Ya estoy a bordo del avión que me llevará a Managua. El comandante ordena cierre de puertas. La aeronave calienta motores. Al rato, ¡vaya por Dios!, el comandante anuncia que uno de los motores tiene una válvula dañada. Hemos de esperar la llegada de mecánicos reparadores. Pasamos hora y media encerrados entre las paredes metálicas del aeroplano. El comandante habla de nuevo. Dice que el motor está arreglado. ¿Arreglado? Dios lo quiera. Dejamos Miami. Otras dos horas y media y aterrizamos sin contratiempo en el aeropuerto de Managua.
Me encuentro de nuevo en Nicaragua.
Llegué a este país por vez primera en diciembre de 1972 para ayudar a víctimas del terremoto que arrasó gran parte de la capital, dejando 18.000 muertos, 50.000 heridos y 250.000 personas sin viviendas. Estuve aquí de nuevo en 1978 y 1982. Ese mismo año el líder guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Daniel Ortega, fue recibido en Madrid por el rey de España. Ortega fue nominado para la presidencia del país en noviembre de 1984. En enero del año siguiente tomó posesión de su alto cargo. A Madrid me llegó una carta del entonces ministro de Asuntos Exteriores, Miguel D´Escato, con la invitación de asistir al acto en mi calidad de periodista. Allá fui, con todos los gastos pagados, avión, hotel, tratado a cuerpo de rey. ¿A qué se debió semejante invitación? Hoy, 27 años después, continúo sin saberlo. Nunca lo pude averiguar.
Cuando ahora regreso a Nicaragua encuentro que Daniel Ortega ha ganado otra vez las elecciones generales y volverá a presidir el país. Pero este no es mi Juan, que me lo han cambiado. Su partido ha sufrido bajas importantes, el Frente Sandinista se ha dividido en varias fracciones. El propio Ortega se ha visto implicado en escándalos políticos, económicos y morales graves. Una hijastra publicó un libro acusándolo de haberla violado durante años. Los grandes carteles desplegados en ciudades y pueblos de Nicaragua con la fotografía de Ortega lo muestran envejecido, ojos pequeños y escondidos, rostro sin carisma, bigote que le cubre parte de los labios, calva que se inicia a la altura de la frente y atraviesa todo el cuero cabelludo, dejando un ridículo moñito de pelo a la altura de la nariz, sobre la frente, donde empieza la calva.
Aún así, Daniel Ortega gobernará de nuevo Nicaragua durante los próximos seis años.
La Nicaragua de hoy tiene seis millones de habitantes. La libertad de culto es total. La Iglesia católica continúa teniendo una gran influencia política. Ortega, antes marxista-leninista en la línea de Fidel Castro, ahora asiste a misa con regularidad. Su encarnizado enemigo años atrás, el cardenal Orlando Bravo, hoy es su amigo íntimo, protector, asesor, manipulador de sus pensamientos. Desde mi habitación del hotel en Managua seguí por el canal 6 de Televisión un discurso de Ortega analizando la situación política y económica de Estados Unidos y de Europa. Por cierto, muy acertado en el manejo de las estadísticas. Sentado a su lado en la plataforma desde la que el político se dirigía al pueblo, el señor cardenal. Como siempre. La Iglesia católica y el poder. La jerarquía vaticana dictando sus normas, dirigiendo la política y a los políticos en los países donde se lo permiten. Y donde no, batalla para lograrlo. Como ocurre en esta España de nuestros dolores.
El protestantismo crece y crece en Nicaragua, como está ocurriendo en todas las repúblicas centroamericanas. Los números hablan de un millón ochocientos mil evangélicos en el país. Esto supone un 30 por 100 de la población.
