Puede parecerle extraño que un periódico protestante se ocupe de usted. Discúlpenos. Lo hago para exponerle la situación triste de nuestros hermanos los protestantes de Melilla, situación que sólo usted puede resolver. ¿Qué qué pasa con los protestantes en Melilla? Nada agradable. Tenga un poco de paciencia e infórmese.
En Melilla hay un grupo de protestantes que se venía reuniendo en un pequeño local de la calle Ramiro de Maeztu. El 2 de febrero de 1957 las autoridades de Melilla interrumpieron una reunión que se estaba celebrando y dijeron al pastor que pidieran un permiso por conducto oficial para poder seguir celebrando los cultos. Así se hizo, pero la respuesta vino negativa el 23 de marzo. El 12 de mayo de 1957, tres soldados fueron encarcelados por haber asistido a una reunión protestante.
Debemos decirle, señor, que éstos soldados profesaban nuestra religión, no se trataba de hacer proselitismo en el cuartel. El 9 de julio de 1957, el pastor de la Iglesia fue encarcelado durante 15 días. El 11 de agosto del mismo año, un joven que ayudaba en los cultos, leyendo y comentando el Evangelio, fue expulsado de Melilla. Este joven es español. El 8 de agosto de 1958, al pastor le pusieron otras 2.000 pesetas de multa. Y ese mismo día, un matrimonio pobre, zapatero él, en cuya casa se celebró un pequeño culto, fue multado con 3.000 pesetas. Tres meses antes se le habían impuesto otras 1.000 pesetas de multa a uno de nuestros hermanos que invitó a varios amigos a su casa para celebrar su cumpleaños. El 4 de abril de 1959, al pastor le pusieron otras 1.000 pesetas de multa y fue definitivamente expulsado de Melilla. Y eso que llevaba allí por lo menos 40 años. Y, en fin, señor, para acabar con las multas le diremos que el 7 de mayo de este mismo año de gracia (?), 1962, 10 de nuestros hermanos fueron multados por un total de 3.250 pesetas. La policía de Melilla fue muy severa esta vez y dio órdenes tajantes de no celebrar ningún otro culto bajo pena de nuevas multas o encarcelamientos.
Pero esto no es todo, señor. Permítame usted que le hable de otro caso verdaderamente triste, muy triste. Si hay latidos de amor y de compasión en su corazón de cristiano, usted se apenará conmigo. El 3 de noviembre de 1961, un Tribunal Militar de Melilla, presidido por don Joaquín Amorós Navarro, condenó a tres años de prisión militar a un muchacho de la provincia de Salamanca, Jenaro Redero Prieto. Este soldadito, cuando sólo le faltaba un día para licenciarse, fue obligado a asistir a una Misa de campaña que se celebraba con motivo de la “despedida del soldado”. Redero solicitó permiso de su Capitán para no asistir a dicha misa, según lo reconoce la sentencia dictada contra él, alegando su condición de protestante. A pesar de ello fue obligado, y ocurrió que al toque de “rindan” él se quedó de pie. Comprenda usted, señor. Es un asunto de conciencia, y parodiando a Calderón podría decir que la conciencia es patrimonio del alma y el alma pertenece a Dios. Usted y yo sentiríamos escrúpulos si nos obligaran a arrodillarnos, pongo por caso, ante una imagen de Buda o ante una escultura de Confucio. Es cosa de corazón, del alma. No se pueden violentar las creencias espirituales, que forman lo más sagrado de nuestro yo.
Jenaro Redero no se quedó a pie firme por desobedecer a su Capitán. No, señor. El acta de la sentencia decía de él que había demostrado “buena conducta militar y sin antecedentes penales”. No, no, no fue cuestión de desobediencia ni de rebeldía. Fue un asunto de fe. Y mire, este muchacho lleva ya 13 meses encarcelado. El padre murió lleno de dolor por no poder verlo, y toda la familia sufre. Nosotros hemos agotado ya todos los procedimientos legales, y nuestro único recurso es usted: Ahí, entre sus papeles, debe usted tener una petición de indulto que le ha sido remitida hace ya varios meses por nuestra Comisión de Defensa Evangélica en Madrid. Atiéndala, usted puede hacerlo.
Como también puede extender una autorización oficial para que los protestantes de Melilla puedan celebrar sus cultos sin ser molestados, como los celebran los israelitas, y los católicos, y los mahometanos, en aquella ciudad donde conviven personas de creencias tan distintas. Que también los protestantes puedan tener sus cultos religiosos sin el temor continuo a las multas, a las detenciones y a los encarcelamientos.
De usted muy respetuosamente,
Juan Antonio Monroy
La Verdad, Tánger, septiembre de 1962
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