Había leído ya muchos de sus libros, publicados en castellano.
Creo que fue en los años setenta, cuando le escuché por primera vez predicar, cuando iba con mis padres a su iglesia, All Souls, justo en el centro de la arteria comercial de Oxford Street –que pastoreó durante muchos años, pero donde asistió también ya de niño con su madre–.
Su padre era un médico agnóstico, que nunca entendió la conversión de su hijo en el colegio de Rugby, por las actividades de la Unión Bíblica.Aunque el apasionante primer tomo de la biografía de Timothy Dudley-Smith revela que hubo otra razón de fondo: la objeción de conciencia de Stott en la segunda guerra mundial. Esto causó tal brecha en su relación que no pudo hablar con su padre hasta poco antes de su muerte. De él recibió sin
embargo su amor por la naturaleza, que le llevó a desarrollar una auténtica pasión por la observación de los pájaros
.
Tras estudiar francés y teología en Cambridge, es ordenado ministro anglicano el año 1945, cuando el movimiento evangélico no tenía la importancia que tiene hoy. Era entonces una corriente marginal dentro de la Iglesia de Inglaterra, bastante más radical de lo que es ahora. Prueba de ello es la resistencia que ha tenido siempre Stott a la indumentaria eclesiástica. Solía llevar traje con corbata. Rara vez el collar clerical, que utilizan los pastores que le han sucedido, incluso en su propia iglesia. Todo esto era algo característico del movimiento evangélico anglicano de postguerra.
ALIANZA EVANGÉLICA
Los años sesenta son un periodo de ruptura en muchos sentidos. Es una época de división en la Alianza Evangélica con la confrontación entre Lloyd-Jones y Stott, por considerar las iglesias independientes, injustificable la permanencia de los evangélicos en la Iglesia Anglicana.Stott inicia entonces un ministerio internacional, que le aleja de estos conflictos, marcando el pensamiento evangélico del siglo XX con su escritura y predicación.
Su compromiso con la ortodoxia bíblica, la misión global y la unidad del Cuerpo de Cristo, es central a organismos como la Alianza Evangélica, cuya confesión es la base de fe de la mayoría de las organizaciones evangélicas.
Fue Stott, de hecho, quien escribió el preámbulo a la constitución de la Alianza Evangélica Mundial en 1951 –que representa a seiscientos millones de evangélicos en ciento veintiocho países– el año en que fue hecho también capellán de la reina Isabel II.
Autor de
más de cuarenta libros –el más popular ha sido siempre
Cristianismo básico, que ha vendido más dos millones de ejemplares–, es redactor también de textos tan importantes como el
Pacto de Lausana de 1974. Todo esto hizo que fuera considerado el año 2005 por la revista
Time una de las cien personas más influyentes del mundo.
CRISTIANISMO GENEROSO
El tío John –como le solíamos llamar todos aquellos que le conocían– partió con el Señor el miércoles pasado en una residencia de ministros anglicanos retirados, a las afueras de Londres. Tenía noventa años.
Se despidió de este mundo leyendo la Biblia y escuchando El Mesías de Händel, acompañado de su secretaria Frances Whitehead y algunos amigos íntimos. Stott era soltero, como otros pastores anglicanos de su generación, que consideraban que tenían un don de celibato. Su familia se extiende sin embargo sobre la faz de la tierra.
Los estudiantes solíamos ir con frecuencia a la buhardilla que tenía cerca del instituto y la iglesia. Era un lugar increíblemente modesto. Para subir al salón, donde comíamos kebab y veíamos sus diapositivas de pájaros, había que pasar por la pequeña habitación donde tenía su cama. Recuerdo que una noche bajaba la escalera, hablando con él, mientras nos acompañaba para despedirnos, cuando me quedé observando uno de los pocos libros que tenía al lado de la cama, ya que usaba la biblioteca del instituto. Sin dudar un momento, sacó el libro de la estantería, y me lo regaló... ¡así era Stott!
Ese carácter desprendido, propio de alguien carente de cualquier apego material, fue un ejemplo para muchos dirigentes evangélicos, que siguen los modelos del mundo, en busca de popularidad y éxito. Stott era un hombre extremadamente humilde. Se sentaba siempre en la última fila en las conferencias. Su mansedumbre y sencillez era sólo comparable a su fidelidad al mensaje bíblico y amor al Salvador. Para él, un evangélico era “un cristiano normal”, como dijo en una entrevista el año 2006 a la revista
Christianity Today. Con su vida nos enseñó a muchos lo que era el cristianismo.
VERDAD REVELADA
Stott creía en la verdad del Evangelio, pero supo mostrarla con gracia y confianza a un mundo que veía perdido.Un día el columnista del
New York Times, David Brooks, se preguntó: “¿quién es Stott?”. El periodista judío se extrañaba de que los medios de comunicación escogían “bufones” para representar el cristianismo evangélico, cuando aquí estaba este hombre “amistoso, cortés y natural, humilde y autocrítico, pero a la vez confiado, gozoso y optimista”.
Es interesante que a alguien no cristiano como Brooks, lo que le atraía de Stott era su “reflexiva adhesión a la Escritura”. Observa que “él no cree que la verdad es algo plural, no relativiza el bien y el mal, ni piensa que todas las fes son igualmente validas, ni que la verdad es un logro humano, sino una revelación”.
Esta es la clave para mí del pensamiento de Stott: Dios habla al hombre, y su Palabra es verdad.
El tío John no pretendió nunca ser alguien original. Cuando se levantaba para hablar –nunca lo hacía sentado–, no se movía por la plataforma, sino que abría su pequeño cuaderno, y hablaba con convicción. Enfatizaba las palabras que consideraba importantes –sacrificio, verdad, cruz, mundo, misión, redención–, pero especialmente el nombre de Cristo. No le interesaban las ilustraciones, sino la fidelidad a una fe revelada de “una vez por todas” (
Judas 3).
SU LEGADO
¿Qué legado nos deja entonces? Aparte de la iglesia que formó en el centro de Londres, Stott fundó muchas organizaciones. La fundación de Langham
–que ahora dirige Chris Wright
–, mantiene su visión global de apoyo a la educación, la predicación y la buena literatura en gran parte del mundo. Libros como
Los problemas que los cristianos enfrentamos hoy o
La cruz de Cristo, reflejan lo mejor del pensamiento evangélico en una claridad, que no está reñida con la profundidad.
La búsqueda de un cristianismo equilibrado es central en el pensamiento de Stott.El equilibrio –para Stott–, viene del estudio de la Biblia, que sigue la misión de Cristo. Esa es la motivación con la que recorre el mundo, donde deja muchos amigos. Es interesante –como observa Wright– que “por temperamento natural, él era un introvertido”. Lo que pasa es que “aunque era feliz solo, se dio a muchas personas, recordaba sus nombres, conocía sus familias, escribía cartas, y oraba por ellos”. Era su lista de oración, de hecho, la que hacía que te recordara, después de tanto tiempo.
Como dice uno de sus discípulos, el teólogo David Wells –convertido por su predicación en 1959–, toda la gente que le conocía observaba siempre dos cosas de él, “que era conocido en todo el mundo, pero era un hombre devoto y humilde”. Su dirección se basa en esa integridad, por la que su vida privada no era diferente a su vida pública. Esa es la autenticidad que muchos echamos en falta en nuestra propia vida. No digamos ya en nuestro ministerio. En ese sentido, Stott aún muerto, todavía nos habla.
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