantan en las comunidades evangélicas de España, en castellano y también traducidos al catalán”. El más conocido de ellos es “Cristiano alaba a tu Señor” (i).
En el periódico satírico El Motín, año IX, supl. al núm. 18, del 9 de mayo de 1889 apareció esta crónica sobre el Campo de Criptana, titulada : Santa Intolerancia.
Instalóse en Criptana una capilla protestante, y el cura predicó desde el púlpito una verdadera cruzada contra el pastor. Este tiene varias hijas, solo que su religión le permite exhibirlas noblemente, mientras otras obligan á sus ministros á tenerlas de ocultis.
Calificó de inmorales á los protestantes, que, según dijo, iban á prostituir á los buenos cristianos, y hasta los motejó de verdaderos mercachifles, siendo así que él es cura propio de no sé qué punto, pero ha ido á ponerse al frente de aquellas ovejillas en calidad de ecónomo, porque allí caen más misas y más gajes que en su curato. No hay para qué advertir que los sermones en que tan al pelo se despachaba, le valían también su tanti cuanti.
Prescindamos de no sé qué insultos y hasta amenazas que le dirigieron en la calle al pastor, para hablar sólo del fervor católico del cura.
Convocó en la iglesia una reunión para tratar de la expulsión del maldecido protestante, que ha ido á hollar con su inmunda planta aquellos terruños clásicos del verdadero catolicismo; faena en que los maestros de escuela le ayudaron como héroes, aconsenjando después á sus discípulos que al pasar junto á la capilla cantasen coplillas á la vírgen, la vitoreasen y no sé qué otros excesos.
Afortunadamente la autoridad municipal, sabedora de esta excitación, paró los pies á los maestros, aunque no les recompuso el cerebro.
Al día siguiente organizó el cura una manifestación femenina de ventorreras, beatas semiemparentadas con los clérigos y un grupo de chicas, que salió de la iglesia y volvió a ella después de recorrer cantando las calles, y sin olvidarse de pasar por delante de la capilla evangélica; manifestación que no debió consentir la autoridad, por ser hostil á un culto garantizado por la Constitución.
Si en su debut encontró obstáculos el pastor, no los tuvo menores para encontrar casa. Un vecino se negó á alquilarle una de las dos que tenía vacantes; el apoderado de otro propietario le alquiló una, pero al enterarse el dueño, el pastor tuvo que salir pitando. Otro le alquila otra, pero sábelo el cura, se presenta en su casa, amenaza á su mujer con las penas del infierno, y, pelotera matrimonial; pues el marido no se presta á deshacer el contrato, ni la mujer quiere ir á las calderas de Perico á que la frían como una sardina.
Estos pugilatos herético-católicos, que se dan siempre que un ministro protestante quiere establecerse en un pueblo, dan idea de la cultura del clero católico y del olvido en que las autoridades ponen las leyes cuando hay de por medio un cura.
A nosotros, que no profesamos otra religión que la del trabajo y la dignidad, nos tienen completamente sin cuidado esas luchas de los empresarios de almas; pero no podemos por menos de lamentar que el fanatismo estúpido se imponga de ese modo y se vulnere así el derecho de los que ponen tienda de efectos espirituales en competencia con los que se creen los verdaderos zaragozanos del tráfico (ii) .
La acritud de los debates también deja ver el ingenio y el pensamiento de aquellos años del último tercio de siglo, así como la violencia que esto provocaba. Cuando en 1889 Lawrence abre la capilla en Campo de Criptana al amparo de la Constitución de 1876, quedó demostrado que la Ley no garantizaba las libertades, ni las autoridades podían controlarlo. La imagen de Campo de Criptana que transmitió la prensa de la época debido a estos acontecimientos, tanto la española como la extranjera, fue nefasta.
