En una época de infidelidades amorosas como la que estamos viviendo, el amor único de la pareja del Cantar se alza a manera de ejemplo a imitar.
AMOR ÚNICO
«Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas, y las doncellas sin número; mas una es la paloma mía, la perfecta mía» (6:8, 9).
En el amor son frecuentes las contradicciones. Erich Fromm, en su divulgada obra El arte de amar, supone que el amor debe ser exclusivo, único, pero al propio tiempo admite la poligamia amorosa.
Salomón fue víctima de esta contradicción. En su vejez tuvo una experiencia amorosa deplorable. Dice el texto bíblico que llegó a poseer «setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas». Alguien se ha fijado en que su potencia sexual debió haber sobrepasado los límites de lo normal. No se dice que amara a todas estas mujeres, pero sí que influyeron en su vida sentimental hasta el extremo de rendirle la voluntad. Continúa el texto afirmando que «sus mujeres desviaron su corazón» (1º Reyes 11:3).
Cuando escribió el Cantar de los Cantares, a una edad joven en que tanto su pensamiento como su entendimiento se mantenían puros, el concepto que el hijo de David tenía del amor era diferente. Para el protagonista del libro, su amada es incomparable. Entre las muchas reinas, concubinas y doncellas, la novia amada es única. Y ella siente de igual forma. Su amado es «señalado entre diez mil» (5:10). Sus dos corazones forman uno solo, y la niña exclama: «Yo soy de mi amado, y mi amado es mío» (6:3).
En una época de infidelidades amorosas como la que estamos viviendo, el amor único de la pareja del Cantar se alza a manera de ejemplo a imitar. Claro que hay infidelidades que sólo lo parecen, porque el desequilibrio psíquico de esta sociedad de consumo nos deforma a todos. Muchos amores mueren porque falta la generosidad para juzgar por encima de las apariencias.
AMOR COMPARTIDO
«Ven, oh amado mío, salgamos al campo, moremos en las aldeas. Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si brotan las vides, si están en cierne, si han florecido los granados; allí te daré mis amores»(7:11, 12).
Salomón, que fue un naturalista profundo –«disertó sobre los árboles, desde los cedros del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared» (1º Reyes 4:33)–, nos describe en este pasaje las delicias de un amor compartido. La novia invita a su amado a salir juntos a la campiña, recorrer los campos cogidos de la mano, visitar los viñedos para ver si están en cierne, comprobar si han dado ya olor las mandrágoras, si han florecido los granados. Solos los dos, envueltos en las luces románticas del amanecer en la primavera palestina, en un ambiente de silencio, de intimidad y de perfume. Allí se darían sus amores, en una entrega mutua, en un desborde de felicidad que tendría como plenitud «la dulce fecundidad humana».
¡Ay la vida moderna, con sus exigencias y sus ataduras! Compartimos la casa y las preocupaciones; compartimos la televisión y la cuenta bancaria; compartimos el coche y las vacaciones. Hasta compartimos la cama cuando el cansancio nos rinde. Pero ¡no compartimos el amor! No tenemos tiempo, ni tampoco lo buscamos, ni lo queremos hacer para que el amor sea una auténtica cosa de dos. Por eso hay tantos corazones vestidos de luto. Rafael Obligado, poeta argentino, suspiraba por lo mismo que Salomón. Dice En la ribera: «Ven, sigue de la mano al que te amó de niño; ven, y juntos lleguemos hasta el bosque que está en la margen del paterno río… ¡Ámame, no me olvides, ámame con delirio; bésame con el beso de tus labios, como la esposa del cantar divino!»
AMOR ETERNO
«Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían» (8:7).
San Pablo dice que el amor nunca deja de ser (1ª Corintios 13:8). Pero ¿cómo no deja de ser? ¿Como pasión del corazón que siente la atracción del sexo opuesto y lo desea, o como entrega de por vida a una sola y misma persona?
Salomón, menos teólogo y más romántico que Pablo, más aventurero del corazón y menos esclavizado a la letra dura, pone fin a su sentido del amor humano con un concepto que está en su justo orden: para Salomón, lo último que puede decirse del amor de una pareja como la que protagoniza el Cantar de los Cantares es que su amor es eterno.
El amor de esta novia no conoce límite ni tiene fin. El mar, con sus muchas aguas, no puede apagar el fuego del amor que arde en su corazón. Los ríos, por muy impetuosos que sean, no pueden ahogar los anhelos de amar que le brotan del alma. Todas las fortunas de la tierra reunidas, no son suficientes para comprar su amor, que tiene un solo dueño. Sólo la muerte, al arrebatarle la vida, podrá amortajar su amor.
El poeta francés Paul Fort ve el cable del amor roto y pregunta a la muchacha si fue ella quien tiró demasiado. Por ella o por él, son muchos cables amorosos los que se rompen a diario. Y esto suele ocurrir porque, como en el caso de Don Juan, hacemos del amor un asunto cualquiera, frívolo y circunstancial. Cuando el amor ha prendido realmente en las raíces del alma, sus frutos son eternos. Aunque la otra parte se olvide. En esto consiste precisamente la fuerza del amor.
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