Los Hechos de los Apóstoles, escrito hacia el año 60 de nuestra era, libro que ofrece un panorama histórico de la Iglesia primitiva, relata
tres casos de magia.
El primero es el de un tal Simón, que vivía en Samaria. Lucas, autor del libro, lo presenta con estos rasgos:
“Había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: éste es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo” (
Hechos 8:9-11).
Simón atribuía su magia y sus sortilegios al poder de Dios. E hizo escuela, y esto mismo pretenden hoy los maestros del ocultismo.
En este primer encuentro del cristianismo con la magia de su época, triunfa el mensaje de Jesús. Simón se convierte, es bautizado por Felipe y se une a él. Pero las perlas eran demasiado puras para el puerco:
“Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, sí quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí” (
8:18-24).
Nótese la condición moral y espiritual de Simón, descubierta por el apóstol Pedro: “En hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás”.
¿Será éste el barro con el que se embadurnan todos los brujos, hechiceros, adivinos, magos, astrólogos, espiritistas y ocultistas en general?
Quien decía que practicaba la magia por disposición divina, el que se hacía llamar “el gran poder de Dios”, desmiente ahora sus pretensiones e implora derrotado: “Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí”.
¿Dónde están ahora sus poderes mágicos?
ELIMAS
En su primer viaje misionero Pablo llega a la isla de Chipre. En Pafos, capital política de la isla, establece relaciones con el procónsul romano Sergio Paulo. Bernabé y Pablo hablan al procónsul de la esperanza del cristianismo. Pero
un mago judío, de nombre Barjesús, también llamado Elimas, procuraba ”apartar de la fe al procónsul“ (
Hechos 13:8).
La reacción de Pablo es fuerte, en palabras y hechos:
“Fijando en él los ojos, dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, he aquí que la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo. E inmediatamente cayeron sobre él oscuridad y tinieblas; y andando alrededor, buscaba quien le condujese de la mano” (
Hechos 13:10-11).
¿Vale decir aquí que en el anatema de Pablo están retratados y condenados todos los maestros y practicantes del ocultismo?
Pues dicho queda.
Tampoco es casual el castigo. Elimas, que como todos los de su profesión invocaba la luz para profundizar en las tinieblas, perdió la luz de sus ojos.Quedó temporalmente ciego.
UNA MUCHACHA ADIVINA
El tercer caso de magia lo protagoniza una mujer.
Tuvo lugar en Filipos, ciudad griega llamada así en honor al padre de Alejandro Magno.
Cuando Pablo y Silas se dirigen a un lugar concreto para orar, les sale al encuentro una joven adivina que era utilizada por hombres desaprensivos.
El autor del relato, Lucas, dice que la muchacha tenía espíritu pitónico. Según la leyenda griega, Pitón era el nombre de la serpiente que pronunciaba oráculos en Delfos. De aquí el nombre de “pitonisa”, que designa a la sacerdotisa de Delfos.
“Ésta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días, mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora” (
Hechos 16:17-18).
Los gritos de esta pitonisa eran favorables a los misioneros, pero Pablo sabía que procedían de un espíritu demoníaco.
Quienes frecuentan hoy las ceremonias ocultistas quieren oír cosas agradables, aunque procedan de la boca del mismo Satanás.
Pablo no necesitaba ni quería este tipo de colaboración. Por eso impreca al espíritu demoníaco que abandone el cuerpo de su víctima.
La luz que emana del Evangelio de Cristo no puede mezclarse con las tinieblas del ocultismo. Aunque los espíritus demoníacos ensalcen las virtudes del cristianismo.
Los cantos de sirena del ocultismo acaban estrangulando la conciencia. ¡Alerta!
Si quieres comentar o