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Carta a Pedro Zerolo

¿Por qué escribo precisamente a usted y no a otro esta carta? Por dos razones, señor Zerolo. Una, porque el tema va de homosexualidad y usted, según leo, es presidente de la Confederación de Gays y Lesbianas. Dos, porque este colectivo anunció que emprendería acciones legales contra “las sectas destructivas” en el caso que más adelante contaré.
ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 01 DE JULIO DE 2010 22:00 h

Antes de seguir escribiendo he de decirle que tiene usted todos mis respetos por cualidades que admiro: Es usted un político excepcional y un abogado brillante.

Entremos ya en el cuerpo del delito.

Organizada por el Consejo Evangélico de Aragón, el pastor Marcos Zapata pronunció a finales de diciembre una conferencia que tituló Cómo criar hijos heterosexuales. Zapata es pastor evangélico, educador, ex-presidente del Consejo Evangélico Gallego. Presidía la Asociación Dignidade, con varios centros en Galicia dedicados a ayudar a menores con problemas. Estos centros están subvencionados por la Comunidad de Galicia. Alguien denunció a Zapata de haber dicho en el curso de la conferencia que la homosexualidad es una enfermedad, que la Iglesia debe hacer lo posible por curar a éstos enfermos y llevarlos a la conversión en Cristo. Sin comprobar siquiera si esto era cierto (que afirma Zapata que no lo era, y yo le creo), aquí se armó la de San Quintín. Ustedes se alzaron en armas contra el invasor de su territorio.

Toni Poveda, a quien usted conoce, presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), atacó. Dijo: “Vamos a intervenir con toda nuestra fuerza para que la Xunta (de Galicia) destituya a éste señor”. Da miedo. Porque la fuerza que ustedes tienen en la España de hoy es más poderosa que la de Sansón. Si se lo proponen, pueden derribar columnas, templos y vidas. El señor Rajoy, presidente del partido opositor, acaba de decir que “enfrentarse al voto gay implica un grave riesgo”. Por otro lado, leo el 12 de enero que La Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales ha presentado un escrito en la Fiscalía General del Estado para que investigue si el Obispo de Tenerife ha incurrido en responsabilidades penales por haber relacionado la homosexualidad con el abuso de menores.

¿Cree usted, señor Zerolo, que lo de Marcos Zapata fue para tanto? Me confieso: Yo no soy homófobo. No creo, para nada, nunca, jamás, que la homosexualidad sea una enfermedad ni que el homosexual sea un enfermo. Que hay niñas y niños que nacen con tendencias lésbicas y homosexuales, a la vista está.

Yo entré en contacto con el hecho homosexual en Tánger, Marruecos, años antes de que usted naciera. En aquél entonces había una gasolinera de la compañía AGIP en la calle Fez, frente al cine Paris. El encargado, un tangerino de origen italiano, era amigo mío muy cercano. Yo le visitaba algunas tardes y me fijaba en un niño que andaría por los nueve o diez años, muy bonito, siempre por allí correteando. Un día veo a un grupo de tres o cuatro moros (así los llamábamos) toqueteando al niño por todo el cuerpo. Le eché una media bronca (al niño) y le dije que se marchara a su casa. Mi amigo, el de la gasolinera, que más tarde supe lo que se traía con el niño, se enojó conmigo y me dijo que el niño era inocente, que se dejaba tocar sin saber lo que hacía ni lo que le hacían.

Aquél niño, entonces Manolito, llegó a ser después Bibi Andersen y ahora Bibiana Fernández. No nació enfermo. Nació homosexual, diga lo que diga la ciencia, la teología, la psiquiatría, la psicología y demás ías.

A lo largo de los años he seguido de cerca el tema. Cuando Franco, yo publicaba en Madrid una revista titulada Restauración. La multaron varias veces, la censura me quitaba artículos. Uno de los censurados, por el que además tuve que pagar 25.000 pesetas de multa, trataba de la discriminación legal y social contra los homosexuales.

Si repasa las hemerotecas comprobará que los evangélicos nunca hemos discriminado a los homosexuales por el hecho de serlo, si bien tampoco descuidamos la enseñanza bíblica al respecto.

¿A qué viene entonces tantas presiones, tantos gestos de intolerancia, tantas amenazas por parte de ustedes?

Los intocables nos abruman. Nos acorralan. Si expresamos disconformidad con algunos comportamientos del Estado de Israel nos llaman anti judíos, racistas; si denunciamos el terrorismo islámico se nos tilda de enemigos de la gran nación musulmana; si ponemos en tela de juicio actitudes concretas de los obispos católicos hemos de apechugar con el sambenito de odio al catolicismo, nosotros, que no odiamos ni a una mosca. Ahora, si exponemos públicamente lo que la Biblia dice en torno a la homosexualidad se nos llama homófobos, intolerantes. Si no tuviéramos bastante con tantas inquisiciones, se nos echa también encima la inquisición homosexual. Si no son ustedes capaces de aceptar un pronunciamiento inocente sobre la homosexualidad les recomiendo la lectura o relectura de la carta del filósofo inglés John Locke sobre la libertad y la tolerancia.

