Verá usted: ALTERNATIVA 2000 publicó en su número anterior un artículo en torno al ganador del último premio Planeta, usted. Carlos de la Vega confesaba no haber leído todavía “La prueba del laberinto”, el libro ganador. Estructuró su trabajo con referencias al tema y a algunas críticas tempranas. Poco después, en cuanto el señor Lara dio la orden de despachar ejemplares e inundar librerías y kioscos, aquí lo compramos, lo leímos, y ahora lo estoy comentando.
En su laberinto usted anticipa reacciones airadas de líderes religiosos y, en una frase que yo cito sin completar la última palabra, teme que estos líderes traten de cortarle los c… Baje la guardia, amigo. Usted no es Salman Rushdie. Ni siquiera es Martín Scorsese. Ni Fernando Arrabal. Por nuestra parte, pasee tranquilamente sin guardaespaldas y duerma con puertas y ventanas abiertas. Le aseguro que ni el más humilde de los evangélicos se va a acercar a usted con intenciones agresivas, ni nadie entre nosotros va a temblar por sus ataques al protestantismo.
Por mi parte, tan sólo unas puntualizaciones. ¿Da usted su permiso? Gracias.
CRÓNICA DE UN PREMIO ANUNCIADO
Recuerdo el título de una conocida novela de García Márquez para referirme a lo que usted, de puro sabido, tendrá ya hasta olvidado: que el nombre del ganador del premio Planeta 1992 era conocido en la intimidad editorial desde antes incluso de ser convocado dicho premio. A lo que parece, la concesión del mismo fue pactada de antemano entre el patrocinador del premio y editor del libro, José Manuel Lara, y usted. Yo no tengo constancia fehaciente de tales compromisos. Poseo, en cambio, una carpeta con documentación en la que críticos literarios de estos entornos lo afirman. Por lo que dicen tales especialistas, el señor Lara pudo haber contactado con Vargas Llosa antes que con usted, pero el peruano se negó al juego. Faltando pocas fechas para la entrega del premio se especulaba con que el ganador sería el economista y escritor catalán Jose Luis Sampedro. Xavier Gafarot decía desde Barcelona que su novela nació “de un encargo de Planeta para que escribiera, en la colección “Memorias de la Historia”, un libro que se titulase “Yo, Jesús de Nazaret”.
El hijo del señor Lara desmintió que hubiera pacto previo, pero si lo hubo, la ética profesional del editor y la dignidad de usted como escritor quedan a niveles muy bajos, casi por los suelos. ¿A qué convocar públicamente un premio si ya se tiene en la manga al ganador?
Esta política editorial, ¿qué respeto demostraría hacia los escritores que concursaron? Y por lo que a usted se refiere, ¿en qué estima se tendría a sí mismo y en qué consideración a otros escritores? Claro que ya dijo Unamuno que el tener que ganarse la vida escribiendo perturba la serenidad de espíritu.
Fuera o no fuera éste el caso, ¿de verdad cree, señor Sánchez Dragó, que ha escrito un libro sobre Jesucristo?
Su “prueba del laberinto” no es la vida de Jesús de Nazaret: es la vida de Fernando Sánchez Dragó narrada por Dionisio Ramírez, su alter ego.
El Yo, ese personaje tan conocido por los escritores, está presente en casi todas las páginas de la novela. Y cansa. Son tan pocas las razones que tiene usted para escribir sobre Jesucristo que utiliza nada menos que 200 páginas del libro para hablarnos de otros tópicos. Su megalomanía es tanta que hasta se ve obligado a reconocerla en la página 241. El laberinto que usted organiza es un canto al tremendo bulto de su Yo y del mundo cercano que le rodea: su hija, su mujer, su madre, su casa, sus libros, sus perros, sus viajes, sus borracheras, sus experiencias sexuales, sus conquistas femeninas, sus devaneos amorosos, sus locuras en la droga, y que sé yo. En lugar del Planeta, su laberinto debió haber cursado en la Sonrisa Vertical, donde publican esos juegos sicalípticos queridos y enaltecidos por la extravagancia humana.
Con este guión excéntrico y desconcertante nada tiene de extraño que la crítica literaria le haya tratado a usted tan mal. Los días que siguieron a la concesión del premio los medios de comunicación escritos publicaron los imprescindibles reportajes y algunas entrevistas. Pero nada más. La crítica literaria le ha castigado a usted con lo que más duele a un escritor: con el silencio. Nada han dicho de su libro porque nada hay que decir. El silencio de unos y los palos de otros es todo cuanto ha cosechado con su laberinto.
FLACO SERVICIO A LA IGLESIA CATÓLICA
¿Puede saberse, señor Sánchez Dragó, dónde está usted en materia religiosa, qué terreno pisa, si es que pisa alguno?
En sus apariciones televisivas ha dicho varias veces que es un convertido a la Iglesia católica. En el libro deja entrever lo mismo, aunque desconciertan sus afirmaciones y desmentidos. Y si es cierto lo primero, si tras años de increencia usted ha vuelto a la religión que le impusieron en la pila del bautismo, barrunto en su mente un cacao religioso –no llega a la altura de teológico- impresionante. Usted demuestra no saber qué es conversión, como tampoco conoce el dogma católico; no ha calado en la simplicidad y al mismo tiempo profundidad de la persona de Cristo, ni ha logrado comprender la fe cristiana en su sencillez y esplendor.
