Desde que leí la noticia tengo un no sé qué aquí, clavado en mi corazón. Ya puedes imaginarte. No es que yo entienda mucho de toros ni tampoco soy un verdadero apasionado de la fiesta nacional. Yo sufro por igual cuando matan al toro que cuando hieren al torero. Aunque concedo que tiene su mérito esa lucha desigual que se entabla en los ruedos entre la fuerza del animal llamado toro y la inteligencia del otro animal llamado hombre.
A ti he visto torear en más de una ocasión y puedo decirte que siempre me ponías el corazón en un puño. Esa tranquilidad tuya ante el manso, el valor que sueles derrochar y el verte jugar la vida a cuerpo limpio frente al toro, así, tan sereno, tan tranquilo, mientras miles de gargantas te gritaban desde los tendidos que te acercaras más, que lo hicieras mejor, que te expusieras con menos precauciones, a mí, la verdad, todo eso me hacía subir la angustia a la garganta.
Yo no hago ídolos de los hombres. Pero a ti, como torero, te tengo una simpatía especial. Tú eras –y sigues siéndolo- mi torero. Ahora, al leer en los periódicos eso de “Mondeño deja los ruedos. Juan García vestirá el blanco hábito de los dominicos. Del ruedo al claustro”, he creído que era el momento de pedir a Dios por ti, de darte aunque no sea más que un consejo. Tengo muchas cosas que decirte, pero procuraré no ser largo. Te pido un favor: que me leas con la misma atención que yo pongo cuando te veo torear.
Muchos se extrañarán de que a tus 29 años, millonario y famoso como eres, con toda una vida por delante para gastarla como se te antoje, decidas esa renuncia a lo que el vulgo llama felicidad. Dios te ha hecho un favor, Juan García, al hacerte comprender que la felicidad no se encuentra en el dinero ni en la gloria humana y no faltarán en el futuro predicadores que te pongan como ejemplo al tratar estos temas.
Tienes fama de triste y de solitario y tú mismo has reconocido en público estos rasgos de tu carácter. La gente cree, “Mondeño”, que el millonario es siempre un ser alegre, feliz y despreocupado. Es que no conocen la deslealtad del dinero. Rockefeller, con toda su inmensa fortuna, llegó a escribir en su autobiografía: “Yo estoy seguro que están en un error los que piensan que la posesión de dinero en abundancia trae la felicidad. La novelería de poder comprar todo lo que uno quiere se desvanece pronto ante el hecho de que aquello que más buscamos no se puede comprar con dinero”. Y Stefan Zweig -¿lo has leído?-. el formidable escritor austríaco, refiriéndose a la danza macabra del dinero en Alemania y Austria en los años que siguieron a la primera guerra mundial, cuando un huevo llegó a costar en Alemania cuatro mil millones de marcos (no equivoco la cifra), dice: “De aquella época guardo una enseñanza imperecedera: no reside nuestra felicidad en lo que poseamos; estriba en lo que seamos y en lo que logremos hacer de nuestra propia vida”.
Sí, “Mondeño”. Haces bien en poner tu mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque las cosas que se ven son temporales, efímeras; fuego de un segundo que se apaga antes de calentarnos; flor de un día que fenece antes de que su aroma nos acaricie. Bien se lamentaba
Becquer:
Mi vida es un erial,
flor que toco, se deshoja,
y en mi camino fatal
alguien va sembrando mal
para que yo lo recoja.
Y aquel otro hombre de mundo, poeta y estadista, famoso por sus escándalos en la sociedad de su tiempo,
Byron, en la tarde de su último cumpleaños, sosteniendo con mano temblorosa la copa de champaña, improvisó estos versos de amarga confesión:
Ya cual hoja marchita son mis días,
huyeron de la vida fruto y flor,
del placer en la copa sólo quedan:
el gusano, el cáncer, el dolor.
Muchos críticos han querido ver en tu seriedad, en tu ausencia de esos lugares donde se corrompe el alma, un motivo de amargura interior. Es natural. Ellos creen que sólo son felices los hombres que ríen a mandíbula batiente. Y no caen en la cuenta -¡desgraciados!- que la mayor parte de ésos hombres, incluso los que tienen por profesión hacer reír, lo hacen muy mal, se les nota en el rostro la fuerza de su fingimiento. Es aquello que recitan en tu Andalucía, lo de la procesión por dentro y la sonrisa por fuera. Es lo que escribió
Juan de Dios Peza sobre el cómico francés Garrick en “Reír llorando”:
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
Nadie en lo alegre de la risa fie,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma llora cuando el rostro ríe.
El Carnaval del mundo engaña tanto,
que la vida son breves mascaradas.
Aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.
