Federico García Lorca escribió un largo poema a la Guardia Civil. Celebrado en España, se ha hecho famoso en países de habla hispana. Ofrezco aquí tres estrofas:
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.
El nacimiento de la Guardia Civil en España se fija en mayo de 1844, siendo presidente del Gobierno el general Ramón María Narváez. En septiembre del mismo año tuvo lugar su presentación pública en las proximidades de la Plaza de Atocha, en Madrid. En aquella ocasión desfilaron 1.500 hombres de infantería y 370 de caballería.
Considerado como un Instituto armado de naturaleza militar, la Guardia Civil es el primer cuerpo de seguridad del Estado surgido en España. Entre sus funciones figura proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades de los españoles y garantizar la seguridad ciudadana. Todo esto en el papel, en teoría, en la práctica derivó en funciones más negras.
En la España del Nacionalcatolicismo la Guardia Civil era temida por sus acciones represivas, que en algunos casos llegaron a ser brutales.
Mi amigo José María Martínez, compañero en aquellos tiempos en que el Nacionalcatolicismo libraba su batalla contra los protestantes, cuenta que el pastor Francisco Dueñas, de Benavente, perseguido por falangistas, fue llevado al cuartel de la Guardia Civil, donde en plan de burla le raparon la cabeza en forma de cruz. Además de bárbaros, barberos. En marzo de 1970 me escribe el pastor Jesús Ordoñez, de la iglesia en La Felguera, Asturias, y me cuenta que estuvo confinado durante horas en el cuartel de la Guardia Civil a consecuencia de la denuncia interpuesta por un vecino del local de cultos, quien se quejaba por el ruido que hacían los fieles al cantar. ¡Pobrecito! ¿Y el ruido que hacían él y su mujer cuando peleaban?
Yo nunca estuve detenido por la Guardia Civil, de lo que me libró en dos ocasiones mi carnet de periodista. Pero tuve mis enfrentamientos con miembros de la llamada Benemérita. Los incidentes fueron casi idénticos.
El primero tuvo lugar en Coin, provincia de Málaga. Era noche. Yo había estado predicando en la Iglesia del pueblo, una iglesia que recibió varias visitas de la Guardia Civil en los años 50. Había acudido gente que vivía lejos del lugar de cultos, situado en las afueras del pueblo, en el kilómetro dos de la carretera a Monda.
Concluida la reunión y puesto que yo era el único que tenía coche, me dediqué a llevar personas a sus lugares de residencia. En mis viajes pasaba frente al cuartel de la Guardia Civil. En el tercer viaje una pareja me obligó a detenerme. Me acompañaba Sebastián Díaz, líder en la Iglesia local. De malas maneras me preguntaron qué hacía transportando gente a aquella hora. Lo expliqué todo. No había transporte, sólo tres personas cabían en la parte trasera del coche, puesto que la delantera estaba ocupada por Sebastián. Habían asistido a una reunión evangélica, los llevaba a sus hogares. Abrieron la guantera, revisaron todo el interior del coche, me obligaron a abrir el maletero, donde llevaba libros evangélicos. Estuvieron ojeándolos.
Después de todo esto me pidieron que Sebastián y yo fuéramos al cuartel. Fue entonces cuando hice valer mis derechos. Comenzando con El Fuero de los Españoles les cité artículos que hablaban de la protección a la libertad religiosa, muy pocos, a la verdad. Finalmente les mostré mi carnet de periodista. Al fin me dijeron, sin alegría alguna, que podía continuar. Lo hice, pero antes les advertí que todavía me verían pasar tres o cuatro veces más. No podía dejar a la gente en el Rancho los Gallos, donde estaba situado el local de reuniones.
El segundo encuentro con la Guardia Civil fue parecido. Ocurrió en Termens, provincia de Lérida. El pastor de Lérida, Jaime Casals y yo nos desplazamos al pequeño pueblo catalán para celebrar una reunión. El pastor en Termens era un anciano de apellido Sabanés. Creo que se ganaba la vida arreglando calzado. Finalizada la reunión y a la salida del pueblo nos paró la Guardia Civil. Dos agentes. Por el acento supe que eran andaluces. Una batería de preguntas. Uno de ellos estaba más enfadado que el otro. Sabía algo de las ideas políticas de Casals. Este buen hombre era uno de los “rojos” que abandonaron España por los Pirineos después de la guerra incivil. En pleno período de euforia republicana su mujer entró al templo católico de Alcarraz y profanó una imagen. Estaba sentenciada. El marido, Jaime, regresó a Lérida, pero ella no se atrevió. Vivió y murió en París.
Casi todo esto le sacaron a Jaime. Nos llevaron al cuartel. Allí estuvimos varias horas, porque el jefe del puesto se encontraba ausente. El agente preguntón fijaba los ojos en Casals, a veces con mirada retorcida. Temí que sus antecedentes políticos nos causaran problemas. No fue así. Llegado el comandante de puesto le expliqué tranquilamente lo que habíamos hecho en Termens. De nuevo me identifiqué como periodista, dijo a Jaime que anduviese con cuidado, que sabían quién era. Con doble o terceras intenciones, no sé, le preguntó por su mujer. Jaime le respondió en catalán. Muy bien, gracias, está en Francia, pues adiós y cuidado en la carretera.
Malos recuerdos de la Guardia Civil tenemos los protestantes que vivimos en la España Nacionalcatólica. Ellos siempre detrás de nosotros, maltratándonos, irrumpiendo en nuestros locales de cultos y a veces en nuestras casas sin autorización judicial, por las buenas o por las malas. Al líder protestante Samuel Vila lo zarandearon en el púlpito de su iglesia en Tarrasa después de destrozar parte del mobiliario. Florentino Tornadijo, pastor en Puerto de Sagunto, fue conducido en tres ocasiones al cuartel de la Guardia Civil. “La última vez – me contó en 1957, almorzando después de un culto- llegaron a amenazarme con una pistola por hereje, masón y antifranquista”. Hereje y masón no, pero antifranquista sí que lo era. Perteneciente a una generación anterior a la mía, padeció las represiones del clero católico por su condición de pastor. Me contaba casos de atropello que erizaban la piel.
No quiero cargar más la tinta en este tema. Historias tengo para escribir un libro. Puede que fueran unos mandados que sólo obedecían órdenes. Pero cierto es que agentes de la Guardia Civil dejaron malos recuerdos entre nosotros; sufrimos asaltos a nuestros templos y maltrataron a pastores y miembros de nuestras iglesias.
Los objetivos revolucionarios de la sublevación de 1936 determinaron desde el comienzo aliarse con el clero católico. El triunfo completo de Franco fue también el triunfo del Nacionalcatolicismo, que logró ocupar los principales ministerios, como el de Justicia e Instrucción Pública, en los primeros gobiernos de Franco. Desde tan alta posición les era fácil erradicar del país la peste protestante. Se lo propusieron, lo intentaron, pero el tiro les salió por la culata. Hoy, 70 años después de su gloriosa victoria, los templos católicos están vacíos en tanto que los protestantes abrimos nuevos locales de culto cada mes, y hay que renovarlos porque se quedan pequeños. Que rabien.
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