En el aeropuerto de Managua me esperan dos amigos: el teólogo
Javier García y el médico
Erick García, sobrino del anterior. Me llevan al hotel Camino Real, donde el gobierno sandinista me hospedó en enero de 1985. La noche está calurosa. Poco después de la cena en compañía, ¡a la cama! ¡Bendito sea Dios! Normalmente duermo poco. Suelo decir a los amigos que dormir es morir, las horas que uno duerme deja de vivir, pero admito que estar en ese reposo de inacción, suspensión de los sentidos y de todo movimiento voluntario, es poco menos que la gloria. Especialmente si uno se mete entre sábanas con el cuerpo molido, como era mi caso aquella noche.
JUEVES 24
¡Qué alegría! ¡No me espera nadie, nadie me reclama! Desayuno buffet, incluido en el precio de la habitación. Compro tres periódicos: “Mercurio”, “La Prensa” y “Nuevo Diario”. He aquí algunos titulares de hoy:
“Multipliquemos nuestras voces para la eliminación de la violencia contra las mujeres”.
“Trabajadores reclaman prestaciones sociales”.
“En Costa Rica encuentran a 61 nicaragüenses que entraban al país escondidos en un gran contenedor”.
“124 mujeres víctimas de violación y asesinatos”.
“Pastor Noel Bermúdez (teología de la prosperidad): “Dios está buscando socios que quieran invertir con Él”.
“Busco doméstica con experiencia. Seis horas diarias. Tres mil córdobas mensuales” (Unos 90 euros).
“Daniel Ortega ha cambiado” (no explica en qué ni para qué).
No sigo.
Paso el resto del día recluido en mi habitación, escribiendo para mi próximo libro.
VIERNES 25
Salgo a la una con el doctor Erick García hacia Estelí, 150 kilómetros al norte de Managua. Por aquí cruza la carretera panamericana. El terreno es apto para el cultivo del algodón. A las siete pronuncio mi primera conferencia en Nicaragua. Al aire libre. No caben en el edificio los 350 asistentes, algunos llegados de lugares cercanos, como de Ciudad Darío. Una señora que deseaba ser restaurada a la fe lloraba abrazada a mí. Me alojaron en el Hotel Panorama.
SÁBADO 26
El día casi completo en el hotel. Escribiendo. A las 7 de la tarde, segunda conferencia en el mismo lugar. Más gente. A las nueve salimos por carretera hacia Jinotepe, 208 kilómetros de distancia. Es capital del departamento de Carazo, al suroeste de Managua. La ciudad está situada en el istmo que separa el lago de Nicaragua de las costas del Pacífico. Posee salinas y destilerías de aguardiente.
Es noche cerrada. Mucho tráfico de camiones. Carreteras en pésimas condiciones. Algunos conductores mantienen la luz larga en sus vehículos y deslumbran. Erick conduce con prudencia. Es la una de la madrugada cuando me tiendo en la cama de la habitación que tengo reservada en un modesto hotel.
DOMINGO 27
Madrugón a las siete de la mañana. Hemos de ir a Masaya, 35 kilómetros distante de Jinotepe, en la cordillera del Pacífico, entre los lagos de Nicaragua y Managua.
Reunión a las nueve. En un auditorio cedido por la Universidad Bautista se congregan 830 adultos y 203 niños, según datos que me facilitaron. Niños por todas partes. Muchos niños.
A la una dejamos Masaya en dirección a Managua, sólo 45 kilómetros. Otra reunión numerosa a las cinco de la tarde en un local situado cerca de la Embajada de España. Unas 400 personas. Hablo durante 60 minutos, como acostumbro en todas las conferencias que estoy impartiendo por aquí.
Ocho de la noche. Vuelta a Jinotepe. Tráfico siempre difícil. Borrachos en la carretera, deambulando de un lugar a otro como el trotamundos de Tolstoi. Paramos para cenar. Llegamos al hotel cerca de la una de la madrugada. Mi cuerpo, con nombre de vivo, está muerto, como la Iglesia en Éfeso recordada en el Apocalipsis del apóstol Juan.
Esa noche me entero que el Barça ha perdido con el Getafe y el Madrid ha ganado al Atlético. ¡Pobre Atlético de mi corazón!
(Continuará)
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