En uno de mis viajes a San Francisco de California me propuse visitar una Iglesia evangélica compuesta por cristianos homosexuales y lesbianas. Según la información que me dieron allí, iglesias de este tipo abundan en todo el gran país norteamericano. Trabajan mucho, son muy fuertes, contabilizan ya cinco millones de miembros.

A la que yo asistí había unas 300 personas. En el púlpito, un pastor homosexual y una pastora lesbiana. Me presenté. Dije que era periodista y predicador del Evangelio. El pastor habló una media hora. Fueron treinta minutos de ataques al Alcalde de San Francisco y a todo su equipo municipal por no recuerdo qué leyes que preparaban en su contra. Luego me anunció a la congregación y me pidió que dijera unas palabras. Esto es costumbre entre nosotros.

Improvisé quince minutos de charla en inglés sobre el texto “no juzguéis para que no seáis juzgados”. En aquella iglesia se denigraba a las autoridades por supuestos ataques contra los homosexuales. Ojo por ojo. El pago con la misma moneda.

Ustedes, señor Zerolo, están utilizando idéntica política en España. Atacan nuestra fe y no nos quejamos. Boris Izaguirre llegó excitado a un programa en la Cuatro de Televisión y dijo cuatro veces “me cago en Dios”. Esto no lo presencié yo. Me lo contó un arquitecto de su Tenerife natal. Lo que si presencié una noche, cuando Izaguirre trabajaba con Sardá en el programa Crónicas Marcianas, fue un desnudo de cintura para abajo. El venezolano se bajó los pantalones y enseñó su culo a quienes estábamos contemplando el programa. ¿Qué me importaba a mi el culo del señor Izaguirre? ¿Por qué he de sufrir semejante atentado contra mi concepto de la moral y de la dignidad? Una vez que el ya muerto Camilo José Cela se refirió de pasada al culo homosexual, el ya también muerto Ramón Terenci Moix lo fulminó con un artículo en El País.

¿Ustedes se ofenden por una aguja y nosotros hemos de tragarnos el elefante? Cuando en Madrid se estrenó aquella obra de teatro con el desgraciado título de “Me cago en Dios”, ¿fuimos los evangélicos a protestar a las puertas del teatro? La Iglesia católica les bombardeó a ustedes todo cuanto quiso. Pero los evangélicos dimos un ejemplo más de respeto a las opiniones ajenas y no abrimos la boca ni levantamos un dedo.

A mí me ofende la cantidad de libros atentatorios contra mi fe que se publican a diario. Libros en los que se deforma la persona de Jesús y se pone en entredicho su pureza inmaculada. Libros basura cuya única intención es el desprestigio de la fe, hacer burla de la creencia. ¿Qué hago en estos casos? ¿Anatematizo a sus autores? ¿Los llevo al tribunal de Estrasburgo? ¿Quemo las obras? No. Dios ha grabado con caracteres eternos en nuestro corazón los derechos de todos los hombres a decir lo que piensan y a expresar lo que creen. Ya dijo el político francés Joseph Pierre Proudhon que el derecho es para cada uno la facultad de exigir de los otros el respeto a sus opiniones.

¿Por qué han armado ustedes tanto alboroto por unas expresiones sin maldad del pastor Zapata? Usted sabe, y lo sabe bien, que a nadie se le debe juzgar por sus opiniones, mucho menos solicitar acciones legales en su contra. Podría citarle artículos de nuestra Constitución sobre el derecho a erigirse cada cual de acuerdo a sus propias convicciones, pero serviría de muy poco, porque esos textos los conoce usted mejor que yo; los ha utilizado para apoyar el matrimonio homosexual y exigir los derechos que el Estado y la sociedad les ha negado en tiempos pasados.

El pastor Marcos Zapata no ha hecho otra cosa que exponer y defender su visión de la vida y de la moralidad tal como se lo dicta la Biblia que lee a diario. Zapata, a quien ustedes han criminalizado, cree que la práctica homosexual es pecado. Yo también lo creo. Todos somos pecadores. El ser más justo peca siete veces al día. En otro lugar de esta revista se dan noticias de dos conferencias sobre homosexualidad pronunciadas en Madrid por el psiquiatra y teólogo cristiano José Manuel González Campa. El Dr. Campa vino a decir que la práctica homosexual es pecado desde la perspectiva cristiana. Pero en el mismo sentido que son moralmente pecadores “los avariciosos, los envidiosos, los que provocan contiendas, los engañadores, los malignos, los murmuradores, los detractores, los injuriosos, los soberbios, los altivos, los inventores de males, los desobedientes a los padres, los necios, los desleales, los implacables, los que carecen de misericordia”. Todos éstos figuran en el mismo catálogo del primer capítulo en la epístola que el apóstol Pablo escribió a los Romanos. En los comportamientos sexuales la diferencia es que se manifiestan de un modo más patente y externo.

Concluyo, señor Zerolo. Si no presionan a la cúpula de la Conferencia Episcopal por las continuas declaraciones dañinas para el colectivo homosexual, ¿por qué presionaron a la Comunidad de Galicia por muchísimo menos? Quedarían ustedes como ángeles si pidieran disculpas a Marcos Zapata y rectificaran ante la Junta de Galicia.

Saludos,

Juan Antonio Monroy, “Vínculo”, Madrid, marzo 2008
 

 


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