Muchos se dedican a ganar basura mientras pierden lo realmente importante.
Martina Navratilova fue una de las grandes campeonas del tenis femenino. Con cincuenta años todavía participaba en Wimbledon en el torneo de dobles. Cuando le preguntaron sobre sus motivaciones en la vida, confesó: «Ahora lo que quiero es dedicarme a mí misma, a mis animales y a mis negocios». Exactamente los mismos objetivos que muchas personas tienen.
No quiero parecer un aguafiestas, pero no puedo dejar de escribir que en todo ese planteamiento falta algo muy importante. Puede parecernos muy lícito preocuparnos de nosotros mismos y de lo que queremos hacer, pero si no nos queda tiempo para pensar en otros ni en Dios, llegaremos a sentirnos absolutamente vacíos.
Es curioso que muchos quieran ocultar todo lo espiritual en sus vidas. Olvidan que no se puede satisfacer la necesidad eterna de nuestro corazón con objetivos finitos. Cuando ponemos todas nuestras ilusiones en situaciones y actividades que pueden terminarse un día, nuestra vida se acabará con ellas también. Nuestro gozo, la satisfacción que buscamos e incluso el disfrute de lo que hacemos tienen un plazo limitado y finito. Si te conformas con eso, perfecto; pero si en tu corazón hay hambre de eternidad, recuerda que solo Dios es infinito, así que solo él puede darte satisfacción eterna.
Recuerdo una historia que me contaron hace algunos años. El famoso pintor Van Gogh, cuyos cuadros han alcanzado después de su muerte una valoración de cifras mareantes en millones de euros, vivió los últimos años de su vida en la más absoluta pobreza. Tanto es así que a duras penas podía pagar la buhardilla en la que trabajaba. Se sabe que un día se presentó delante del propietario con una carretilla en la que llevaba varios cuadros, porque no disponía de dinero en efectivo. El hombre se negó a aceptar ese tipo de pago, ¡por supuesto! Cuando su mujer volvió, le contó lo que había ocurrido y cómo el pintor quería saldar sus deudas en especie, y la mujer le echó una auténtica bronca: «¡Estúpido! ¡Podrías haberte quedado con la carretilla!», le dijo una y otra vez.
Un simple objeto de metal tenía más valor para ellos que una obra de arte. Una carretilla era más valiosa que los millones que alcanzarían poco más tarde uno solo de esos cuadros. No les critiques: esa es la elección que muchos hacen en sus vidas. Se quedan con carretillas mientras desprecian lo mejor. Viven buscando cosas materiales mientras desprecian la libertad, el amor, la amistad, el aliento, la paz, su identidad como personas, la vida espiritual, la relación con Dios... Muchos se dedican a ganar basura mientras pierden lo realmente importante.
Es como si quisieran ganar el partido de hoy como sea, sin importarles para nada la victoria en el campeonato final. Algunos incluso nos señalan a los que amamos a Dios, porque creen que somos tontos cuando renunciamos a pequeñas tonterías en la vida para quedarnos con las verdaderas obras de arte.
Una vida que realmente merece la pena tiene una base mucho más firme: «Y todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús» (Colosenses 3:17). Así disfrutamos de lo eterno en cada momento. De esa manera comenzamos a vivir, haciéndolo en el nombre del Señor Jesús.
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