Si usted quiere un modelo relativamente reciente de conversión al catolicismo debería estudiar a André Frossard. Este marxista francés ateo y anticlerical, hijo de padre judío y de madre protestante, entró una tarde con semejante ropaje ideológico a un pequeño templo católico de París y a los pocos minutos salió de allí convertido en un fervoroso católico. Su primer libro después de aquella experiencia, “Dios existe, yo me lo encontré”, es un dechado de claridad, evidencia y conversión.
Si usted es verdaderamente católico, la novela que ha escrito dice muy poco a favor de su fe y con ella ha prestado un servicio muy flaco a la Iglesia católica.
Usted deberá saberlo ya: la crítica católica le ha tratado con más dureza que la secular. Lea lo que ha escrito Cristóbal Sarriás en la revista “Vida Nueva”, que publica Promoción Popular Cristiana. Aún más duro es el sacerdote y escritor malagueño José María González Ruiz, quien interpreta su laberinto como “Inquisición secularizada”. Con su característica ironía andaluza, González Ruiz escribe en “Diario 16”: “O sea, que hasta que no ha venido este sabio profundo, que es Fernando Sánchez Dragó, los miles de estudiosos que han examinado la filología, la historia, el contexto, los paralelos de los textos bíblicos, no han hecho más que perder el tiempo, a no ser redactando “comics” fuera de la realidad y de la verdad”. En las líneas últimas de su largo artículo, González Ruiz hace gala de su hiriente desprecio sacerdotal: “La prueba del laberinto no pasa de ser una chirigota que no merece la pena ni siquiera de recriminarle su condición de “Inquisición secularizada”.
Conociéndole a usted, presiento su reacción ante estas críticas. Llenará de aire sus pulmones, mirará desafiante al infinito, abrirá la boca y dirá con Guizot que las opiniones discordantes nunca llegarán a la altura de su desprecio.
Pero debería aprender, Fernando Sánchez Dragó, debería aprender a escribir con más rigor y a parecer –n o digo a ser, sería demasiado- más flexible.
ATAQUES AL PROTESTANTISMO
En numerosos pasajes de su libro usted olvida que la pluma debe ser instrumento de honor y de dignidad, no de injurias ni de ultrajes. Pero la memoria de estos principios éticos se evapora totalmente de su cerebro en la página que dedica a atacar al protestantismo y a los protestantes. Rousseau le diría que las injurias son los argumentos de que se valen los que no tienen razón. Pero ¿qué puede esperarse de un escritor que confiesa preferir la Contrarreforma a la Reforma? (Pág. 46) ¿En qué siglo vive usted, señor? Ahora que están concediendo premios especiales para el alma católica, ¿por qué no se viste de Torquemada y recorre el camino de Santiago cortando cabezas a cuantos herejes encuentre a su paso?
Si usted, Sánchez Dragó, puede escribir y publicar hoy un libro como su laberinto, agradézcaselo a la Reforma. Cualquier historiador imparcial le dirá que el protestantismo inauguró la libertad religiosa, que es la manifestación de la libertad de pensar. El principio de la individualidad, que es la esencia de la libertad personal, es un honor que la Historia reconoce al protestantismo. ¿Quién reclamó primero la tolerancia como una facultad inalienable de la persona humana? ¿Quién inscribió primero esta libertad entre los derechos del hombre? ¿Quién habló antes y más fuerte sobre la importancia de la libertad individual en el dominio de la fe y del pensamiento? ¿Quién reclamó para el hombre los derechos naturales concedidos por el Creador y que ningún poder humano puede quitarle? ¿No fueron los reformadores protestantes? Sus sucesores, ¿no practicaron estos principios en media Europa y los implantaron en la América anglosajona?
Si cuestiona usted mis argumentos léase los tomos que componen la Historia de la Humanidad, del racionalista belga del siglo pasado François Laurent, traducidos en España nada menos que por Nicolás Salmerón y Fernández de los Ríos.
Su alegato antiprotestante arranca de una dialéctica que en lugar de despreciar debería provocar en usted el deseo de arrodillarse ante ella en actitud orante, porque ha marcado el progreso y la civilización. A usted le molesta que el protestantismo se afane tanto en el trabajo, en la competitividad, que se caracterice por sus conquistas en el desarrollo de la sociedad económica. En una palabra, se le atragante el espíritu capitalista del protestantismo. A usted, precisamente a usted, que lleva una vida burguesa de padre y muy señor mío.
