Efectivamente. Dios forma parte del vocabulario de todos los días. Y puesto que el pensamiento es antes que la palabra, hablar de Dios supone pensar en Él: “Si Dios quiere”. “Vaya usted con Dios”. “Que Dios le ampare”. “A Dios rogando y con el mazo dando”. “Alabado sea Dios”. “A la buena de Dios”. “Ande con Dios”. “Quede con Dios”. “Sabe Dios”. “Válgame Dios”. “Por Dios”. “Adios”, y otras muchas frases de igual parecido, lo que indica que el nombre de Dios siempre está resonando por el mundo.
Hasta en el Congreso de los diputados.
Se supone que España es un Estado laico. Sólo se supone. Porque del dicho al hecho hay mucho trecho. En la santa casa del legislativo, donde las llamadas señorías (?) hablan, ríen, aplauden, abroncan, tampoco se prescinde de Dios. El otro día, contemplando un debate entre el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición, reparé en que ambos citaban a Dios.
Rajoy, defendiendo su visión de España: “Queremos un gobierno como Dios manda”.
Zapatero, queriendo convencer de que la economía había mejorado en los últimos años: “Si esto no es crecimiento, que venga Dios y lo vea”.
Dice el Corán que nadie como Dios, quiere que el hombre elogie a Dios.
Pero ni en los labios de Rajoy ni en los de Zapatero había elogio alguno, sólo verborrea parlamentaria.
Las señorías (?) que se sientan en los escaños del hemiciclo saben poco de Dios o, si saben, lo ocultan. Aquellos estadistas de antes eran distintos.
En la historia parlamentaria de España brilla el discurso que el 22 de febrero de 1869 pronunció en sesión de Cortes Emilio Castelar, por entonces jefe del partido republicano.
Defendiendo ante el canónigo Vicente Manterola, tan elocuente como él, el derecho de los españoles a la libertad religiosa, estalló en esta prédica: “¡Grande es Dios en el Sinaí!; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios, y sin embargo diciendo: “Padre mío, perdona a mis verdugos, perdona a mis semejantes, porque no saben lo que hacen”.
¿Hay algún diputado en el Congreso de Madrid capaz de expresarse públicamente con tanta vehemencia y conocimiento de la Biblia sobre la divinidad?
¿Existe en la política de hoy un diputado con la valentía que demostró Miguel de Unamuno en el Ateneo de Madrid?El 13 de noviembre de 1899 fue invitado a dar una conferencia en dicha institución. El público que abarrotaba el recinto esperaba una de sus magistrales conferencias sobre literatura, economía o política.
Lo que hizo el genial pensador vasco fue soltarles un sermón sobre Nicodemo, el líder fariseo que acudió una noche al encuentro de Jesús. Unos días después, Unamuno confiaba a su amigo Múgica: “Estoy convencido de que uno de los más hondos males de España es que este pueblo es uno de los menos religiosos”.
Los políticos de hoy tienen la suficiente religión para decir: “Como Dios manda”. Y “que venga Dios y lo vea”. Pero no pasan de esas vulgares frases.
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