El de Sigüenza–Guadalajara, José Sánchez, dijo a la cadena de radio SER el 24 de enero pasado que estaba muy preocupado “por el descenso alarmante” de alumnos españoles en las clases de catolicismo.
Según la Ley Orgánica de Educación (LOE) de 2006, las materias religiosas –católicas, evangélicas, islámicas, judías- son voluntarias. En diez años, el número de estudiantes en el primer ciclo de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) ha descendido del 88,2% al 59,8%. Para el obispo Ricardo Blázquez, “la sociedad española está apagada, moribunda”. En opinión del cardenal Antonio Cañizares, “los católicos españoles viven acobardados”. A Ricardo Blázquez contesta el poeta y dramaturgo Antonio Gala con estas palabras de acero: “Quizá quien esté, sea cual sea su apariencia, apagada y moribunda aquí sea precisamente la Iglesia”. Y añade sin freno en las ideas: “Que la Conferencia Episcopal española, si la deja su tartamudo portavoz, se auto analice: buena falta le hace”.
El escritor y periodista Juan Goytisolo se quejaba de que la lamentable conducta de la Iglesia católica esté empujando a la sociedad española hacia el abandono de sus dogmas y la incorporación al laicismo.
España no está dejando de ser católica por decreto gubernamental, como pretendía Azaña. El elevado número de niños cuyos padres se niegan al bautismo católico, el hecho de que los matrimonios civiles estén superando en nuestro país a los matrimonios católicos, los entierros sin curas y otros síntomas de descreimiento y alejamiento de la Iglesia católica, son pruebas evidentes de que los españoles se inclinan por un estado laico.
Así lo ponen de manifiesto artículos de pensamiento como “La cuestión religiosa”, de Ignacio Sotelo; “¿Para cuándo el Estado laico?”, de Bonifacio de la Cuadra; “El fracaso del catolicismo español”, de Suso de Toro y “Sobre laicidad y laicismo”, de Gregorio Peces Barba, todos ellos publicados por el diario EL PAÍS en distintas fechas. Francisco Bustelo, de la Universidad Complutense, no concuerda totalmente con la afirmación de Suso de Toro de que “ya no somos religiosos”, “pero sí que los católicos cabales- reflexiona Bustelo- suponen en nuestro país del orden de un tercio o poco más de la población”.
Tan caliente está el patio de la catedral y el de Moncloa, que el grupo llamado Cristianos Socialistas, en el que militan figuras tan conocidas como el presidente del Congreso José Bono y el ex-alcalde de Coruña y embajador en el Vaticano, Francisco Vázquez, emitió un comunicado llamando a los católicos españoles a la rebeldía contra la Iglesia católica, a la deserción de las filas del catolicismo: “Animamos encarecidamente a todos los cristianos que discrepan con sensatez del rumbo que está tomando la Iglesia católica en España a tomar posición tanto dentro de ella como en la sociedad –decía el comunicado, para añadir a continuación- : El silencio no es evangélico, menos aún cuando hay quienes están usurpando el nombre del Evangelio”.
La púrpura se defiende y tiene quien la defienda del vendaval laico y anticatólico. El periodista Juan Manuel de Prada habló de “odium fidei”. La también periodista Cristina López puso el tema en “Ateísmo de Estado”. El cardenal Cañizares se escudó tras la cruz e interpretó la situación como “cristofobia”. Fue más lejos, más dura y más arbitraria la agencia vaticana Zenit al definir la situación de descatolización que se está produciendo en España como una “especie de salida de todos los intolerantes que propiciaron la persecución religiosa de la II República española”. Ganas de escarbar en las heridas, afán de comparar lo incomparable.
En el debate convocado hace justo tres años por la revista católica VIDA NUEVA con motivo de su cincuenta aniversario, se oyeron cosas como estas: “Estamos acosados por todas partes, por los medios de comunicación poderosos y por un Gobierno sectario” (Obispo Antonio Montero). “No nos persiguen, pero no nos quieren” (Obispo Fernando Sebastián).
¿Quiénes no los quieren? ¿El Gobierno o el pueblo? Este es el que debería preocupar a los señores obispos. Los gobiernos pasan y se suceden. Puede llegar otro que si les quiera, hasta los mime, como ha sido habitual desde que España es España. Pero si es el pueblo el que ha roto los lazos que les unía a la Iglesia, la situación es grave y debería quitarles el sueño.
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