Amboise es una pequeña ciudad situada en la ruta Orleans-París, en la confluencia de los ríos Masse y Loira. En su suelo tuvieron lugar acontecimientos políticos y militares que el común de las personas ignora. Amboise fue residencia favorita de reyes franceses desde la segunda mitad del siglo XV hasta el siglo XVIII. Carlos VIII, quien nació y murió allí, mandó llevar artistas de Italia para embellecer la ciudad.
Nobles hugonotes protestantes tramaron secuestrar a Francisco II, dar muerte a los conservadores católicos de la corte e instalar en el poder al príncipe protestante Luis Condé. La trama fue conocida en Francia como “el complot de Amboise”. Si bien en la Historia han quedado muchas lagunas es creencia que Calvino se opuso a la aventura bélica. Fracasado el complot, sus principales cabecillas fueron ahorcados. Condé fue condenado a muerte y se salvó a casusa del fallecimiento de Francisco II.
Los hugonotes de aquella Francia tampoco eran unos angelitos.
Pacificada la región en marzo de 1563 se procedió a la firma de un edicto entre Catalina de Médicis y el príncipe Condé por el que se concedía libertad para practicar el culto protestante a la alta nobleza que había abrazado los principios de la Reforma.
Hoy día, la principal atracción que tiene Amboise, único motivo que lleva todos los años a miles de turistas a la ciudad, es su imponente castillo.
Amantes de los castillos saben que los más importantes construidos en Europa están en Francia, en la región del Loira. Existe un viaje turístico organizado conocido como la ruta de los castillos, a mi modo de ver mucho, muchísimo más interesante y atractiva que el camino de Santiago. Entrando en internet o preguntando en cualquier agencia de viaje se puede tener información sobre la ruta, que incluye nada menos que veinticuatro castillos, unos más seductores que otros.
Aunque la ruta se conoce como castillos del Loira, la región de los castillos se extiende por tres antiguas provincias; el Orleanesado, Turen y Anjou, bajando hasta el norte del Berry. Una cita de Voltaire refiere que “los castillos del Loira no serían lo que son sin el cielo, el paisaje, el terruño: bosques abundantes de caza para las reales cacerías, que suministraban la madera a constructores, carpinteros, carreteros, y el pasto a los rebaños. Planicies calcáreas que proveían a los canteros el material necesario para los castillos”.
El castillo de Ambloise, conocido como le Chateau de Cloux, fue construido a partir de 1477 por Etienne le Loup, personaje en la corte de Luis XI. Lo hizo sobre bases que existían desde el siglo XI. Se encuentra en un alto de la ciudad. En sus aposentos vivieron personajes de la realeza francesa como Carlos VII, Luis XI, Carlota de Saboya y sus hijos, Luis XII, Francisco II, Luis XV y otros personajes coronados de padres a hijos, sin más méritos que el de la herencia. Eso ha sido siempre y sigue siendo la monarquía. Palabras de Víctor Hugo: “Bossuet escribió sin pestañear: “Dios tiene en su mano el corazón de los reyes”. Eso no es cierto, por dos razones: Dios no tiene manos, ni los reyes tienen corazón”.
Aquí, en el castillo de Amboise, está enterrado Leonardo Da Vinci, el genio, el personaje más enigmático de toda la historia del arte y del pensamiento, considerado por los críticos e historiadores como la personalidad más compleja e importante del Renacimiento.
Descubrir a estas alturas del tiempo la figura de Leonardo Da Vinci es tarea vana, por ser un personaje sobradamente conocido. De las biografías existentes sobre el genio que he examinado en distintas etapas de mi vida me quedo con las escritas por el alemán Richard Friedenthal titulada simplemente LEONARDO DA VINCI y con la del español Luis Racionero, DA VINCI Y SU OBRA.
Leonardo nace el año 1452 en Vinci, cerca de Florencia. El padre ejercía de notario y la madre, Caterina, una campesina. Tenía 17 años cuando el padre lo confió a un maestro de la pintura y la escultura. Tres años después, terminado el aprendizaje, ingresa en el gremio de pintores florentinos. El genio ya despuntaba en las artes. A 1473 pertenece el primer dibujo cuya autoría está certificada, un paisaje del Arno, río de la Italia central, en la Toscana. Veinticuatro años tiene cuando es acusado junto a otros jóvenes de mantener relaciones homosexuales. La justicia justicia le hace y Leonardo sale absuelto. Entre 1479 y 1481 pinta sin cesar: “Bautismo de Cristo, “Bandini”, quien fue el asesino de Giulano, “La adoración de los magos”. Da Vinci desarrolla en su pintura unos modos propios. El estilo y la sutileza florentina habían influido en el joven artista.
