Hacia mediados de enero inicié la crónica de un reciente viaje evangelístico que incluyó tres países: Estados Unidos, Nicaragua y El Salvador. Esta es la tercera entrega. El capítulo anterior lo cerré con mi llegada a Jinotepe el domingo 27 de noviembre. Prosigo.
LUNES 28
Imparto cuatro horas de estudios sobre liderazgo cristiano en la era de la globalización a alumnos del Instituto Bíblico en Jinotepe. Con ellos permanezco hasta las siete de la tarde. A esa hora regreso al hotel. Ceno y escribo hasta la madrugada.
MARTES 29
En la mañana dedico otras cuatro horas a los estudiantes del Instituto reseñado. A las tres partimos hacia León, donde llegamos a las 6. Ceno con Javier García. Ocupo parte de la noche en el hotel a escribir.
MIÉRCOLES 30
Estoy en León, segunda ciudad de Nicaragua. Fue fundada en 1524 por Francisco Hernández de Córdoba, conquistador español, capitán a las órdenes de Pedarias Dávila. León, cuna de Rubén Darío, centro político, cultural y religioso, alberga un importante mercado agrícola.
En León permanezco desde el 30 de noviembre al 4 de diciembre. Me hospedo en el hotel Los Balcones. Ese mismo miércoles paseo por el centro y almuerzo en el restaurante El sesteo, cerca de la catedral. En la puerta encuentro a Juan. Tiene 11 años. Dice que está allí cuidando coches y ahorrando para sus útiles (material escolar) del próximo curso. En Nicaragua los estudiantes tienen vacaciones por estas fechas. Lo invito a comer conmigo. Pide dos grandes sándwiches de pechuga de pollo y guarda uno. “Es para mi hermanita”, dice. Todos los días, a la hora del almuerzo, Juan me espera a la puerta del restaurante. Comíamos juntos y llevaba alimentos para su hermanita. Al despedirme le di dinero para sus “útiles”. Me lo traje a España en retrato.
Mario Roque, organizador de todo el evento en Nicaragua, puso su coche a mi disposición en León y un excelente chofer de nombre Jairo. Un día llevó a la familia de Roque y a quien escribe a una playa distante 23 kilómetros, Las Bonitas. En el vehículo entramos siete personas, contando al chofer. Comimos en un restaurante frente al mar. A la hora de pagar me dijeron que no aceptaban tarjetas de crédito. Yo no tenía dinero en efectivo. Los demás, tampoco. Jairo y yo decidimos ir al hotel para solucionar el problema. A la ida nos pararon dos policías de tráfico. Solicitaron la documentación del chofer y la del coche. Pidieron a Jairo que bajara para abrir el maletero. Preguntaron quién era yo. “Un periodista español”, respondió Jairo. Le dijo que íbamos al hotel para coger dinero y que regresaríamos.
-“Pues a la vuelta tráenos algún refresco”, dijo a Jairo uno de los policías. “Pero nada le digas a ese periodista”.
Frente al hotel Jairo compró dos botellas grandes de Coca Cola y dos barras de pan. Los policías seguían en el mismo lugar. Tras la ventanilla del coche vislumbré sus rostros de alegría. Al percatarse de que yo contemplaba la escena me enviaron un saludo con la mano.
Así están las cosas en Nicaragua y en todos aquellos países. Coca Cola y pan para alimentar a la policía de tráfico.
El hotel donde me hospedo está cerca de la catedral de León, un gran templo de planta rectangular, fachada baja y ancha, concebida para evitar en lo posible los efectos de terremotos. Su construcción se inició en 1747. Fue consagrada en 1860. Está declarada monumento nacional.
¡Dichosa catedral! Todos los días, a las seis, fuerte repique de campanas llamando a misa. ¿No podrían ir por las casas e invitar a las personas una a una para la ceremonia religiosa? A mí, que voy a la cama entre una y dos de la madrugada, menuda gracia me hacían las campanitas.
¡Qué vamos hacer! Es lo que trajeron a estas tierras quienes llegaron aquí matando indios en nombre de Dios. ¡La gran barbarie de todos los tiempos: matar en nombre de Dios! ¡Por Dios!
Lo he escrito: estoy en León cinco días, desde el 30 de noviembre hasta el domingo 4 de diciembre. Conferencias diarias en una amplia sala alquilada. Primer día, 280 personas. Último día, 564, según datos facilitados por los organizadores. Y nada de predicaciones de 30 minutos. Hasta hora y media en cada intervención. Nadie se movía. Luego, “hermanito una foto con usted”, “hermanito fírmeme la Biblia”, “hermanito deme su dirección para escribirle”, “hermanito ¿no ha traído libros?” “hermanito….. Todo esto te cansa, pero te hace feliz.
LUNES 5 DE DICIEMBRE
Salimos de León a las tres de la tarde. A las seis, en Managua. Las carreteras me recuerdan a las de Cuba, plagadas de carteles con la figura en grande de Daniel Ortega, el vencedor sandinista. Y parecidos títulos: “Nicaragua, de victoria en victoria”. “Nicaragua y socialismo”. “Adelante siempre”. “Venceremos al imperialismo”. “Viva la revolución sandinista”.
Pues que viva. Que vivan todos. Que no muera nadie. La muerte puede esperar.
¡Dictadores fantoches! ¡Aduladores de sí mismos! Todos iguales, todos cortados por la misma tijera. La peor de las democracias es mil veces preferible a la mejor de las dictaduras, dijo el político brasileño Rui Barbosa. A ver quien logra convencer de esto a la cuadrilla de dictadores que hasta hoy subyugan a los pueblos en esas repúblicas que piensan y hablan en español.
MARTES 6
Paso el día visitando a tres familias conocidas y escribiendo en el hotel.
(continuará)
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