El protectorado español de Marruecos sólo incluía cuatro ciudades relativamente destacadas: Tetuán, la capital, Larache, Alcazarquivir y Arcila. Otras poblaciones eran municipios poco poblados: Chauen, Villa Sanjurjo, Rincón del Medik, Villa Nador, Castellejos y pocas más. Ceuta y Melilla dependían de la corona española desde el siglo XVI. Aunque ambas ciudades están enclavadas en territorio marroquí, no formaron parte del protectorado. Ceuta era considerada provincia de Cádiz y Melilla de Málaga.
El protectorado se prolongó hasta el año 1956, cuando Marruecos obtuvo la independencia de Francia el mes de marzo y de España en abril. Dos volúmenes publicados en 1942 por José María Cordero Torres es casi el único trabajo que trata en profundidad la “Organización del protectorado español en Marruecos”, título de la obra.
Tampoco hay mucho que contar. Las ciudades españolas mencionadas no eran otra cosa más que grandes cuarteles militares, regidas por leyes emanadas del Ejército.
Yo nací en Rabat, capital del protectorado francés. Mi padre procedía de la Normandía francesa y mi madre de un pueblo blanco en el litoral gaditano. Siendo yo niño mis padres decidieron separarse o divorciarse, nunca lo supe con exactitud. Mi madre se trasladó a la zona española, a Larache. Allí contrajo nuevo matrimonio con un español de su tierra, José Clemente, hombre al que yo adoraba y que me inició en el hábito de la lectura. Mi padre biológico falleció en un accidente poco después de la separación del matrimonio y José Clemente abandonó la tierra estando yo en Tenerife, sirviendo voluntariamente al Ejército de Franco.
En Larache viví los felices años de la adolescencia y primera juventud. Esta hermosa ciudad, junto a las ruinas romanas y púnicas de Lixus, dejaron en mi corazón huellas que he cargado con amor toda la vida, como si se tratara de un bebé mimado. La leyenda dice que en Larache estuvo el Jardín de las Hespérides, las tres hermanas de la mitología, hijas de Atlas y de Hésperis, su sobrina. Cuenta la fantasía que de este jardín Heracles se llevó manzanas maravillosas y con ellas alcanzó la inmortalidad.
En 1948 mi familia se trasladó a Tánger. Esta ciudad, al otro lado del Estrecho de Gibraltar, fue siempre especial. En 1912 se la declaró ciudad internacional. En 1940, en plena guerra mundial, España la ocupó militarmente y la mantuvo hasta que, terminada la guerra, pasó de nuevo al control internacional.
Por aquél entonces Tánger era una urbe cosmopolita y rica. Abundaba el trabajo, corría el dinero, nido de espías y de contrabandistas. El escritor norteamericano Paul Bowles, que la conocía bien, la definió como “la ciudad más viciosa del mundo”. Además de Bowles, en Tánger residieron durante largas temporadas Tennessee Williams, Truman Capote, Alle Gingsberg, Malcon Forbes, Bárbara Hutton y otras personalidades de la literatura, el cine, la política y el comercio.
En Tánger quedé viviendo hasta el año 1965, cuando fijé mi residencia en Madrid.
Fue allí donde tuvo lugar mi conversión, tal como expliqué en el artículo anterior. También hablé de un norteamericano llamado Pedro Harayda, nulo como misionero, grande como persona, extremadamente servicial. Poseía un coche jeep que le había regalado la embajada de Estados Unidos. Este jeep estaba al servicio de todos los que lo necesitaban, tanto al coche como a su dueño, que hacía de chofer.
Dos semanas después de mi conversión propuse a Harayda hacer un viaje de varios días a Larache. Yo quería hablar de Cristo a los numerosos amigos que tenía allí. A Don Pedro, como todo el mundo le llamaba, le entusiasmó la idea. Una mañana salimos camino de Larache. Con él íbamos cuatro jóvenes de aquella incipiente pero entusiasta congregación. Llevábamos folletos y otro tipo de literatura para distribuir gratis. Nuestra primera parada fue Arcila, pequeña ciudad a 40 kilómetros de Tánger. Allí comenzamos la distribución de folletos. Recuerdo la escena como si hubiera ocurrido ayer tarde. Yo había dado un folleto a un hombre mayor y estaba hablando con él cuando llegó un fraile franciscano, español, y le arrebató al hombre el folleto. Pronto de temperamento y tardío en el juicio, como siempre he sido, miré al fraile con expresión dura y le dije: “Devuélvame ahora mismo ese folleto. Si él no lo quiere, que me lo diga”.
El franciscano arrojó el folleto al suelo con desprecio y me amenazó antes de marcharse: -“Te vas a enterar”.
Y me enteré, claro que me enteré. Se fue directo a la Comisaría de Policía, presentó contra nosotros una denuncia por proselitismo y poco después llegaron dos policías españoles que nos llevaron a todos detenidos. Nos dejaron libres a las pocas horas, pero a mí, sólo a mí, ignoro por qué, tal vez por considerarme el más peligroso del grupo,
se me comunicó que quedaba expulsado del protectorado español de Marruecos por actividades anticatólicas.
Así fue, en efecto. Estuve seis años sin poder acceder a territorio del protectorado. En 1956, tras la independencia del país, las autoridades marroquíes anularon el decreto de expulsión. Desde luego, fui a Larache, alquilé un local e inicié una iglesia de la que todavía hay miembros y descendientes en Barcelona, Málaga, Alemania, Madrid y en otros lugares.
Aquellos años, cuando se iniciaba la segunda mitad del siglo XX, el Estado franquista era un Estado católico excluyente, dominado por el nacional-catolicismo. La Iglesia católica estaba al servicio del Estado y el Estado al servicio de la Iglesia. En España la persecución contra los protestantes arreciaba. Las ciudades del protectorado español no conocían este tipo de persecución porque, de hecho, nada había que perseguir. Sólo en Tetuán, capital del protectorado, se reunía un grupo que no llegaba a 40 personas. Las demás ciudades no contaban protestantes entre sus habitantes.
Si la opresión contra los protestantes se generalizó en la totalidad del territorio español a partir de la victoria franquista en 1939, en el protectorado las leyes militares se aplicaban con más dureza. El catolicismo era la religión protegida e impuesta a los españoles; los cultos mahometanos y judíos tenían plena libertad, pero un brote protestante era inmediatamente aplastado por las autoridades dependientes del alto comisariado español en Marruecos.
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