Daniel Rops fue un prestigioso escritor francés. Su verdadero nombre era Henri Petiot. Nació en enero de 1901 y murió en julio de 1965. Fue profesor universitario y miembro de la Academia de Francia. De principios agnósticos, en 1931 establece contacto con el filósofo católico Gabriel Marcel. Este logra su conversión al catolicismo.
Rops se consagra enteramente a su nueva fe. Entre sus novelas, biografías y ensayos abundan los de contenido católico. Entre 1941 y 1944, en plena guerra mundial, escribe y publica dos de sus libros más conocidos: EL PUEBLO DE LA BIBLIA y JESÚS EN SUS TIEMPOS. No he visto estos ejemplares en español. Sólo dispongo de ediciones en francés.
El segundo capítulo de JESÚS EN SUS TIEMPOS, libro que manejo en la escritura de este artículo, tiene como título LA VIRGEN MADRE Y EL HIJO-DIOS. El autor hace aquí buenas y bellas reflexiones en torno a la primera Navidad. Deja por sentado que el misterio de Jesús no es nada más y nada menos que el Misterio de la Encarnación.
El arte nos ha dejado valiosas pinturas de la joven madre que sostiene en sus brazos al Niño-Dios. Lo mira una y otra vez, lo mima y lo abraza contra su cuerpo como haría cualquier madre. Es su pequeño niño, su adorada criatura a la que protege con todo su amor humano. Italianos, flamencos, alemanes y españoles nos han legado valiosas obras pictóricas sobre la Anunciación, la Natividad, la Adoración de los Magos, la Huida a Egipto y otras estampas de los primeros años del Niño-Dios.
“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto Cesar, que todo el mundo fuese empadronado… José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David (Lucas 2:1,4).
Con el texto de Lucas ante sus ojos, Daniel Rops reflexiona:
“¿Quién era esa pareja que el evangelista nos muestra en camino para obedecer la orden de Cesar? ¿Era indispensable que la joven madre, en su avanzado estado, realizara semejante esfuerzo? ¿Qué habría ocurrido si María y José hubieran desobedecido la orden de Cesar?”.
María era más joven que José. La costumbre hebrea en aquellos tiempos imponía que las muchachas contrajeran matrimonio en la adolescencia en tanto que el hombre debía contar alrededor de veinticinco años.
Una pareja de pueblo, gente pobre, laboriosa, tan pobres eran que cuando el Niño es llevado al templo donde debían presentar la ofrenda obligatoria, sólo tienen para comprar un par de tórtolas, porque el cordero que también señalaba la ley levítica (Levítico 12:8) era demasiado caro para ellos.
Cuando llegaron, una multitud abigarrada circulaba por las calles de Belén. El dueño de un viejo edificio que Lucas llama mesón les permitió instalarse en el pesebre que ocupaban los animales. “Posiblemente se trataba de “Khan de Chamaam”, que los galaitas construyeron para sus tropas mil años antes”, dice Rops. Y añade: “Podemos imaginar aquella cueva pintoresca. Los burros bramando, los camellos atravesando el lugar, mujeres que se disputaban un rincón al abrigo de las corrientes de aire y, sobre todo, aquella humanidad cansada, molida de los viajes, el olor que dejaba la grasa caliente que, desde Grecia a Egipto y desde Argelia a Teherán manipulaban los comerciantes de Oriente”.
Un breve versículo de Lucas (2:7) resume todo lo que sabemos de aquél parto a la vez simple y prodigioso: María “dio a luz a su primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre”.
“El texto –comenta Rops- da la impresión de que María estaba sola, no había mujer alguna junto a ella que la pudiera haber asistido…Una lección de extrema humildad se deriva de este episodio, que se corresponde perfectamente con lo que años después diría el Niño-Dios hecho Hombre: “Soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).
Daniel Rops continúa su aproximación literaria a la primera Navidad analizando textos conocidos de los Evangelios, estudiados y comentados desde el primer siglo: La aparición del ángel a los pastores que “guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño”, el anuncio de las buenas nuevas de salvación. Aunque el ángel se dirige a ellos, la noticia es “para todo el pueblo”. El Niño nacido es “un Salvador”, “Cristo el Señor”. Terminado el anuncio del ángel, se juntó allí en el campo, con los pastores, “una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. El sentido del cántico celestial es la glorificación de Dios, que se le supone morando en los cielos al comenzar la obra redentora con el Mesías en la tierra.
Sigue Rops: “los pastores quedaron fuertemente impresionados. Estaban a media hora de camino de Belén. Corrieron a la ciudad y “dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Todos los que los oyeron “se maravillaron”. ¿Los creyeron? ¿Fueron éstos los primeros cristianos o fue una impresión que se desvaneció con el tiempo al volver a sus lugares? En todo caso, Lucas destaca la firmeza de la Virgen ante lo acontecido: “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
¿Qué día nació Jesucristo? Daniel Rops dedica varias páginas a la averiguación de la fecha exacta. Después de revisar y exponer documentos de la época y textos de los Evangelios concluye sin una certeza matemática.
“La fecha del 24 de diciembre, que toda la tierra celebra, resulta de una simple tradición, dice. En el siglo III Clemente de Alejandría afirmaba que fue el 19 de abril. También se propuso en aquellos tiempos el 29 de mayo y el 28 de marzo. En Oriente, desde hace tiempo se admite el 6 de enero. No fue sino hasta el año 350 de nuestra era, siglo IV, cuando nuestra fecha tradicional se impuso. Muchos creen que el 24 de diciembre tiene que ver con la fiesta que en Roma celebraban al “Sol invencible”. Consagrado por la conmemoración del nacimiento divino,
el 24 de diciembre ya nada tiene que ver con los dioses de Persia, ni con los toros inmolados, ni con la aparición del sol en toda su fuerza”. Sea o no sea la fecha exacta, lo totalmente cierto es que “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4:4). Y para los que tememos Su nombre nació el Sol de justicia que en sus alas traía salvación (Malaquías 4:2).
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