La idolatría del éxito

El éxito y todas las demás rimbombancias que arrastra en su empalagoso caudal, también suele entontecer al ‘exitoso’, quien luego se dedica a ir subestimando a los demás, creyéndose infalible en sus decisiones, aparentando unas veces cordialidad en el trato, pero sin ceder nunca un palmo siquiera de lo que ya tiene predeterminado.

Y si este panorama de glorias y vanaglorias tiene como añadido el ingrediente del Poder (sea el que sea, aún sus sucedáneos), la situación se torna más tragicómica, si ello resulta posible, pues lo que se tuerce ya no sólo afecta al que se estima infalible, sino que alcanza a un amplio colectivo que tiene tras de sí.

Por lo tanto, conviene tener prudencia ante todo tipo de éxito que pueda presentarse en la vida de cada cual, porque sin ese contrapeso podemos tener el fracaso prácticamente asegurado. No es una recomendación baladí, porque el ser humano recae en todo tiempo y vuelve a tropezar, una y otra vez, en la misma piedra. No es momento de ir anotando la retahíla de personajes ‘famosos’ que en todo tiempo han ido cayendo desde lo más alto de la ‘fama’ y/o ‘éxito’, perdiéndolo todo, desde la honorabilidad hasta la propia vida por voluntad propia.

Es de experto asumirse aprendiz. Conviene adoptar esa primera desnudez del ego, esa humildad que conlleva admitir lo que falta por aprender y por saber asimilar lo que otros puedan aportar para que un proyecto, individual o común, no ‘muera’ de éxito, anquilosado o puesto en la más desamparada intemperie, visible para la inmensa mayoría, menos para el ‘exitoso’ y sus leales adláteres.

No hay que tener miedo al disenso, pero tampoco aferrarse a decisiones que conduzcan al abismo y/o suicidio propio o del grupo que se lidera. Es mejor un fracaso previo al logro de las metas establecidas: así la precaución estará cual vigía en la meseta.