Las informaciones de todo el mundo y por todos los medios que a diario se canalizan hasta mi mesa de trabajo me dan ideas para escribir un artículo diario en Protestante Digital, y hasta más de uno. Pero me mantengo en los dos semanales: ENFOQUE, de carácter general, y EL PUNTO EN LA PALABRA, de crítica literaria.
Finalizando el pasado mes de diciembre presenté unas reflexiones sobre la necesidad de crear iglesias vivas. El escrito terminaba con el siguiente párrafo: “Este tema lo continuaré en un próximo artículo”.
Mi intención era escribir una pequeña serie sobre cuestiones relacionadas con la actualidad del protestantismo español, que creo conocer un poco. Me quedé allí, porque otros temas se imponían en el tiempo presente.
Hoy retomo el proyecto y
sigo con unas consideraciones sobre la presencia del protestantismo en nuestra sociedad.
Me ahorro detallar el estado actual de la sociedad española porque está en la mente de todos. Una sociedad deprimida, abatida, vejada y hueca, pesimista hasta la exageración, algo hipocondríaca, vacía de valores y más vacía de Dios.
Puede que la crisis que estamos padeciendo y de la que tanto se habla, en el fondo no tenga causas económicas ni políticas. Puede que sea el resultado de una sociedad hedonista para la que la naturaleza, el instinto, la pasión, y el placer por el placer se hayan constituido en un pasado reciente en los únicos móviles de la existencia, con total olvido de Dios. “Vivimos en una sociedad que no tiene creencias”, dijo poco antes de morir el filósofo José Luis López Aranguren refiriéndose a España.
El siglo XXI está alumbrando un nuevo “Leviatán”. Una sociedad monstruo, materialista y utilitaria. “Vivimos en una sociedad de bárbaros”, apuntó el prestigioso psicólogo José Luís Pinillos. La ciencia y la técnica han logrado avances espectaculares que todo el mundo reconoce y disfruta. Pero el progreso moral y espiritual no ha ido a la par. El refinamiento del cuerpo se ha impuesto a los aullidos del alma. Como en el poema de Walt Whitman, a la sociedad de hoy le aburre discutir los deberes que tiene para con Dios.
Y aquí estamos nosotros, los protestantes españoles.
A juicio mío, la presencia del protestantismo en la sociedad española, hasta ahora muy débil, debe ser un hecho inmediato.
Nosotros tenemos mucho que ofrecer y hemos de despojarnos de los complejos adquiridos en tiempos de persecución.
Estos son otros tiempos. Los protestantes no estamos aquí para mirarnos las caras unos a otros en la reunión dominical y olvidarnos del prójimo. No temamos a la contaminación.
Una interpretación equivocada de la primera epístola de Juan, 4:15-17, en el sentido de que estamos en el mundo, pero no somos del mundo, está llevando a nuestras iglesias a convertirse en guetos, como aquellas comunidades judías que tendían a aislarse en el interior de las ciudades para evitar supuestas contaminaciones, para conservarse supuestamente puras.
¿A qué tipo de contaminación tenemos miedo? Hay iglesias más contaminadas en su interior que el mundo de afuera que condenan.
¿Temió Cristo contaminarse de la maldad de Judas cuando se arrodilla ante él y le lava los pies? Todo nuestro puritanismo no es más que fachada.
Los protestantes tenemos mucho que decir a esta sociedad enferma, con la peor de las enfermedades, el miedo, y mucho que hacer en ella. Si no podemos establecer clínicas ni hospitales propios, sí podemos formar equipos que acudan a los existentes, equipos de jóvenes preferentemente. Hablar con los enfermos, cantar para ellos, ofrecerles nuevos Testamentos y literatura evangélica. Consolarles en sus sufrimientos. Elevarles el ánimo. Comunicarles esperanzas. Ayudarles hasta donde sea posible.
Los homosexuales son también sociedad. ¿Qué hacemos por ellos? ¿Decir que son enfermos? ¡Qué locura! ¿Todos, todos son enfermos? ¿Qué tipo de enfermedad arrastran? ¿Los admitimos en nuestras iglesias u otra vez tenemos miedo a la contaminación? ¿No estamos también contaminados nosotros, de otras formas? ¡Claro que primera de
Corintios 6:9-11 dice que los afeminados y los que se echan con varones no heredarán el reino de Dios! Pero ¿qué sigue en la misma lista de pecados que presenta el apóstol Pablo? Según este texto, tampoco heredarán el reino de Dios los ladrones, los avaros, los borrachos, los maledicientes ni los estafadores. ¿Entran por la puerta de nuestras iglesias estafadores y maledicientes? ¿Los rechazamos, o sólo a los homosexuales? ¿Nos quedamos con el versículo 9 en el capítulo seis de la primera epístola a los Corintios y echamos tinta negra para borrar el versículo 10? Decía Víctor Hugo que la hipocresía es una enfermedad. Calcula un triunfo y sufre un suplicio.
En nuestro acercamiento a la sociedad española no hemos de discriminar a nadie; ni por su condición sexual, ni por el color de su piel, ni por sus ideas políticas o religiosas. Todos somos hechura del Creador y todos, hasta el más vil, puede ser rescatado en la sangre de Cristo.
En una entrega con mentes y corazones de signo positivo podemos lograr mucho. Potenciar nuestras residencias de ancianos y hacer acto de presencia en aquellas que no son nuestras. Conceder la atención que necesitan los niños difíciles y los jóvenes delincuentes al otro lado de las paredes del templo. Combatir el alcoholismo y socorrer a la persona alcoholizada. Acercarnos a las organizaciones laicas que trabajan para mejorar la situación social de las personas y ofrecerles nuestros servicios. Introducirnos en los movimientos de carácter filantrópico que tienden a remediar en lo posible las situaciones de pobreza, las consecuencias de desastres naturales, la hambruna, la sequía, la falta de empleo, las enfermedades, la escasa calidad de vida aquí y allá.
La presencia del protestantismo en la sociedad española ha de ser lo más amplia y lo más efectiva posible. Todo esto, sin marginar la conversión espiritual del individuo, nuestra obligación de conducirlo hacia las fuentes del Cristianismo primitivo.
También esta debe ser nuestra tarea. Decir a la sociedad de hoy, descreída y hedonista, que abra los ojos, la mente y el corazón a realidades más elevadas. No todo está perdido: ¿Ha muerto para siempre la fe? ¿Ha fenecido la esperanza en otra vida? ¿Ha desaparecido Dios entre las nubes del firmamento? ¿Está el demonio secuestrado en las profundidades del Averno? ¿Dejamos de cantar el “gloria a Dios en las alturas” y lo sustituimos por un “gloria por siempre a la carne”?
¿Y qué ocurrirá luego, cuando el cuerpo acabe su función, cuando termine la fiesta mundana, cuando cobren vida los cementerios y en el cielo aparezca la señal del Hijo del Hombre para juzgar a justos y a injustos? ¿Luciremos en nuestra frente, como símbolo protector, el escudo del hedonismo y de la incredulidad?
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