Entre los tumultos provocados, donde el grupo de creyentes fue perseguido y tuvo que ser protegido por la policía, uno de ellos, logró cerrar la capilla provisionalmente, pero esto no asustó a los evangélicos. Dice el relato siempre jugoso de emociones y esperanza en Dios de Fliedner que define muy bien estos tiempos de continua persecución:
El cordero siempre tiene que pagar por haberle enturbiado el agua al lobo, que está en el río más abajo que el cordero. Entonces procuraron asustar a los evangélicos de forma distinta, para expulsarlos posiblemente de esa manera. Sin embargo, el grupito pequeño seguía soportando con mucho valor. Ya que no podían ir los domingos a la capilla, se reunían todas las noches en casa del evangelista, leían las Escrituras y aprendían los hermosos himnos que les cantaban las hijas del evangelista. Pero el adversario les tiene un odio especial a nuestros himnos; bien nota que después de la Palabra de Dios son el arma más potente con la que el Evangelio va conquistando las aldeas y los poblados. Así pues, una noche se presentó la policía del ‘alcalde mayor’, pues tal es el título orgulloso que ostenta el jefe supremo de Criptana, para comunicar al evangelista que le habían impuesto una multa de 15 pesetas, porque el canto de sus hijas molestaba a todo el vecindario. ¿Qué podía hacer sino callar, sufrir y pagar?...
Allí estábamos sentados en la amplia habitación en la que no cabían todas las personas, de modo que algunas todavía estaban en el zaguán, y después que hubimos orado juntos y nos hubimos fortalecido y consolado con la Palabra de Dios, empecé a enseñar al público y especialmente a las hijas del evangelista, unos himnos nuevos, sin preocuparme por la multa de 15 pesetas de la cual pudiéramos estar amenazados. Hay que reconocer que la multa no nos fue impuesta, de lo que me alegré muchísimo, pues antes necesitábamos el dinero para nuestros huérfanos, que no para multas por cantar, para el rígido señor ‘alcalde mayor’. Pero se oyeron bien lejos nuestros cánticos y si alguno de vosotros hubiera pasado por allí, enseguida habría reconocido la música de Despertad, la voz nos llama’, ‘A la luz, a la luz’, ‘Te alabamos, ¡oh gran Dios!’, ‘De Jesús cordero soy’, ‘Alma, bendice al Señor, Rey potente de gloria’, y otros más. Y cuando ya muy entrada la noche caminamos a la estación de ferrocarril, distante una hora y media, seguían sonando en el corazón las palabras del Salmo 121, con las cuales nos habíamos despedido: ‘El Eterno te guardará de todo mal, él guardará tu alma, el Eterno guardará tu salida, tu entrada desde ahora y para siempre’, y el himno final ‘La causa es tuya ¡oh Salvador! Qué en nuestra mano está y porque es tuya mi Señor, jamás perecerá’.
Lo principal es que el evangelista y sus hijas han perseverado allí con paciencia. Bien es verdad, que todavía no cesaron las persecuciones ni los vejámenes. En la procesión del Corpus Christi todos los niños, grandes y pequeños, se dirigieron a casa del evangelista, ¡bombardeándola a pedradas! y, por el peso de las piedras, se veía también que algunos adultos habían tomado parte. Pero el alcalde, a quien acudieron para quejarse de estas salvajadas, mandó que se les contestara que no se les perseguía en absoluto, y que podían estar seguros que la noble nación española les protegería en todos sus derechos. Para recalcar más esta afirmación, en la que nadie creía les envió un escrito oficial en el cual, a la derecha se leía: ‘alcaldía, oficina internacional’. Yo he visto este célebre documento con mis propios ojos; acaso haya pensado el alcalde mayor de Criptana, entablar dentro de poco relaciones con el príncipe de Bismarck para elaborar una ley internacional de tolerancia.
Todo el tiempo no cesaron los vejámenes, las coplas burlescas, las pedradas. En la calle cantaban ‘Cuando muera el tío cojo (el evangelista cojeaba un poco), sé dónde le enterraremos, donde tiran a los perros, desolladero de cuervos’. A uno de los colportores le pusieron el mote de Marquitos, por haber vendido muchos evangelios de Marcos, a él le cantaban ‘Rogando a Dios por España, Marquitos subió a los cielos y San Pedro respondió: te voy a romper los huesos’. Ciertamente un lenguaje muy digno que se pone en la boca del llamado ‘portero del cielo’. Otra copla parece surgida en el mercado ‘Por dos perras los garbanzos, por una perra jabón, y fuera los protestantes que no tienen religión’. Hemos visto nosotros mismos las piedras grandes con las que se ha apedreado a las muchachas evangélicas y la casa; y para que no falte tampoco lo gracioso en este caso, los apedreantes en su santo celo, rompieron la ventana de la casa del maestro católico, que vive al lado de los evangélicos, creyendo que esa ventana también les pertenecía a los herejes. El centro de esta enemistad parece estar en casa de un conde de Cabezuela, donde entra y sale el cura, y cuyo cochero quiso atropellar a unas muchachas evangélicas que iban a la estación; y cuando el alcalde aterrorizado por el tumulto de los escolares dijo a los maestros que prohibieran a los niños tirar piedras, le contestaron ‘Bueno, que se lo prohíban los que se lo han mandado’ (es decir, los curas).
