Ocurrió el lunes 23 de enero de 1995 en un restaurante de la parte vieja de San Sebastián. Gregorio Ordóñez, presidente del Partido Popular en Guipúzcoa, almorzaba en compañía de tres amigos. Un joven encapuchado, miembro de ETA, irrumpió en el restaurante y de un solo disparo en la nuca terminó con la vida del brillante político. Parece que en este país es muy conveniente matar de vez en cuando a una figura pública para encorajinar a los otros. Como ocurrió con Calvo Sotelo. Y con José Antonio.
Macabra coincidencia.
La pistola utilizada para segar la vida de Gregorio Ordóñez fue la misma que un mes antes había servido para matar al sargento de fe cristiana evangélica Alfonso Morcillo, hecho que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1994.
Cuando asesinaron a Ordóñez ocupaba la silla eclesiástica de San Sebastián el obispo José María Setién, no sé si decir amigo, protector o simpatizante de ETA. Setién, nombrado obispo en 1972, nunca quiso predicar en los funerales de una víctima de ETA. ¡El pobrecito! Haciendo lo que jamás había hecho, Setién pidió tres veces a los familiares de Ordóñez que le permitieran hablar ante su cadáver. La familia se negó en principio. Acabó aceptando tras la mediación de un grupo de párrocos de San Sebastián, poco amigos de su obispo.
Setién no habló, leyó. Los obispos católicos no saben predicar. Tienen una oratoria pobre, fría, altanera e insensible. Se limitó a leer unas cuartillas en el funeral del hombre con quien en vida estuvo enfrentado a causa de las ideas políticas que los separaba.
Mejor que no hubiera leído cosa alguna, porque le llovió un diluvio de críticas. El entonces secretario general de los socialistas vascos, Ramón Jaúregui, dijo que a las cuartillas del obispo faltó calor humano. Pues ¿qué esperaba? Más lejos fue el hoy Alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. En entrevista con Juan G. Ibáñez (El País 29-1-1995), dijo: “Yo no veo en las palabras de Setién el mensaje de Cristo. En el discurso pone al mismo nivel el reproche intelectual, humano y cristiano hacia los terroristas de ETA y a quienes son víctimas de ETA”.
Quien destapó la caja de los truenos fue uno de los mejores periodistas que por entonces había en España, Jaime Campmany. Con su característica y fina ironía escribió lo que aquí reproduzco: “Aleluya, porque al fin se ha producido el esperado suceso. Ochocientas víctimas han tenido que ser inmoladas por la locura etarra para que su Ilustrísima se decidiera a pedir al pie del altar el adiós a las armas…. Es la primera vez que su voz de pastor se eleva en el templo para hacer ese ruego sobre el duelo de la sangre y de la muerte (ABC 26-1-1995).
¿Qué sentido tiene despertar ahora aquellos recuerdos tristes?
Lo explico.
Tengo ante mí el diario EL MUNDO (22-10-2011) con una declaración de los obispos vascos en la que advierten que “un católico no puede estar ni encubrir ni apoyar a una banda terrorista”.
¿Cómo es eso? ¿De dónde salió ETA? ¿Dónde se fraguó? ¿Cuáles fueron sus primeros apoyos?
Álvaro Baeza publicó en 1995 un libro titulado ETA NACIÓ EN UN SEMINARIO.
“Es falso que ETA naciera en los seminarios”, replicó el por entonces obispo de Pamplona José María Cirarda. ¿Falso? Baena aporta datos, documentos originales, pruebas recogidas en una investigación de seis años. Su libro figuró en la lista de los más vendidos en España.
Apuntando directamente a la diana con dardos probatorios, Baeza escribe: “En 1961 el seminario de Derio aportaba los cien primeros jóvenes abertzales para la causa”.
Sigue acusando: “El mayor apoyo y aporte de ayuda lo tuvo la organización terrorista ETA, en sus orígenes y principios, a partir del mismo embrión EKIN del 52, en los conventos, iglesias, capillas, sacristías, monasterios, confesionarios, oratorios, casas de ejercicios, ermitas, residencias religiosas, seminarios y colegios vascos. El respaldo definitivo venía precisamente de los jesuitas por ser ellos los que, a su vez, controlaban mayoritariamente la Acción Católica vasca”.
Nueve años después el periodista Jesús Bustamante Liébana, por entonces colaborador de A.B.C., insistió en la línea de Álvaro Baeza con otro libro titulado LOS CURAS DE ETA. Fue publicado por
LA ESFERA DE LOS LIBROS en 2004 con prólogo de José Bono, en aquella época presidente de Castilla la Mancha, más tarde ministro de defensa y hasta hoy y por poco tiempo más presidente del Congreso de los diputados.
Bono hace estas reflexiones en el prólogo: “ETA ha asesinado a más de mil personas: empresarios, políticos, funcionarios, profesionales, niños. Entre las víctimas no hay ningún sacerdote. ¿Acaso le debe algo ETA a la Iglesia? ¿Teme ETA a la Iglesia?
Según Bustamante, “la organización reclutó curas desde sus inicios para labores de logística, información y protección. Algunos empuñan la pistola y ponen bombas”.
¿Entonces? Nada, eso. Que muy bien que los obispos vascos y el secretario general de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, jesuita, obispo auxiliar de Madrid, digan ahora que “un católico no puede estar ni encubrir ni apoyar a una banda terrorista”. Pero ¿deberían reconocer su culpa y pedir perdón a la sociedad o no? ¿Qué piensa el lector de este artículo?
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