Esta carta debería haberla recibido usted antes, pero yo no he podido escribirla. Salí de España el 21 de enero pasado y regresé el 12 de febrero. El mismo día de mi salida, pocos minutos antes de tomar el avión, compré en el aeropuerto el ejemplar número 313, correspondiente al 20 de enero 1973 de la revista FUERZA NUEVA que usted dirige y que yo leo con regularidad.
No le digo a usted que me llevé una gran sorpresa al verme mal interpretado en su revista, porque FUERZA NUEVA ha desbordado ya todos los límites de mi capacidad de asombro. Los míos y los de otros muchos escritores españoles. Ahora entiendo por qué ningún periódico ni revista de España, de los muchos que semanalmente son atacados por FUERZA NUEVA, contesta a sus argumentos. Deben pensar, con lógica, que no merece respuesta una forma tan poco periodística, tan poco humana y tan poco cristiana de juzgar las intenciones ajenas.
Muy importante deben considerarme en su revista para dedicarme tres páginas de la misma. Podrían haber aprovechado mejor ese espacio. Con el bolígrafo en la mano y su revista ante mí he de esforzarme por reprimir las ideas que el artículo en cuestión me sugiere. Sé que usted no es el autor del mismo, que aparece firmado por Jaime Tarragó, pero usted es el responsable de la publicación y a usted me dirijo. Porque si usted permite la publicación de semejantes falsedades, señor Ballesteros, permítame que ponga en duda su capacidad profesional. Uno puede equivocarse al enjuiciar posturas ajenas: todos, en realidad, nos equivocamos. Pero lo que no nos está permitido por las reglas de la ética es ese juego pobre y sucio de la falsedad.
El señor Tarragó comenta mis programas en Radio Miramar de Barcelona y se para en tres emisiones transmitidas el 22 de octubre, el 13 y 15 de diciembre de 1972.
La conclusión del señor Tarragó es que en estas emisiones yo ataco la divinidad de Cristo, la virginidad de María y que hago burlas de San José.
Esto es lo que me duele, me ofende y hasta me indigna. Tengo dos libros escritos con capítulos dedicados a probar la divinidad de Cristo y llevo esta seguridad como ancla clavada en mi conciencia cristiana. La Virgen María tiene un lugar especial en mi corazón y jamás me atrevería a manchar el nombre de la doncella elegida por Dios para que del Espíritu Santo naciera el Salvador del mundo. En cuanto a San José, no hacía burlas de él en la emisión citada, sino que me quejaba contra quienes las hacen, reduciendo su excelsa figura a un personaje casi cómico.
Para convencer a usted de estas mis razones le incluyo copias de los guiones completos que fueron transmitidos esos días y que fueron previamente aprobados por la censura. Si usted encuentra en ellos los ataques a que se refiere el señor Tarragó en su malintencionado artículo, dispuesto estoy a responder de mi culpa donde sea preciso. En caso contrario, señor director, sin invocar derecho alguno de réplica, le pido por favor que inserte esta carta mía en un próximo número de su revista. Tengo interés en que sus lectores conozcan la verdad. La verdad completa, señor director.
Saludos cordiales,
Juan Antonio Monroy
Restauración, Madrid, marzo 1973
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