En contraste con toda esa pequeñez y miseria de lo temporal está la grandeza de la vida eterna, por cuya posesión vale la pena toda clase de renuncias y de padecimientos. Decía San Agustín que “si fuera necesario padecer cada día tormentos, si fuera menester estar en el mismo infierno largo tiempo para que pudiéramos ver a Cristo en su Gloria y estar en compañía de los santos, ¿por ventura no fuera muy digno padecer cuanto hay de tristeza y dolor, para que fuésemos participantes de tan grande bien y gloria?”.
Y
Amado Nervo:
No todos los muertos contemplan a Dios.
En cambio, las almas austeras y grandes,
en vida –si saben “subir”- le verán,
como ven el alma florecer los Andes,
¡cuando aún los llanos en la noche están!
Sí, Juan García. Tu intención de renunciar a las riquezas que posees y de vivir pobremente es una intención digna de un alma creyente.
Aunque tener dinero no es un mal, como tampoco lo es el tener fiebre, según decía Séneca. El mal está en que la fiebre le tenga a uno o en que el dinero se convierta en un sin vivir para nosotros. Dios no condena la posesión de la riqueza, sino el mal uso que de ella se hace. En el Antiguo Testamento se nos habla de muchos ricos que fueron bendecidos por Dios a causa de la caritativa distribución que hacían de su dinero. Y del Nuevo Testamento recuerdo los nombres de Zaqueo, Dorcas y José de Arimatea, que tampoco son los únicos.
Ahora bien, Juan García. Si lo que pretendes al renunciar a las riquezas y al abandono del mundo es servir a Dios, mi vocación y mi responsabilidad de cristiano me impulsan a darte unos consejos. Si quieres servirte a ti mismo, descansar de tu agitada vida, rodearte de la calma y tranquilidad que el mundo no te ha ofrecido hasta ahora; si pretendes aislarte de las multitudes, sumirte en la contemplación del Invisible durante horas enteras, sin que nadie te moleste; si buscas el silencio y la quietud, perderte para los demás, beneficiarte a ti mismo, entonces profesa hoy mismo. Pero si lo que buscas es servir a Dios, no te escondas del mundo. Todo servicio es actividad. Y en tu caso debe ser actividad hacia el necesitado, trabajo de cara a los demás; sólo así se debe entender el apostolado cristiano.
Mira, aquí te transcribo unas ideas estupendas sobre la calidad y amplitud del apostolado cristiano. Están tomadas del libro de José María Escribá titulado CAMINO, que viene inspirando la vida y las actividades apostólicas de una conocida institución religiosa. “Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja paso. –Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. –Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón. Me has dicho, y te escuché en silencio: “Sí, quiero ser santo”. Aunque esta afirmación, tan difuminada, tan general, me parezca de ordinario una tontería. No me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. ¿Olvidas la vida de trabajo de Cristo? Estar ocioso es algo que no se comprende en un varón con alma de apóstol”.
Me gustaría que pudieras leer la autobiografía del Dr. Walter Manuel Montaño, un cristiano evangélico sincero, un verdadero hombre de Dios, hoy día Cónsul de Bolivia en los Estados Unidos. Este hombre, hace años, ganó un concurso que dos famosos artistas de Hollywood convocaron bajo el tema: “La experiencia más hermosa de mi vida”. El premio era una rosa color crema. Todos los días, un importante periódico de Los Ángeles publicaba las respuestas al concurso. ¿Sabes qué experiencia valió el premio al Dr. Montaño? Sencillamente, relató sus siete años encerrado en un convento como monje dominico, los prolongados ayunos y tormentos a que se sometía para lograr la paz de su alma, su huída del convento a las cinco de una madrugada y su encuentro con un hombre de Dios, quien supo conducirle a Cristo e iluminar su mente torturada, con palabras tomadas de la Santa Biblia.
“Mondeño”: ¿Por qué antes de profesar no lees un Nuevo Testamento desde la primera a la última página? Si lo hicieras, te darías cuenta que la vida de Jesús, de Juan el Bautista, de San Pablo, de San Pedro y de todos los demás Apóstoles no transcurrió entre los muros de un convento, sino en contacto con las multitudes necesitadas. Aprenderías también que la salvación del alma se consigue solamente por los méritos de Jesús a nuestro favor, creyendo en Él como el Hijo Unigénito del Dios Eterno, arrepintiéndote de tus pecados, confesando a Cristo ante los hombres y bautizándote tal como aclara el Nuevo Testamento. Luego has de vivir obedeciendo los mandamientos de Cristo, que no son penosos, y practicándolos en tu vida diaria, en contacto continuo con tus semejantes.
Entonces, Juan García, las multitudes celestiales, llenas de júbilo, tributarían al torero de Puerto Real el aplauso más fuerte y sincero que jamás hayas oído. Con el fin de ayudarte y también porque es mi obligación como cristiano, te he escrito estas líneas mientras toco desde aquí a réquiem por un torero.
Juan Antonio Monroy
“Restauración”, Madrid, enero de 1966
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