Los Juegos Olímpicos suelen celebrarse cada cuatro años. En la ciudad griega llamada Olimpia se enciende la antorcha simbólica que es llevada, mediante relevo, hasta el lugar elegido para las celebraciones.
El apóstol se refiere al relevo generacional en la predicación del Evangelio cuando pide a Timoteo que prepare
“hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (
2ª Timoteo 2:2).
Como los portadores de la antorcha olímpica, las generaciones no se detienen.
Avanzan y se suceden con el tiempo. Hacen la Historia.
Pasó la generación de evangélicos que vivió el agitado período de la Primera Reforma en España.
Pasaron los hombres que a precio de la propia vida iniciaron la Segunda Reforma.
Pasó la generación que vivió el breve período de libertad religiosa durante la República y padeció el calvario que siguió a la guerra civil.
Están pasando los líderes de la generación que sin recursos humanos, sin medios económicos, y sin apenas ayuda del exterior, se enfrentaron a la situación de intolerancia que sufrieron los evangélicos españoles después del triunfo del nacional-catolicismo. Entre aquellos hombres hubo quienes conocieron el hambre, la marginación, la cárcel.
Pero llegaron a cambiar toda la legislación y provocaron y consiguieron una Ley de libertad religiosa, la primera que ha tenido España en toda su Historia.
En biología se da la llamada generacional del hijo. Es la acción por la que el padre engendra al hijo. Un ser vivo no puede originarse más que a partir de otro ser vivo de la misma especie.
Esto nos lleva a la responsabilidad del hijo en tanto que miembro de una generación distinta a la del padre. El tema desemboca inevitablemente en la participación de la juventud.
El vigor, las fuerzas físicas, las ilusiones, las espontaneidades propias de la edad, todo ello deben ponerlo los jóvenes evangélicos a la causa de la fe que profesan en el país donde Dios les ha puesto.
Para esta tarea se necesitan jóvenes con ideales.
Jóvenes con fuerza espiritual suficiente para crear un hombre nuevo en Dios, el hombre nuevo de España que quería Alberti. Indalecio Prieto pedía “la forja del nuevo hombre” en un artículo con este mismo título publicado en México en agosto de 1957.
“Es preciso forjar un hombre nuevo -decía Prieto- completamente nuevo, que la generación declinante no puede proporcionar, porque su averiado material es inservible”. Ha de salir de la generación que alborea, y no de otra posterior, ya que la urgente tarea no admite dilaciones, dada la vertiginosa velocidad de los avances científicos. Cualquier demora puede ocasionar la catástrofe. Corresponde, pues, la transformación a la juventud que tenemos en presencia. ¿Será capaz de realizarla?
Existe el peligro de utilizar la juventud sólo para adornar los bancos de las iglesias o para exhibirla en los grupos juveniles.
Julián Marías, el filósofo ya citado, dice que hay jóvenes que convierten la juventud en una profesión.
Es decir, se saben jóvenes y se sienten protagonistas de la edad en grupos heterogéneos.
Son críticos y contestatarios, pasotas y anarquistas en su comportamiento.
Y puesto que la juventud es una etapa transitoria, los jóvenes así instalados pierden grandes oportunidades y pasan por la vida sin haber hecho nada destacado.
En las epístolas pastorales de Pablo se plantean repetidamente los problemas y las posibilidades de la juventud, etapa de la vida que debe ser aprovechada al máximo.
A Timoteo le previene que nadie tenga en poco su juventud pero que tampoco la exhiba como objeto de escaparate. Que sea ejemplo. En conducta y en trabajo.
La España evangélica del presente necesita jóvenes que den sentido activo a su generación.
En su estupendo libro EL SACO DEL OGRO, aquel genial escritor que fue Giovanni Papini manifiesta: “Toda generación tiene un mensaje divino que llevar a la ciudad de los hombres, y todo joven es, en este sentido, un ángel, aunque sea rebelde o caído. Pero este mensaje se queda casi siempre en enigma y música, sin poder fecundar la concreción de la tierra”.
“Y, sin embargo, el único secreto para que el alma no se muera -y no corrompa el cuerpo con su corrupción- consiste en permanecer fieles a la propia juventud. Esta fidelidad se llama genio. Pero pocos hombres fueron verdaderamente jóvenes y ésos, por brevísimo tiempo. El genio consiste en salvar una lengua de aquel fuego y hacer con ella una antorcha que nunca se apague”.
La Historia distingue un tipo generacional llamado generación decisiva. Es la generación que se caracteriza por su espíritu creador. Por este tipo de hombres y mujeres hemos de orar a Dios.
Hombres y mujeres que, partiendo de lo que hay hecho, se empeñen en una profunda innovación del trabajo.
Hombres y mujeres capaces de analizar los cambios habidos en la sociedad española y adaptar el liderazgo evangélico a las exigencias del hombre de hoy.
Hombres y mujeres, en fin, con mente abierta, con visión amplia, con espíritu de sacrificio, con absoluta independencia.
Con los ojos fijos en la montaña de la transfiguración para sentir la cercanía de Dios en la lejanía infinita, y con el corazón clavado a la tierra, donde el gemido del mundo se torna en desesperante llamada de socorro.
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