El 19 de marzo del año 2003 yo me encontraba en la capital de Uruguay, Montevideo, dictando una serie de conferencias. La televisión del hotel me sorprendió con la noticia: George Bush, hijo de su padre con el mismo nombre, ordenó lanzar las primeras bombas sobre Irak.
Al tiempo que morían seres inocentes víctimas del bombardeo, Bush dijo por radio a su pueblo: “Por la voluntad de Dios, este día añade a vuestro pasado inmemorial vuestra parte de gloria y de victoria, todo aquello que constituye un honor para los creyentes en Dios y humilla a los infieles, a los enemigos de Dios y de la humanidad”.
En otra alocución a las tropas, añadió: “Que Dios bendiga a nuestro país y a todos los que están dispuestos a defenderlo con las armas”. Y unos días antes de la invasión, el Congreso y el Senado de Estados Unidos votaron juntos un comunicado en el que pedían “un día de ayuno y de oración a fin de obtener la protección divina para el pueblo americano”.
La misma mascarada repetida a lo largo de siglos. Enrolar a Dios en las guerras que la ambición y la maldad de los seres humanos provocan.También aquél que incendió España durante tres años en una guerra incivil se hacía llamar “caudillo por la gracia de Dios”.
¿Por gracia de Dios se mata?
¿Por voluntad de Dios se mata?
¿Decide Dios quienes son infieles y quienes enemigos de la humanidad?
¿No es Padre de todas las criaturas?
¿Un día de ayuno y de oración pueden bastar a Dios para proteger a un pueblo que ha declarado la guerra a otro, sin motivos que la justifique?
¡Qué abuso contra la Divinidad! ¡Qué atentado contra Dios! ¡Qué manera de manipular el nombre de Dios! Porque al otro lado del mundo el entonces presidente de Irak, Sadam Husein, también implicaba a Dios en la guerra. Dijo a su pueblo: “Dios está con nosotros”.
Y Dios callaba. ¿A quién contentaba, al americano o al árabe? A ninguno de los dos. Dios es Dios de paz, no de guerra. Dios no es el espejo ni el reflejo del hombre. Estamos hechos a imagen de Dios, pero Él no está hecho a imagen nuestra. Somos la obra de Sus manos, pero Él no es obra de las manos nuestras. Dios no puede combatir contra sí mismo, no es un agente doble al servicio de Estados Unidos y de Irak al mismo tiempo. Dios contra Dios deja de ser Dios. En el decálogo está escrito que no se ha de tomar el nombre de Dios en vano. ¿No? Desde el nacimiento del primer hombre hasta el día de ayer hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos, han tomado y siguen tomando el nombre de Dios de manera absurda, irreal, frívola.
¿Por qué la guerra en Irak? El escritor, poeta, periodista y académico Luis María Ansón, ahora colaborador del diario EL MUNDO y entonces director de LA RAZÓN, adelantó una opinión en la que hoy coinciden políticos, periodistas e intelectuales de casi todos los países de Occidente. Dijo: “la guerra de Irak se ha hecho por el control de una zona petrolífera clave. Pero se ha hecho, sobre todo, por exigencia de Sharon (por aquél entonces primer ministro de Israel) y el “lobby” judío norteamericano. Jerusalén no está dispuesto a que en su entorno exista un país árabe con mayor potencia militar que Israel. Un Sadam Husein rearmado y mesiánico hubiera jugado la carta salvadora de Palestina para convertirse en el “rais” indiscutido del mundo árabe. Por eso, el verano pasado Sharon dijo a Bush: “O atacas tú o ataco yo”. Si hubieran atacado los israelíes se habría encendido el mundo árabe con grave riesgo internacional. Lo prudente es lo que se ha hecho”.
Lo que se hizo fue que Bush atacó. Y de qué manera. El periodista Guillermo Altares, enviado especial del diario EL PAÍS a Bagdad, contaba este lamentable hecho: “Vi a un soldado rubio muy excitado que decía a las cámaras de televisión: “Hoy hemos mandado al infierno a 60.000 iraquíes. Nos importan una mierda”.
Puede que el tal soldado rubio se encuentre en el mismo infierno junto a los 60.000. Y no más comentarios a esa salvajada.
Otra vez: ¿por qué y para qué la guerra en Irak? Se dijo que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. No era verdad, los tres presidentes que se reunieron en las islas Azores, el americano, el británico y el español José María Aznar lanzaron al mundo este bulo. Todavía no han pedido perdón. Se dijo que la guerra tenía fines humanitarios. Hoy los niños en Irak padecen malnutrición crónica y sólo uno de cada tres dispone de agua potable. Se dijo que la guerra pretendía democratizar el país, y hoy está sumido en una anarquía incontrolable. Se dijo que la intención era que los iraquíes tuvieran identidad propia. ¿La han logrado? ¿Qué identidad pretendían, la de Occidente para un país de cultura árabe? Se dijo que en Irak había fuerte presencia de Al Qaeda. Hoy la hay, y cada vez más instalada en el país, Sadam Husein no la quería en su tierra.
Lo que se consiguió con aquella desgraciada guerra fue destruir un país eminentemente bíblico: la vieja Mesopotamia del Antiguo Testamento. El país regado por los ríos Éufrates y Tigris, con presencia desde el segundo capítulo de la Biblia. Destruyeron la tierra donde vivió Abraham antes de partir hacia Canaán, Ur de los Caldeos. Devastaron el suelo donde empezó a construirse la torre de Babel. Arrasaron el país donde el rey Nabucodonosor mandó construir los jardines colgantes, una de las maravillas del mundo antiguo. Demolieron la Babilonia a la que fueron llevados cautivos 200.000 judíos, viviendo allí durante 50 años. Acabaron con los sueños de Nabucodonosor y las interpretaciones de Daniel. Los misiles americanos e ingleses, apoyados por tropas españolas, demolieron una tierra donde tuvieron lugar brillantes episodios de la historia bíblica.
¿Y qué se ha conseguido? La guerra de Irak, de la que ahora se cumplen diez años, costó a los Estados Unidos de Norteamérica un billón (con b de burro) de dólares. LA OPINIÓN BUSINESS RESEARCH cifra el número de muertos en Irak en 1.033.000. El periódico inglés THE GUARDIAN la sube a 1.200.000, en su mayoría civiles. Y la matanza no ha terminado. La sangre continúa corriendo diez años después. Sólo en un mes, el pasado mayo, murieron 1.045 personas en actos de violencia. El NEW YORK TIMES escribía el 9 de aquél mes de mayo que El Grupo Internacional de Crisis, una organización para la prevención de conflictos, cree que Irak “se ha sumido en una peligrosa espiral descendiente hacia el enfrentamiento”, con una probable guerra civil.
Contemplando el drama una década después del conflicto, ¿sirvió de algo aquella guerra? ¿Qué razones se dan a los más de cuatro millones de iraquíes que tuvieron que abandonar sus hogares, casi la mitad huyendo a otros países? “La guerra no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es un progreso”, decía el poeta e historiador francés Alfonso de Lamartine en el siglo XVIII.
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