Los enemigos triunfaban porque la capilla seguía cerrada, sin conseguir nada todas las reclamaciones ante el gobernador de la provincia. El Gobierno, entonces conservador, mantenía como veremos más adelante, la tolerancia para los disidentes, lo que no impide sin embargo, que al entrar en funciones, inmediatamente los elementos reaccionarios se hicieron valer en las provincias, padeciendo nuestras congregaciones muchas veces tribulación en las aldeas. Eso se manifestó en Criptana más que en ningún otro lugar. Yo bien sabía que la lucha era encarnizada, preparé mis asuntos por si acaso no volvía, y las pocas frases que escribí el 28 de febrero,(1889?) iban precedidas de las palabras: ‘Esta noche voy a una cueva de leones, no sé si volveré de ella’. El domingo por la mañana celebramos una pequeña reunión y escuela dominical; cuando por la tarde me estaba preparando para predicar, un estampido terrible hizo temblar toda la casa. ‘Han disparado contra nosotros’, dijeron. Pero el disparo sólo era una piedra enorme, lanzada contra la puerta de la casa. Cuando por la noche habíamos empezado nuestro culto en la sala grande, tiraron de continuo piedras, que pesaban muchos kilos, contra la puerta y las maderas de las ventanas. No recuerdo ningún momento en que haya necesitado tanto dominio de mí mismo, para terminar el culto tranquilamente. El desasosiego de las aproximadamente cien personas reunidas, aumentaba por momentos. Los adversarios fuera se hacían más atrevidos, las piedras llovían sin cesar contra la casa. Pero nosotros, acompañados por ese ruidoso comentario, predicábamos acerca de la Palabra de Cristo: ‘Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, orad por los que os ultrajan y os persiguen’, y esto último lo hicimos también al terminar el culto. Pero ahora se avecinaba el peligro verdadero. Ni las mujeres ni los niños se atrevían a salir de la casa. Unos cuantos hombres decididos querían pedir cuenta a los perturbadores, pero por estar ellos mismos tan acalorados que era de temer que surgiese una riña sangrienta, los retuve para salir yo mismo y avisar a la policía. Pues ha de saberse, que la comisaría apenas distaba unos 50 pasos, y desde allí podían contemplar todo el barullo. Otra vez nos acordamos, como tantas otras en nuestro trabajo, de un pasaje en los Hechos de los Apóstoles. Con motivo del alboroto en Éfeso se dice: ‘y queriendo Pablo salir al pueblo, los discípulos no le dejaron’. En cuanto al apóstol Pablo y mi humilde persona, desgraciadamente la comparación no es adecuada, pero sí respecto de los discípulos de Éfeso y de Criptana. Estos últimos se colgaron de mi chaqueta, se agarraron a mis pantalones, me sujetaron los pies, me estorbaron el paso; bueno, que me fue imposible llevar a cabo mi propósito. Nunca he visto cosa igual; si la horda salvaje asaltaba la casa, no había resistencia posible. Sin embargo, estaba con nosotros el Señor que ordenó al mar embravecido ¡calla!, e increpó a la tempestad ¡enmudece! La horda se había sosegado, y como el arco iris tras la tempestad, se presentó la policía después de habernos abandonado dos horas en medio del alboroto. Por la noche caminé, acompañado de los hermanos, hasta Alcázar de San Juan, la estación de ferrocarril a una hora y media, y de allí volví a Madrid, donde escribí a nuestro actual presidente del Consejo de Ministros, Cánovas del Castillo, todo lo ocurrido diciendo, entre otras cosas, que como ya sabía él, en otro tiempo yo había pasado por algunos trances en España, pero que jamás había visto alboroto semejante. Al día siguiente me agradeció la noticia en un escrito muy cortés, diciendo que se habían enviado las órdenes pertinentes al gobernador de la provincia y al juez, para evitar tales incidentes en el futuro. Y en efecto, desde entonces se ha preservado la tranquilidad exteriormente.
