Colombia tiene 45 millones de habitantes y una extensión geográfica de 1.138.914 kilómetros cuadrados. Los habitantes de Ecuador suman 13 millones y todo su suelo se extiende a lo largo de 283.561 kilómetros.
Hace unos días he regresado de un prolongado viaje a estos dos países: Conferencias para líderes cristianos, temas de avivamiento para iglesias, desafíos evangelísticos, charlas sobre literatura española e hispanoamericana, contactos, muchos contactos con gente que quiere saber, que pregunta, que cuestiona. El cuerpo llegaba todas las noches a la cama pidiendo auxilio. El alma reía.
Las principales actividades fueron en
Medellín, Colombia. Dicen que es la segunda ciudad más violenta de América Latina, después de Ciudad Juárez en México. Estando allí no se nota. A lo largo de años he viajado cinco veces a Medellín. Jamás he sufrido percance alguno.
Los organizadores contaban con la asistencia de personas residentes en ciudades cercanas. Las lluvias torrenciales tumbaron los deseos. Por aquellos días llovió intensamente en todo el país. Miles de familias evacuadas. Derrumbes. Carreteras cortadas. Ríos desbordados. Inundaciones. Las aguas anegaban barrios y pueblos. Hubo 10.000 damnificados. Graves deslizamientos en comunas alrededor de Medellín, donde 35.000 personas malviven en casitas construidas en las laderas. Las autoridades hablaron de 67 muertos, 36 heridos, 8 desaparecidos, 98.000 damnificados, 183 viviendas destruidas, tres millones de afectados.
Todo esto, en plena semana santa católica. “Dios nos tiene abandonados”, chillaba una mujer. “La gente está nerviosa, pero yo estoy temblando. Todo está consumado”, decía un sacerdote de Puerto Nare conocido como “el padre Carlos”.
Al llegar a
Ecuador encontré un panorama distinto. Aquí la gente discutía si votar sí o no en un referéndum propuesto por el presidente del país, Rafael Correa, para reforzar su discutido proyecto político. No arrasó como esperaba, pero ganó el sí, el sí para él, el sí para perpetuarse en el poder, como lo hizo Fidel Castro en Cuba, como lo están haciendo Hugo Chavez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia y otros de menos proyección mediática en distintas parcelas del gran continente hispanoamericano. Con los votos sobre la mesa, Correa quiere reformar la justicia para colocar gente suya, uno de los objetivos principales desde que asumió el poder. También pretende cerrar todos los casinos de juego y prohibir las corridas de toros, a imitación de nuestra comunidad catalana.
Lector empedernido de todos los temas, de cualquier tema,
yo tenía noticias del espectacular avance de las denominaciones protestantes en América Latina. Algunas fuentes aseguran que en esa parte de la tierra donde se habla español y estuvo dominada hasta años recientes por la Iglesia católica, hay ya 50 millones de protestantes. ¡Aleluya! ¡Ojalá antes de mi muerte pueda leer que esos cincuenta millones han llegado a doscientos! ¡Todo es posible al que cree, dijo quien lo dijo!
El año 2005 había en Ecuador 2.500 templos evangélicos. Ahora suman 4.400, según datos que pude obtener en Quito. El número de evangélicos se acerca a los dos millones. Una de las tres denominaciones más importantes en el país es la Federación de Indígenas Evangélicos, con fuerte presencia en las provincias del centro andino. Recorriendo las calles de Quito y Guayaquil uno ve rótulos de iglesias evangélicas por todas partes.
Cuando yo dirigía en Tánger el periódico LA VERDAD solía publicar con frecuencia noticias de atropellos que sufrían los evangélicos de Colombia por parte de algunos sacerdotes católicos. Allí están impresas las informaciones de templos destruidos y pastores asesinados. La situación ha dado un vuelco total. Para bien, glorificado sea Dios.
Entre 1950 y 1953, cuando yo escribía lo que he contado, en Colombia había unos 35.000 evangélicos. En el 2005 se contaban dos millones y medio. Ahora pasan de los tres millones. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Será predicado el Evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.
El protestantismo, como movimiento religioso bien organizado, consolidado, creador de conciencias vivas, responsables, comprometidas, está contribuyendo en gran manera a las transformaciones sociales, culturales, económicas y hasta políticas que están viviendo ahora mismo las repúblicas que con orgullo se expresan en el idioma de España.
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