A fin de salir al paso de las calumnias, envié al Director del periódico la siguiente carta abierta, que no fue publicada por el diario madrileño:
Sr. D. Emilio Romero
Director de PUEBLO
Calle Narváez, 70
Madrid
Estimado señor:
Yo soy un asiduo lector de PUEBLO. Me gusta todo el periódico, desde el gallito de la primera hasta las narraciones de Julio Camarero en la última página, y antes renunciaría a mi café de las cuatro y media que a la lectura de su periódico. Cuando usted anunció el sábado 3 de marzo que en el futuro aparecería semanalmente una colaboración religiosa que estaría a cargo de un joven muy joven sacerdote, pensé enseguida que por el hecho de aparecer en PUEBLO, valdría la pena leer esas crónicas. El título de la primera, “la verdad sobre los curas”, enfrió un poco mi entusiasmo, pero esta segunda,
“¿a dónde iremos a parar?”, que calumnia a los protestantes españoles, es francamente intolerable y le escribo para rogarle me conceda usted el derecho a la réplica e inserte este escrito en el diario que usted dirige, como respuesta al padre Arias a su artículo del sábado 16 de marzo.
El padre Arias cita una carta que dice le ha enviado un señor ingeniero llamado Emilio Ramírez. En esa carta, el señor Ramírez siente cierta alarma
ante las perspectivas de una mayor libertad religiosa en España, y dice que en el caso de producirse “vendrían los protestantes cargados de dólares y los pobres se dejarían sobornar”.
Para este señor ingeniero, los misioneros protestantes son todos banqueros que con el amanecer de cada día llenan sus carteras bien apretadas de dólares y se dedican a recorrer los caminos de España repartiendo billetitos a todos cuantos simpaticen con sus ideas religiosas. ¡Qué concepto tan bastardo del protestantismo español, señor Director!
Y lo peor es que el padre Arias le da la razón. Trata de calmar sus temores, pero le da la razón. Le contesta: “En el supuesto de una mayor libertad religiosa, pienso que serían menos de los que usted imagina los que se dejarían vender por un fajo de dólares”. O sea, que él cree que es verdad eso del fajo de dólares del protestantismo español.
¿Se da usted cuenta en qué lugar nos coloca a los protestantes españoles? ¿Percibe usted el insulto que hay para nosotros en esas palabras?
Y todavía, para remacharlo más, cuenta lo que dice que el presenció en Barcelona, un grupo de protestantes que con un saco de patatas y dos colchones trataban de “comprar la fe de un obrero”. Y eso lo he leído yo hoy, precisamente hoy, cuando hace apenas dos horas he tenido una reunión para aclarar un caso semejante, que resultó ser una calumnia. Un franciscano aseguraba que nosotros, los protestantes, habíamos ofrecido 20.000 pesetas a un conocido suyo si se “pasaba de bando”. Aclaradas las cosas, resultó ser todo una vulgar patraña.
En lugar de tantas y tan burdas acusaciones, lo que los protestantes españoles quisiéramos es que la iglesia católica nos presentara a una persona, tan solamente a una en quien pudiera probarse que su cambio de fe se había debido a ganancias materiales.
Lo que ocurre es que una gran parte de los curas católicos no cree en la conversión, tan explícitamente relatada en el Nuevo Testamento e imprescindible para ir al reino de los cielos, según el capítulo tres de San Juan. No creen ésos ministros en la realidad de una revolución espiritual en el alma del individuo, en una transformación total de ideas, convicciones y hábitos; no creen en ese trastorno interior que obra el Espíritu de Dios cuando reconocemos con humildad nuestra condición de perdidos; y como no creen en esa intervención de Dios, tratan de hallar un motivo humano, puramente material que justifique el elevado número de conversiones al protestantismo; es entonces cuando salen con el estribillo de los dólares americanos.
Pero ni el padre Arias ni otros muchos religiosos que, como él, escriben sobre nosotros, conocen de verdad el protestantismo español. No saben que la nueva generación de protestantes españoles estamos empeñados en un protestantismo nacional, de dependencia propia. Recibimos una generosa ayuda de nuestros hermanos en el extranjero, es cierto, como la recibe la iglesia católica mil veces superior, pero un buen número de nuestras iglesias son ya económicamente independientes, sostienen a sus propios pastores y hasta ayudan a otras congregaciones menos pudientes.
Si hay una generación de jóvenes sacerdotes católicos en España “muy animados de las corrientes de la época”, como usted decía el 3 de marzo, también hay una generación de pastores protestantes españoles conscientes de su responsabilidad ante el futuro espiritual de nuestro país. Esta generación no conoció las disputas religiosas de treinta años atrás, ni el anticlericalismo de una parte del pueblo español, con sus tristes y desgraciadas consecuencias. Nosotros no vivimos aquella época de pasiones exaltadas y de odios desbordados. Muchos de nosotros éramos muy niños y algunos aún no habían nacido. No obstante,
a los pastores españoles de mi generación nos ha tocado vivir en un clima de intolerancia, de incomprensiones, de calumnias, de falsedades y prejuicios. Hemos estado viviendo en nuestro propio país como ciudadanos de tercera. Hemos sufrido las incomprensiones y nos hemos dolido, porque los protestantes españoles, señor Director, también tenemos alma y sangre y carne y huesos, también somos personas, también nos dañan las injurias. Pero lo hemos soportado todo con civismo y corrección.
Ahora que se está abriendo para nosotros un clima de tolerancia y comprensión, aparecen en la prensa artículos tendenciosos como este del padre Arias. Y esto nos duele.
Estamos de acuerdo en que esa unión que el Concilio pretende es imposible;
hay entre nosotros diferencias doctrinales imposibles de salvar. El catolicismo nos pide que volvamos al siglo XV; nosotros le pedimos que vuelva al siglo primero. Sería tonto pedir que sacerdotes y pastores de la nueva generación nos uniéramos para llevar a cabo un trabajo en común. Hemos de aceptar la realidad tal cual es. Sin embargo, podemos no estorbarnos en nuestro trabajo, que después de todo persigue un mismo fin. El padre Arias dice que el catolicismo “tiene fuerzas por sí mismo para conquistar con la luz clara de su maravillosa dignidad”. Pues bien, adelante. Eso es magnífico. Que no se oponga a la labor protestante hecha con limpieza y buenas intenciones. Que acepte nuestro reto. Que lance a la calle a sus ministros con la Biblia bajo el brazo y que instruyan al pueblo. Porque esa es nuestra arma, señor Director, la Biblia, y no los dólares americanos. Lo que nosotros buscamos es convertir el corazón del hombre a Dios. Y eso sólo puede hacerlo la Palabra de Cristo, el Espíritu de Cristo, Cristo mismo.
Y nada más, señor Director. Muchas gracias por la acogida que pueda dispensar a esta carta. Muy afectuosamente suyo,
Juan Antonio Monroy
La Verdad, Tánger abril 1963
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