Sin embargo, no por eso cesaron los disturbios en las reuniones. En los domingos siguientes, volaron de pronto unos pájaros por la habitación durante el culto, que unos chicos habían traído ocultos en el bolsillo y que, naturalmente, se quería que distrajeran la atención de todos a la predicación de la Palabra. Cuando los hermanos poco a poco se habían acostumbrado a estos perturbadores, se dio suelta de repente a un ratón que, muerto de miedo, fue subiéndose por las faldas de una señora. Es fácil imaginar el alboroto subsiguiente. Otro domingo soltaron un lagarto durante el culto. ¡Cómo se ingenia el diablo para impedir que se predique la Palabra de Dios! Pero lo peor fue cuando el 26 de abril se deslizó, de repente, como un rayo, una serpiente, que media una vara, por la capilla. Todo el mundo se encaramó en las mesas y en los bancos, los chicos gritaban, hubo pisotones, los bancos se caían, el alboroto fue terrible hasta que mataron a la serpiente. Frente a tal enemistad no hay más que un remedio, paciencia y fe de los santos”
El Motín provocado contra los evangélicos de Campo de Criptana dio lugar al cierre de la capilla por parte del alcalde, pero la noticia de lo ocurrido se extendió por todo el país. Los republicanos que querían cambiar una sociedad anclada en el Antiguo Régimen lucharon por defender desde la prensa progresista la apertura de la esta capilla protestante que se erigía en símbolo de resistencia y de cambio social y religioso. La Antorcha, periódico de Teruel, de 19 de mayo de 1889 le dedicaba amplio espacio a este asunto:
En el campo de Criptana (Ciudad Real) se abrió al culto hace pocos días una capilla evangélica. Terminada la ceremonia de apertura, en la que no se hizo demostración ninguna externa contraria el espíritu y letra de la Constitución, muchos vecinos del pueblo, instigados por los curas, insultaron á los fieles, y pasando de lo religioso á lo político, ó por mejor decir, confundiendo lo uno con lo otro, comenzaron á dar mueras á la República y á los republicanos. Como es natural, este bárbaro atropello enconó todos los ánimos: los republicanos, justamente indignados por la provocación de que habían sido objeto por parte de los elementos clericales, protestaron, originándose de aquí manifestaciones un tanto tumultuosas que hicieron precisa la intervención de la guardia civil, la cual disolvió los grupos sin necesidad del empleo de la fuerza, pues en realidad los republicanos no pudieron estar más circunspectos. Desgraciadamente la autoridad local que en un principio, y al promulgar el bando recomendado el orden, había cumplido con su deber, hubo de cansarse pronto de observar tan prudente conducta y, cediendo sin duda a sugestiones de los eternos enemigos de la libertad, consintió que, cinco días después de fijado el bando, cerrase la guardia civil la capilla evangélica. Es decir, que el culto disidente, reconocido y protegido por las leyes, tiene garantías en toda España menos en el Campo de Criptana, donde el alcalde se cree superior al Código fundamental del Estado. Es decir, que en el campo de Criptana hay un alcalde para quien el grito de ¡mueran los republicanos! no merece reprensión ni castigo, y lejos de eso premia á los que lo pronuncian, permitiéndoles la satisfacción de que se cierre un templo religioso. Recomendamos á la comisión española en la capital de Francia ese ejemplar de alcalde de monterilla que ha de llamar seguramente la atención del mundo civilizado en la gran Exposición de París. Solo faltaba á los católicos de Campo de Criptana un mosen Pacho (iii) que les capitaneara, para dar un colorido más místico á sus cristianos actos. ¿Qué tal, Sor Esperanza? ¿Son tamañas gentes dignas de alternar con los hombres de bien?
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(i) La historia evangélica de la comarca de Alcázar de San Juan (siglos XVI-XXI) José Moreno Berrocal (Colección “Tesela”, Alcázar de San Juan 2005
(ii) José Manuel Cañas Reíllo. Evangélicos en Campo de Criptana (I): Las vicisitudes de Jorge Lawrence (1889)
(iii) Según José Manuel Cañas Reíllo. Evangélicos en Campo de Criptana “Mosén Pacho” era un personaje muy conocido en la época. Su nombre auténtico era Juan Jiménez de Bruscos. Fue el capellán de la División de Aragón al mando del Brigadier Gamundi y cabecilla carlista. Fue ejecutado en octubre de 1875 por tropas liberales cuando intentaba entrar en Francia.
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