Reflexione, señor Sánchez Dragó: ¿quiénes lideran hoy día la economía, la industria, el libre comercio, el desarrollo tecnológico y científico, el auge empresarial, el bienestar social? ¿No son las naciones protestantes de Europa y los Estados Unidos de Norteamérica? ¿Cuándo inició su despegue económico Japón? ¿No fue al aplicar a sus empresas los principios protestantes del trabajo y de la competitividad importados de Estados Unidos? ¿Por qué los países protestantes de Europa y la América protestante tienen niveles de vida superiores a los de otros europeos y otros americanos? ¿Acaso no es por esa idea vocacional del trabajo que, según Max Weber, apareció por primera vez en el mundo con el protestantismo, verdad ésta que incluso un católico radical como el político italiano Amintore Fanfani reconoce en su libro “Catolicismo y protestantismo en la génesis del capitalismo”?
Por mucho que duela, nadie ha logrado rebatir aún los razonamientos expuestos por Weber entre 1904 y 1905 en torno a la ética protestante y el espíritu del capitalismo. La idea vocacional del ser protestante hace que cada individuo se entregue en cuerpo y alma a cultivar la actividad para la que ha sido llamado. ¿Es esto pernicioso, señor Sánchez Dragó? Si estos principios se aplicaran en todos los países, no habría holgazanes y el mundo viviría mejor. ¿O es que a usted le espanta el trabajo y prefiere vivir escribiendo chorradas? En un texto de R. Michels, citado por Fanfani, se reconoce –¡que remedio!- que “en general, el protestantismo, comparado con el catolicismo, tal vez da un impulso mayor al espíritu de iniciativa individual, porque confiere al mismo individuo toda la responsabilidad directa e inmediata ante el Señor, no admitiendo intervención alguna ni de los santos, ni de las oraciones ajenas”.
Usted dice en el laberinto que en su personal relación con Dios no quiere intermediarios ni intérpretes. ¿Ha considerado que esto es, precisamente, doctrina protestante de la más pura y ortodoxa? Es lo que el filósofo José Luis Abellán, en el primer tomo de su monumental obra sobre la “Historia crítica del pensamiento español”, destaca como “la relación Dios-hombre, Cristo-creyente en el cristianismo reformado”.
¿Cómo un escritor que presume de moderno y liberal, ganador de un premio literario, se permite razonar tan pobremente e ignora que el protestantismo desmontó todo el sistema de mediaciones de aquel catolicismo oscurantista y llevó al hombre a la vivencia de una relación personal y única a través de las Escrituras divinas, suficientes en sí mismas en el obrar y revelar? ¿Son tantas las lagunas de su cultura teológica, señor Sánchez Dragó, o es que le ciega la malevolencia? Tal como lo subraya Abellán, para el protestantismo cualquier mediación interpuesta entre el hombre y Dios es concebida como rechazo de la omnipotencia de Dios y atentado contra el monopolio redentor de Cristo. Para el protestantismo, como también lo destaca Aranguren en su obra “Catolicismo y protestantismo como formas de existencia”, lo esencialmente valedero y verdadero es la relación personal con Dios a través de Jesucristo.
Escrito todo lo anterior, me pregunto por qué y para qué le cuento yo a usted estas cosas. Sus conocimientos del protestantismo no pasan de las primeras lecciones del antiguo catecismo Ripalda. En realidad, su antiprotestantismo, tal como yo lo veo y por cómo se explica usted, se reduce a un “anti-anglosajonismo”, confundiendo lamentablemente religión y nacionalidad, religión y política, religión y raza, religión y cultura, etc. Su supuesta abominación del modelo de sociedad “que nos viene de América y de los anglocabrones “, en la página 14 de su libro, es lo que le lleva a escribir el manifiesto antiprotestante de la página 46. Aquí también resulta usted absurdo. Pregúntese hasta dónde está usted inmerso y participa de ese modelo de sociedad. Como simple botón de muestra le recordaré que anda usted mucho en vaqueros de la mejor marca norteamericana. Nunca le he visto con un pantalón de pana española. Pero en usted las contradicciones son tan normales como las pulgas en el perro callejero.
Concluyo. Amenaza usted con escribir otros dos libros sobre Jesucristo. Adelante. No se detenga. Se venderán bien. No por Sánchez Dragó, sino por Jesucristo. Por muy insignificante y falto de creatividad que sea un escritor, si se atreve con Jesucristo tiene garantizada la venta de sus libros. Aunque sean basura. La persona de Jesús, desde cualquier ángulo que se la trate, ejerce una fascinación irreprimible.
Escriba cuanto guste. El Hijo de Dios lo aguanta todo. Lleva dos mil años soportando las agresiones de los hombres y ahí sigue, como lo viera Ernesto Renán, símbolo de todas nuestras contradicciones, emblema de nuestras batallas interiores y exteriores. El precio de unas horas de sufrimientos que no llegaron a tocar su noble alma, conquistó para Él y para nosotros la inmortalidad.
Pero si algún día dispone de tiempo siéntese y medite. ¿Recuerda usted a Goethe? Las flores están llenas de miel, pero las abejas sólo extraen de ellas la dulzura. Hay bellos misterios en la persona de Cristo que usted no ha descubierto aún. Lea de nuevo a Papini. Es posible que su “Vida de Cristo” pueda sacarle a usted del laberinto ideológico que tiene en la mente y, me temo, también en el corazón.
Saludos, Juan Antonio Monroy
(Alternativa 2000, Madrid, Junio 1994)
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