Las dos imágenes, la rueda que gira y la corriente eléctrica, son aplicables a la Iglesia. La Iglesia es dinamismo, actividad incesante, y es también luz. Sobre todo, luz.
La Iglesia primitiva, la que Cristo fundó y los apóstoles –especialmente Pablo- desarrollaron, tiene un orden, unas prioridades establecidas que no pueden invertirse sin caer en el anatema de la Escritura.
La primera misión que la Iglesia del Señor tiene en la tierra es anunciar el Evangelio de salvación a toda criatura. Tenemos
Mateo capítulo 28,
Marcos capítulo 16,
Hechos capítulo 1, por citar sólo los textos más conocidos.
Cristo, dueño y Señor del Universo que ha conquistado con su sangre, manda a sus seguidores que actúen como auténticos maestros de su doctrina a todas las gentes, sin excepción de razas o naciones, empezando por Jerusalén y llegando hasta los confines de la tierra.
Esta es la misión número uno de la Iglesia, anunciar la Salvación en Cristo, establecer congregaciones locales.
La misión número dos es la edificación espiritual de los convertidos, el perfeccionamiento en Cristo de los miembros de su Cuerpo, la Iglesia. Después de resucitado y antes de ascender al lugar de donde vino, dice a Pedro:
“Apacienta mis ovejas” (
Juan 21:15-19). El pescador-apóstol hizo lo que pudo por cumplir este mandato del Señor. Y cuando llega al final de sus días, cerca ya de la muerte, transmite a sus discípulos el encargo que él mismo recibió del Maestro:
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella…” (
1ª Pedro 5:2).
La Iglesia en la tierra tiene una tercera misión: la obra social. La atención a los pobres. Hay más preocupación social en el Cristianismo de Cristo que en todas las obras de Carlos Marx. Los líderes de la Iglesia en Jerusalén piden a Pablo que se acuerde de los pobres (
Gálatas 2:10). Esto lo hizo a lo largo de todo su ministerio. Hay más socialismo y más humanismo en el cántico de la virgen María y en la epístola de Santiago, por poner sólo dos ejemplos, que en todas las encendidas pastorales de quienes han abogado por los derechos de los pobres en los dos últimos siglos.
A la Iglesia que ha entrado en el siglo XXI se le ha metido dentro la mala bicha.
Se convocan reuniones musicales. Se proyectan a menudo actividades sociales. Se crean programas de beneficencia. Pero no se hacen campañas de evangelización. No se establecen nuevas iglesias. No hay seminarios para confirmar en la fe a los convertidos.
Ocurre que es más fácil reunir a 500 personas para un espectáculo musical que reunirlas para predicarles el simple y puro Evangelio de Cristo.
Es más fácil dar de comer, de beber y vestir a un pobre que ganar su vida para el Señor y salvar su alma para la inmortalidad del cielo. Y Cristo encarnó para esto. La lectura del texto clásico no deja lugar a las dudas:
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (
Juan 3:16).
Esa es, por excelencia, la misión prioritaria de la Iglesia en la tierra: que las mujeres y los hombres no se pierdan, que alcancen la vida eterna, que entren en la inmortalidad feliz. Luego, si hay que darles de comer, de beber, vestirlos, sacarlos del alcohol y de la droga, pues se hace. Pero lo primero deber ser lo primero.
Con el pecado estamos recibiendo ya el castigo. Estamos aquí, primero, para convertir a los pecadores; segundo, para edificar a los convertidos; tercero, para todo lo demás, hasta que lleguemos al agotamiento de las posibilidades. Pero no debemos invertir el orden.
Si quieres comentar o