La incomprensión, la ingratitud, la mezquindad del corazón. En la versión de la Biblia publicada por la Universidad de Salamanca el texto reviste mayor crueldad: “Aquellos a los que yo amaba se vuelven contra mí”.
Triste, pero real. Todo se olvida en el rápido transcurso del tiempo. Parodiando a Jorge Manrique bien podríamos decir que nuestras acciones, deslizándose como las aguas de los ríos, van a perderse sin dejar la más leve memoria y sin que nadie las recuerde. También en nuestro mundo protestante matar y olvidar son una misma cosa, porque matamos a quien borramos de nuestros recuerdos.
José Cardona, secretario ejecutivo de la Comisión de Defensa Evangélica Española desde 1959 a 1986 y desde esa fecha hasta su jubilación en 1994 secretario de la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, fue un ejemplo de olvido y abandono. Un año antes de morir, atormentado por una de esas enfermedades que no deseamos ni a nuestros peores enemigos, dijo al autor de esta columna, ambos uña y carne durante tres decenios: “Ya nadie me llama; cuando me ocupaba en la defensa de personas e iglesias el teléfono sonaba día y noche. Ahora está en silencio. Mi pueblo no se acuerda de mi”.
Olvido e ingratitud. La vida es olvido. Hay que hacer hueco para lo venidero. La ingratitud, dijo Shakespeare, es una furia con el corazón de mármol.
A Cardona se le tributaron varios homenajes, tanto a nivel nacional como de autonomías, desde la FEREDE hasta iglesias locales. Cierto. Pero ¿qué es un homenaje? Un gusano sobre un pedacito de tierra entre la hierba, dijo el poeta. Una tarde de alabanzas, una noche, una hora y luego el silencio. Los directores de las revistas evangélicas que se publican en la actualidad han olvidado al hombre que a lo largo de 35 años entregó su vida batallando a favor de la minoría evangélica discriminada y perseguida, sacrificando también a su familia en un amor superior supeditado a la causa de Cristo.
Es más cruel el olvido en que se tuvo a
Zacarías Carles por parte de personas que fueron beneficiadas por él y que alguna aún vive.
En 1947 dos catalanes, Samuel Vila y Zacarías Carles, decidieron fundar una institución evangélica y evangelística llamada misión Cristiana Española. Carles se instaló al otro lado del mar, abriendo oficinas en Canadá y Estados Unidos. Vila fue la maquinaria que puso en marcha el proyecto, recorriendo España, fundando iglesias, descubriendo talentos para el pastorado. Carles también viajaba, pero buscando dinero en iglesias de aquellos países, dinero que enviaba a Vila para financiar su amplio ministerio. Sin la visión y actividad de Vila, Carles no habría hecho nada; pero tampoco Vila sin el dinero que Carles le enviaba.
Zacarías Carles murió sólo, casi abandonado, en una residencia de ancianos en California, pagada en gran parte con la pensión que recibía del Estado. Este periodista lo visitó en el verano de 1964. Estaba triste, decepcionado, frustrado. Nos dijo: “Yo sé que he trabajado para el Señor, no para los hombres. De Él obtendré la recompensa cuando llegue mi final, pero me duele la ingratitud de aquellos a quienes ayudé económicamente para que pudieran dedicarse al pastorado. Ni uno solo se ha interesado por conocer mi paradero. Ni una carta me ha llegado de España en esta soledad en la que vivo”.
Nada nuevo bajo el sol. El rey ha muerto, viva el rey. Uno a la fosa y a comer el otro. Con las glorias se olvidan las memorias. Triste sino de la condición humana.
Casos como los mencionados aquí de Cardona y Carles no son los únicos. Entre nosotros malviven, olvidados y totalmente silenciados, hombres que un día iluminaron almas con la luz del Evangelio y dedicaron la vida y la sangre a la construcción del movimiento protestante que hoy tenemos. Hombres y mujeres que se partieron el pecho, como suele decirse, contendiendo contra las negras y poderosas fuerzas del nacionalcatolicismo. Deberían nombrarse comisiones especiales que localizaran a estos hombres hoy arrinconados, reconocer sus trabajos y ofrecerles gestos de cariño. Para el mejor control, esto podría hacerse a través de la FEREDE, o de las familias denominacionales, o por los Consejos evangélicos que hoy funcionan en casi todas las comunidades autonómicas. Pero hacerlo, habría que hacerlo.
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