Hacia 1482 gobierna en Milán Ludovico Sforza, llamado, no se sabe por qué, el Moro. Leonardo se traslada a la capital de la Lombardía, segunda ciudad de Italia y presenta al gobernador de la ciudad una lista de inventos y proyectos. Está creciendo el artista de quien dijo el filósofo francés Hippolyte Taine: “Quizá no exista en el mundo otro ejemplo de una genialidad tan perfecta y creativa, ansioso por alcanzar lo infinito y dotado de un refinamiento natural”.
En Milán Da Vinci realiza proyectos para la catedral, pinta a la amante de Ludovico el Moro, Cecilia Gallerani y realiza estudios anatómicos. En el convento de los dominicos de Santa María delle Grazie pintó una de sus obras maestras, “la última cena”, de la que el norteamericano Dan Brown escribió un amasijo de disparates en el bodrio literario que publicó con el título EL CÓDIGO DA VINCI. La ignorancia y el interés desmesurado de la gente por lo oculto permitieron la venta de varios millones de ejemplares.
De Milán Leonardo se traslada a Mantua y luego a Venecia. Aquí presenta al Consejo de la República proyectos para la guerra naval contra los turcos, equipos de buzo, bombas incendiarias y otros artilugios.
En 1501 lo vemos de nuevo en Florencia realizando estudios de geometría. Más tarde entra al servicio del militar y político italiano de ascendencia española Cesar Borgia. Este fue nombrado cardenal por su padre, el papa Alejandro VI, pero abandonó la carrera eclesiástica y se inclinó por la militar.
Cumplidos 53 años Leonardo Da Vinci se dedica a diversas actividades que aumentan su fama. Experimenta con el vuelo de los pájaros, cuestiones arquitectónicas, construcciones de canales. Realiza estudios sobre geología, geografía, circulación atmosférica y botánica. Publica un tratado de anatomía. Dibuja visiones catastróficas. Pinta mucho: la famosa Gioconda, Santa Ana, La Virgen y el Niño, San Juan Bautista, la Virgen de las Rocas.
¿Cuándo duerme, si es que duerme? Leonardo está ya considerado como una especie de mago.
El rey de Francia Francisco I, gran protector de las artes y las humanidades, pide a Da Vinci que se traslade a Francia. Lo instala en el castillo de Amboise. Aquí lleva a cabo proyectos de urbanismo y drenajes de terreno. Tras enfermar de gravedad muere el 2 de mayo de 1519. Sólo tenía 67 años. Dicen que lloró en su lecho de muerte por haber ofendido a su Creador y a los hombres de este mundo al no haber trabajado en su arte como era preciso.
En el castillo de Amboise muestran la estancia donde el pintor vivió feliz los tres últimos años de su vida. La habitación que ocupó mantiene la chimenea decorada con el escudo de Francia. Cama renacentista con baldaquines. Bargueños italianos de los siglos XVI y XVII. Un tapiz de Aubrusson, una banqueta de madera esculpida. En la vitrina un retrato de Santa Catalina de Alejandría pintado por uno de sus discípulos, Bernardino Luini, y otros objetos.
Bajando por el parque a la derecha está el “jardín Da Vinci”; espacio amplio, único, poblado de plantas naturales y de una vegetación que Leonardo pintó en sus dibujos, croquis y cuadros.
Mi amigo José Luis, gran amante de la literatura, pasión que compartimos, compra y me regala un libro titulado LOS PENSAMIENTOS DE LEONARDO DA VINCI. Precioso.
Busco el capítulo dedicado a la religión y leo:
“El alma no puede estar nunca afectada por la corrupción del cuerpo”.
“Si esta envoltura externa del hombre te parece maravillosamente elaborada, considera que no es nada ante el alma que la ha formado”.
“Ciertamente, quienquiera que sea el hombre, siempre incorpora algo divino”.
“Yo te obedezco, ¡oh Señor!, primero a causa del amor que razonablemente te debo profesar y después, porque tú sabes acortar o prolongar la vida de los hombres”.
“El soplo de la divinidad contenido en el arte del pintor transfigura su espíritu en reflejo del espíritu divino”.
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