Hace poco decía Pilar que tres diputados socialistas, los señores Bono, diputado por Albacete; Torres, por Guadalajara y Ramos, diputado por Toledo, habían elevado una comunicación a la Mesa del Congreso quejándose por el mantenimiento del nombre de Dios en los escritos oficiales. Estos escritos finalizaban con la fórmula “Dios guarde a V.E. muchos años”. Ya se retiró lo de “muchos años”, porque nada irrita tanto a nuestros políticos como la permanencia en el cargo de otros políticos, sean compañeros de partido o estén en la oposición. Ahora, ustedes tres, amparándose en textos constitucionales y en resoluciones ministeriales, preguntan a la Mesa del Congreso de los diputados si el Gobierno considera conveniente que los escritos oficiales contengan referencia a Dios; “en caso afirmativo, ¿por qué? En caso negativo, ¿tiene intención el Gobierno de dictaminar alguna disposición en este sentido?”.
Señores: parecen ustedes niños en el país de las hadas; parecen ustedes chiquillos que se distraen con palitos y tortas de barro. España está a oscuras, con casi todas sus luces apagadas, y ustedes ponen sus ojos en las nubes que se van.
¡Qué barbaridad! ¡Qué problemón para esta triste nación nuestra, que el nombre de Dios se mantenga aún en los escritos oficiales! ¿Se han enterado ustedes, señores diputados, que pasa de un millón el número de parados en este país, que hay gente que se acuesta sin comer, que el terrorismo nos tiene a todos con los nervios a punto de estallar, que los españoles de las grandes ciudades se encarcelan en sus casas al caer la tarde ante la falta de seguridad, que la crisis económica está hundiendo a las familias, que nuestra escala de valores principia ahora a partir del barro, que la convivencia ha saltado hecha añicos hasta los mismos bordes del infierno, que la democracia cojea peligrosamente y además ha perdido las muletas?
¿Saben ustedes todo esto? ¿Les preocupa, o toda su manía la han volcado en suprimir el nombre de Dios de los escritos oficiales?
Además, señores diputados, ¿por qué les molesta a ustedes el nombre de Dios? ¿Es su nombre o es Él quien no les deja vivir? Si fuesen ustedes hombres de Biblia les pediría que leyeran o releyeran el Salmo número dos. En sus tres primeros versículos aparecen otros diputados políticos, que gobernaban hace unos tres mil años, oponiéndose a Dios y a sus designios. En sus sueños laicos imaginaban al Eterno espiándoles y subyugándoles y gritaban: “Rompamos sus coyundas, arrojemos de nosotros sus ataduras”. El texto bíblico continúa con este fino toque de ironía divina: “El que mora en los cielos se ríe, el Señor se burla de ellos”.
No lo tomen ustedes a mal. Dios se ríe del desvarío humano; Dios se burla de quienes intentan construir sociedades al margen de sus planes. ¿Cuál fue el resultado del laicismo querido por la revolución francesa, sino una gigantesca burla celestial cuyos silbidos llenaron el orbe? ¿Y no está ocurriendo ahora lo propio en países cuyas Constituciones pretenden ignorar a Dios? Lógico, ¿no?
No se puede construir una sociedad basada en el secularismo y en el humanismo ateo; la ética humana es falsa y falsas han de ser siempre sus consecuencias. Un secularismo que conciba al hombre en sus meras funciones naturales no es posible, señores diputados; porque la humanidad del hombre no puede admitirse independientemente de su espiritualidad. Ustedes, señores Bono, Torres y Ramos, deben el cuerpo a la tierra y el alma a Dios. Están tan ligados a Él como el calor al fuego. Si quieren excluir el nombre de Dios de los papeles oficiales, háganlo; pero que sea para trasladarlo al corazón.
Saludos,
(“RESTAURACIÓN”, Madrid, Febrero 1981).
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