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José: Amor de esposo

José es el mejor ejemplo de amor conyugal que figura en las páginas del Nuevo Testamento. El fin de todas sus acciones es comprender a la esposa, justificarla, quererla.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 03 DE SEPTIEMBRE DE 2014 07:00 h

En el libro LA VIE LITTÉRAIRE, el novelista y ensayista francés Anatole France dejó escrito que el verdadero marido es aquél que confía plenamente en su mujer y acepta los hechos aunque aparentemente no tengan explicación.

Imagen literaria perfectamente aplicable a un hombre que vivió hace más de dos mil años: José, marido de la virgen María. Los breves perfiles biográficos de José se cuentan en dos textos del Nuevo Testamento. Dos relatos muy cortos, tratándose del personaje que tuvo una importancia capital en la historia de la encarnación: Mateo 1:18-24 y Lucas 1:26-32. Se cree que José era de origen ilustre, si bien cuando los hechos suceden ejercía el oficio de carpintero que había heredado de su padre (Mateo 13:55). Afirman algunos estudiosos de su vida que, en realidad era dueño de un taller de carpintería.

La edad que José tenía entonces es lamentablemente distorsionada por escritores católicos. Uno de ellos, el religioso Joaquín Roca y Cornet, en el libro MUJERES DE LA BIBLIA (tercera edición, año 1857) sostiene que “era de edad avanzada”. ¿Cuál es el interés de la Iglesia católica en presentar a José como un hombre viejo? Defender que María no tuvo más hijos después de engendrar a Jesús mediante la sombra emanada del poder del Altísimo y la intervención del Espíritu Santo (Lucas 1:35). Para sostener esta falsedad el catolicismo pasa por alto el texto de Mateo 2:1, donde se lee que María “dio a luz a su primogénito y le puso por nombre Jesús”. La Biblia dice “primogénito”, no unigénito. En efecto: cuando Jesús, ya hombre, acude a Nazaret, donde había sido criado, habitantes de la ciudad se preguntaban: “¿De dónde le vienen a éste los conocimientos que tiene?”. La familiaridad del lenguaje da a entender que conocían su origen, sus padres, sus hermanos. Insisten: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no viven todas ellas entre nosotros?” (Mateo 13:55.56). Cuatro hermanos y al menos dos hermanas, porque se las designa en plural.

De una vez: la Biblia dice hermanos y hermanas, no parientes, no primos y primas como interpreta la Iglesia católica forzando el texto.

No podía ser tan viejo José, ni de edad tan avanzada, como quieren autores católicos, cuando conservaba la suficiente virilidad para fertilizar el vientre de María con tantos hijos.

Otros estudiosos del Nuevo Testamento calculan la edad de José entre 20 y 25 años.

¿Y María? Aquí recurro a tres escritores católicos, jesuitas los tres, Juan Leal, Severiano del Páramo y José Alonso, autores de una versión comentada de la Biblia. Dicen: “entre los rabinos, la mujer se considera a) Niña, hasta los once años. b) Menor, de once a doce. c) Mayor, de los doce en adelante. d) Núbil a los doce y medio. Es el tiempo en el que no ha alcanzado el pleno desarrollo físico. El tiempo propio para los esponsales es de doce a trece” (página 546).

Otros especialistas del Nuevo Testamento han concretado más. Afirman que cuando a María le fue anunciada por el ángel la concepción milagrosa era una joven que estaba en torno a los 16 años.

Llega el momento de la boda entre la bella muchacha y el joven carpintero. Aquí pisamos tierra sagrada y, como Moisés, hemos de descalzarnos en presencia del misterio.

Leamos la versión Reina-Valera de la Biblia: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen se halló que había concebido del Espíritu Santo” (Mateo 1:18).

Leamos ahora otra versión, LA PALABRA: “El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: María, su madre, estaba prometida en matrimonio con José; pero antes de convivir con él quedó embarazada por la acción del Espíritu Santo” (Mateo 1:18).

¿Casada, desposada, prometida?

Leal, Páramo y Alonso aclaran que no es posible entender el alcance de las narraciones de los Evangelios si se ignoran las costumbres judías relativas al matrimonio. En tiempo de Jesucristo, la celebración del matrimonio constaba de dos actos: los esponsales, que solían celebrarse privadamente y las bodas públicas y solemnes que consistían “en conducir a la esposa, entre música y algazara popular, a la casa del esposo, y era la ceremonia complementaria del matrimonio”.

