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El amor en la pareja

Dos personas que se sientan unidas por el amor vivirán en un lugar de más santidad que el interior de cualquier templo religioso.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 12 DE DICIEMBRE DE 2014 12:38 h
Pareja Whispering Sweet Nothings / Paul Bence (Flickr - CC BY-NC 2.0)

La historia de la pareja humana es la historia de la Historia. Hasta tal punto, que sin la primera pareja la Historia habría quedado reducida a las dos páginas sagradas que describen la creación material y animal.

 

Schiller dice que el hambre y el amor constituyen los dos impulsos primarios del individuo. Pues bien; el hambre se puede sentir en solitario, pero para que el amor alcance su dimensión más elevada ha de ser vivido en la pareja.



La pareja es causa y efecto del amor. Dios, quien es amor (1ª Juan 4:8), crea al individuo, lo forma a su propia imagen y semejanza espiritual. Aunque rodeado de todo lo bello y práctico, el primer ser echa de menos el complemento de sus emociones humanas, la necesidad de otro «yo» en el que verter el caudal de sentimientos amorosos que riega su interior. Es entonces cuando surge la pareja, como causa del amor de Dios y por necesidad del amor del hombre. 



Desde aquella alborada emotiva y lírica el individuo busca la pareja al igual que la mariposa el néctar de las flores: de forma tan natural como beber un vaso de agua fresca en pleno verano. Porque el desierto de la soledad mortifica más fuertemente que los rayos solares en un agosto africano. 



Pese a su encanto y a su atractivo, la pareja tiene igualmente sus dificultades. Las estrellas no se agrupan en el cielo por pura coincidencia, sino obedeciendo a una inteligencia superior que también ha señalado leyes a la pareja humana. Desconocer o transgredir estas leyes supone la rutina de la pareja.



Según la Biblia, tres son las funciones principales de la pareja humana: la ayuda mutua, la procreación y la relación sexual. Estas tres funciones se especifican en el libro de los principios. 



Dice el autor inspirado que no obstante vivir en una mansión paradisíaca, Adán no se sentía feliz, necesitaba una ayuda que le sirviera de complemento y comunicación: «Para Adán no se halló ayuda idónea para él»(Génesis 2:20). Se produce un instante de reflexión en Dios y piensa: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él»(Génesis 2:18). Cuando Eva aparece en escena, la vida de Adán se completa. El vacío del corazón queda colmado con la presencia de la compañía ansiada. Eva es su amiga, su compañera, la ayuda humana que estaba esperando. 



La segunda función bíblica de la pareja se especifica en la orden dada por Dios para la procreación y fecundación de la especie humana: «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla»(Génesis 1:28). La pareja entra en los designios divinos como instrumento para la reproducción de la humanidad en ella representada. 



Una tercera causa que justifica la existencia de la pareja es la relación sexual. El verbo que se emplea en el Génesis para designar este tipo de relación es «conocer», en el sentido de experimentar y gustar: «Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz…» (Génesis 4:1). Pablo lo expresa con menos disimulo: «A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido»(1ª Corintios 7:2).



De estas tres funciones, la puramente sentimental y afectiva es la de más trascendencia. Los hijos nacen, crecen y se marchan. El vigor sexual decae implacablemente martilleado por esa realidad de los años representada en el sustantivo femenino «vejez». Pero la pareja que sabe amar nunca envejece. Puede que ambos mueran de edad muy avanzada; con todo, los lazos que los unen serán eternamente jóvenes.



La relación afectiva sugirió a Salomón unas acertadas reflexiones en torno a la vida del solitario: «Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeran, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo!, que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?»(Eclesiastés 4:911). 



 



Love of Reading / Leland Francisco (Flickr - CC BY 2.0)



Pablo defiende la necesidad de la pareja diciendo que «si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando» (1ª Corintios 7:9). Pablo piensa en el sexo. A Pablo le preocupa la cuestión sexual más que a todos los demás autores del Nuevo Testamento. Jesucristo apenas rozó el tema. El sexo –Pablo lo sabía, sin duda– no lo es todo; ni siquiera lo más importante en la pareja. ¿Es que sólo se quema uno por abstinencia sexual? ¿No hay millones de vidas que se achicharran y se consumen entre las llamas de una soledad sentimental? Son seres para quienes ha muerto la esperanza. Con un laúd negro entonan canciones de muertos a la vida y al amor.



La Biblia enfoca el misterio de la pareja como la contextura íntima de la unidad elemental entre el varón y la hembra. Para la Biblia, el hombre es dos en una carne. La mujer es consustancial a su mismo ser. Es la varona. La pareja así concebida forma una armonía tanto de cuerpo como de sentimientos. 



En su intención de cambiar definitivamente el «no es bueno que el hombre esté solo»(Génesis 2:18), Dios hace a la mujer y la presenta al hombre. Es un momento cumbre en la obra de la creación humana. La mujer es creación directa de Dios, superior esencialmente a los animales ya existentes; es la compañera social del hombre, igual a él. Al verla, Adán exclama con júbilo: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Génesis 2:23, 24).



En este texto, que se repite en los Evangelios y también en san Pablo, se ha querido ver la institución divina del matrimonio. Pero conviene observar que las palabras de bienvenida a la primera mujer son de Adán, no de Dios. Dios no instituye sociedad conyugal alguna. Dios se limita a presentar a Adán la compañera que había formado partiendo de su mismo ser. Es Adán quien dice eso de que en el futuro el hombre dejaría a su padre y a su madre para unirse a su mujer y ser dos en una carne. Algunos comentaristas de la Biblia afirman que la reflexión del versículo 24 pertenece al autor del Génesis y no a Adán. No comparto la tesis, pero aunque así fuera no hay lugar para apoyar en este texto la institución divina del matrimonio. La institución de la pareja, sí; pero éste es otro tema. 



Jesús acude en apoyo de la revelación primitiva para sancionar ante la mente judía la indisolubilidad de la pareja humana cuando sus componentes han renunciado por voluntad y con alegría a la individualidad y se han convertido «en una sola carne». Respondiendo a preguntas sobre el divorcio, el Señor dice: «Al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no serán ya más dos, sino uno» (Marcos 10:68).



Haciendo referencia a la misma escritura, Pablo exclama: «¡Grande es este misterio!»(Efesios 5:31). Mansson dice que el misterio no está en el simbolismo de la pareja, sino en el de la unión de Cristo y de la Iglesia. Yo creo en las dos cosas. Misterio es que Cristo esté unido espiritualmente a la Iglesia, y misterio es también la atracción, el gusto y la unión final de la pareja humana. Si los comentaristas de san Pablo no ven misterio en la pareja hombre mujer, harán bien en refrescarse la mente con agua de azahar. La espina dorsal del mundo es el amor. El amor sostiene y mueve la Tierra. La única felicidad del mundo consiste en vivir y amar. Sólo el amor puede unir realmente a la pareja humana. Dos personas que se sientan unidas por el amor vivirán en un lugar de más santidad que el interior del templo religioso. Todo amor tiene algo de divino. Porque Dios es amor. Y si Dios es misterio, en la pareja unida por el amor se esconde asimismo el más fantástico de los misterios: ser dos en uno.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Galo Nómez
14/12/2014
15:58 h
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No se renuncia a la individualidad. Cada persona es un ser único y como tal se presenta ante Dios. La "fusión" de seres es algo que se halla en creencias falsas, como ese asunto del nirvana. Eso torna al supuesto complemento en un puro engaño, ya sea activo o pasivo. Resultado de la confianza ciega en otro humano, algo de lo cual siempre nos está advirtiendo la Biblia.
 



 
 
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