Malentendidos

Muchas veces ocurren malos entendidos con las palabras que pronunciamos. Recuerdo hace años, cuando un jugador argentino se dirigió a un árbitro español que había pitado una falta en su contra, diciéndole: "¿Qué cobraste?" (En argentina significa: ¿Qué pitaste?)... El árbitro, muy enfadado respondió: "¿Que yo cobré? (cobrar: recibir dinero de alguien) "¡Fuera del campo, expulsado!”. De nada sirvieron las explicaciones de todos, y es que a veces, las cosas no son como parecen.

¡Cuántos malos entendidos hemos visto en nuestra vida! Gente que pretendía decir una cosa, dijo otra..., y se armó un buen lío. Muchas veces cometemos equivocaciones al juzgar a otras personas. Pensamos que lo que dicen o hacen está mal por alguna razón determinada, y más tarde comprendemos que no tenía nada que ver con lo que nosotros pensábamos.

Cuando aparece un conflicto entre dos personas, no siempre uno de ellos (o los dos) tienen la culpa: a veces es simplemente, un malentendido. Uno dijo, y el otro pensó que había dicho; el primero interpretó la respuesta del otro, y éste a su vez se enfadó por lo que le contestó aquél. Y puede que ninguno de los dos haya dicho nada malo. Esos son los conflictos que ocasiona nuestra manera de hablar y entender las cosas.

En la Biblia Dios nos dice que hay dos maneras de deshacer cualquier malentendido: primera, no juzgar nunca a la otra persona. Segunda y más importante, tener un corazón limpio. Lo de no juzgar es sencillo de entender, pero complicado de realizar; porque el malentendido aparece cuando vamos más allá de lo que el otro ha dicho, y nos preguntamos: ¿Qué habrá querido decir? Cuando juzgamos las intenciones de la otra persona, y no sencillamente lo que dice, estamos sembrando un malentendido.

Lo más importante es tener un corazón limpio. Un corazón así no interpreta las cosas con malicia ni piensa que el otro va a engañarle. Un corazón limpio no ve malos entendidos, porque es capaz de renunciar a su "derecho de tener razón" para no crear un enfado. Un corazón limpio busca el bien del otro y ve siempre buenas intenciones; pide perdón, aunque no tenga él la culpa. 

Por algo nuestro deseo debe ser: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio..."