Cuando tiene lugar la anunciación del ángel y la concepción por obra del Espíritu santo, María aún no había celebrado la ceremonia de boda. Estaba, como dice Lucas, prometida a José, y antes de “convivir con él” (Lucas), “antes que se juntasen” (Mateo), tuvo lugar el embarazo.

El compromiso matrimonial tenía características especiales. Si en el intervalo entre la promesa de matrimonio y la ceremonia definitiva de boda la mujer era infiel, se la consideraba adúltera.

Cuando el Hijo de Dios se estaba formando en el vientre de María, ésta decide visitar a su parienta Isabel, madre de Juan bautista, quien vivía en la región montañosa de Judea, en un pueblo que no se cita. Un viaje largo. Hubo de atravesar una parte de Galilea, la hostil Samaria y casi todas las tierras de Judea por un país erizado de montañas y sembrado de desiertos.



María era una muchacha judía joven, hermosa, delicada, no se habría atrevido a un viaje tan largo sin compañeros respetables. Una cosa es segura: José no fue con ella, permaneció en Nazaret. Puede que María se uniera a una de las caravanas que iban con frecuencia a Jerusalén. Según Lucas 1:56 María se quedó con Isabel “como unos tres meses; después se volvió a su casa”.

Por entonces, los síntomas del embarazo eran evidentes. Esto causó la estupefacción, las dudas y el dolor de José, sabedor que la criatura que María gestaba en su vientre no era de él, pues hasta entonces no había mantenido relaciones sexuales con ella.

¿Qué hacer? Sigamos leyendo la Biblia: “Estando desposada María con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido”. José, como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente” (Mateo 1:18-19).

Especifiquemos: además de una conducta moral justa, José era un esposo enamorado. Hasta tal punto enamorado que decide proteger la honra de la mujer aparentemente infiel. El amor de José, permanente, irresistible e incondicionado es un ejemplo para todos los maridos. El hombre que hace sufrir a su mujer se causa daño a sí mismo. Tolstoi aconsejaba no cometer ninguna acción que sea contraria al amor.

Manuel de Tuya, profesor de exégesis neotestamentaria e intérprete del texto en la versión de la Biblia realizada por Eloino Nacar y Alberto Colunga, dice que “en caso de infidelidad en una desposada, el prometido podía adoptar varias actitudes:

Una: denunciarla ante un tribunal judío y pedir para ella la lapidación, tal como establecía la Ley dada por Jehová a Moisés (Deuteronomio 22:22-24), es decir, apedrearla hasta morir.

Dos: retenerla, celebrar el matrimonio legal y religioso, llevarla a su casa y aceptar la paternidad del recién nacido como propio.

Tres: repudiarla en público sin pedir castigo para ella mediante libelo de repudio ante dos testigos.

Cuatro: dejarla secretamente, marchándose de Nazaret hasta que las cosas se olvidaran.

Sumido en estas cavilaciones, pensando seriamente en el repudio, la solución le llega del cielo. Así está escrito: “Estaba pensando en esto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, descendiente de David, no tengas reparo en convivir con María, tu esposa, pues el hijo que ha concebido es por la acción del Espíritu Santo… Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: recibió en casa a María, su esposa, y sin haber tenido antes relaciones conyugales con ella, María dio a luz un hijo al que pudo por nombre Jesús” (Mateo 1:19-25).

Al despertar del sueño, José quedó consolado y tranquilo, confiando en el mensaje que Dios le había enviado a través del ángel. Desapareció el peso de las dudas amargas que atormentaban su corazón y se entregó a María.

Esta es la historia de un esposo enamorado. Una historia bíblica, sagrada, inspirada por Dios, como toda la Biblia. Si el lector no la considera creíble debe saber que se conservan los relatos originales que se remontan al primer siglo.

José es el mejor ejemplo de amor conyugal que figura en las páginas del Nuevo Testamento. El fin de todas sus acciones es comprender a la esposa, justificarla, quererla. El amor del esposo debe ser siempre ese, amar, sufrir, sacrificarse, soñar el amor, practicar el amor, llorar el amor. En la historia de José hay un brindis al matrimonio.


 

 


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