La frase “París bien vale una misa” hay autores que la atribuyen a Ernesto Hemingway. Falso. El autor de EL VIEJO Y EL MAR pasó temporadas en la capital de Francia como corresponsal de prensa y allí escribió algunas de sus obras, como TRES CUENTOS Y DIEZ POEMAS, su primer libro. Pero “París bien vale una misa” lo dijo en el siglo XVI el rey francés Enrique IV.
Este rey, que lo fue también de Navarra, primero de los Borbones, profesaba el protestantismo; abjuró en 1593 y abrazó la fe católica. Cuando uno de sus cortesanos le preguntó por qué habiendo sido protestante acudía a templos católicos para participar en la misa, el monarca le replicó: “París bien vale una misa”, significando que reinar en Francia justificaba el cambio de religión.
José Luis y yo dejamos temprano las habitaciones que ocupábamos en el Novotel de Burdeos y montamos en un autobús rumbo a París, distante 600 kilómetros. Fue el recorrido más largo de esta crónica viajera a la que quedan pocas páginas. El conductor del autobús enfiló la amplia autopista hacia la capital del país. Pasamos Poitiers, situada sobre un promontorio escarpado. La ciudad conserva algunos restos romanos y huellas de la batalla que a mediados del siglo VIII liberaron los caudillos árabes contra los habitantes de la ciudad. Cruzamos Orleans, en la orilla derecha del Loira, donde el río se acerca más al Sena. Orleans estuvo a punto de ser la capital de Francia bajo los primeros Capetos, dinastía que reinó en Francia desde finales del siglo X a principio del XIV.
Algo más de media tarde era cuando bajamos nuestras maletas en el Novotel situado en el número 1, Avenida de la República, relativamente céntrico. Habitaciones confortables y cafetería abierta hasta las dos de la mañana.
¡Ya estamos en París! Víctor Hugo, entusiasmado por el esplendor de la ciudad que conocía bien, la definió en el siglo XIX con este bello párrafo en su obra LITERATURA Y FILOSOFÍA EN CONFLICTO: “París es sinónimo de cosmos. París es Atenas, Roma, Sibaris, Jerusalén, Pantín. Todas las civilizaciones resumidas, todas las barbaries también”.
Un poco de Historia para quienes la desconozcan, saltando sobre las pirámides de los siglos.
París surgió de la instalación de la tribu céltica Parisisi en una isla del río Sena. Hacia el año 52 antes de Cristo cayó en poder de los romanos, quienes le dieron el nombre de Lutetia. Un lujoso hotel de la capital, donde en el verano de 1961 se fundó Amnistía Internacional, en cuya fundación participe, ostenta hoy día este nombre. En el siglo IV, tras resistir la invasión de Atila, cambió el nombre de Lutetia por el de París. En la Edad Media Clodoveo, rey de los francos, hizo de París su capital, construyendo grandes monumentos y abadías. Luis IX concedió a su confesor Robert de Sorbone la fundación de un colegio en 1253, convertido hoy en la famosa Universidad de la Sorbona, luz y ciencia de innumerables talentos esparcidos por el ancho mundo, así hombres como mujeres. Las guerras de los siglos XIV y XV debilitaron el poder real, pero no perjudicaron el crecimiento de la ciudad. La crisis económica y social a la que se sumaron el paro y la carestía de víveres provocó una serie de graves motines en la segunda mitad del siglo XVIII.
En 1789 estalla la Revolución. De los vocablos franceses que, en mi concepto, irradian gloria, prestigio y fervor el más sonoro quizá sea Revolución. Se trata de un acontecimiento único en la historia de Europa. Luis XVI capituló. El 14 de julio se produce la toma de la Bastilla. La Asamblea tomó el nombre de Constituyente, separó la Iglesia del Estado y fundó el nuevo régimen de alcance universal. “La Revolución francesa –dice el historiador belga Francois Laurente en el cuarto tomo de HISTORIA DE LA HUMANIDAD, dio principio en Europa a la era de las sociedades nuevas”. Gritos de Libertad, igualdad y fraternidad se escuchaban en todo París y después en toda Francia.
Entre 1804 y 1815 Napoleón Bonaparte rige los destinos de Francia como emperador. En las dos grandes guerras mundiales, 1914-1918 y 1939-1945, los alemanes se adueñan de París. El 26 de agosto de 1944 el general Charles de Gaulle entra en París e instaura la República. En nuestros días París es una ciudad viva y libre que conserva su aristocracia y esplendor en la historia de la cultura universal.
Una pregunta que se plantean quienes por vez primera visitan París es por dónde comenzar el recorrido de la gran ciudad. Yo he estado en París en siete ocasiones. Conozco un poco la ciudad. La primera vez que fui mi agente de viaje me hizo una recomendación: tomar uno de los autobuses que hacen el recorrido de la capital, procurar un asiento al aire libre en el segundo piso del vehículo y disfrutar de una vista excepcional. El recorrido incluye cuatro circuitos y cincuenta paradas. Uno puede subir y bajar cuando y donde se le antoje, sin abonar recargo alguno al precio inicial del viaje. El circuito completo de la ciudad, que puede hacerse en uno, dos o tres días, de acuerdo al tiempo disponible, incluye nada menos que 79 monumentos, cementerios, bibliotecas, teatros, puentes, estaciones de ferrocarril, los Campos Elíseos y, naturalmente, la plaza de la Bastilla, de tantas y tan importantes evocaciones históricas. Durante el recorrido, los comentarios se hacen en diez idiomas, entre ellos el español.
Los viajeros con especial interés en conocer de cerca y con más tiempo algunos de los monumentos que se muestran durante el recorrido pueden tomar nota y posteriormente concederles una visita individual.
Fue lo que hicimos José Luis y yo. Aquellos primeros días de julio, con una temperatura agradable, disfrutamos el panorama de la ciudad desde un autobús con asientos al aire libre. Además de recreo, fue un lujo para la vista y para el espíritu. Apuntamos emplazamientos de las colosales construcciones que más nos iban interesando y decidimos acercarnos a ellas en días siguientes, sin limitación de tiempo. La descripción de las mismas quedan para un próximo artículo.
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