Cruzar países desconocidos, ver rostros humanos que no guardan relación con nuestro pasado, la soledad, el cansancio, el aislamiento, la frialdad de los hoteles, las carreras por los aeropuertos, los vuelos que se aplazan, otros que se anticipan, la facturación, el control policial, donde has de quitarte hasta los zapatos; el alma del viajero en estas condiciones es siempre un bosque sombrío.
Lo he explicado en otras ocasiones.
Fui por vez primera a Cuba el año 1985. Desde entonces mis viajes a la isla han sido constantes. En ocasiones, hasta cuatro y cinco veces al año.
A lo largo de dos décadas he vivido las transformaciones que se han ido operando en el país. Tras el colapso de la Unión Soviética y, por extensión, de los países del Este de Europa, la economía cubana sufrió una severa depresión. Se inició entonces el llamado período especial, que duró hasta bien entrado el 1995. El pueblo supo en aquél período lo que era escasez y padecimientos. Fue entonces cuando el Gobierno cubano se vio obligado a adoptar nuevas formas de gestionar el turismo para lograr una mayor entrada de divisas. Hacia 1995 se inició una recuperación de la economía, que en el 2007 alcanzó niveles similares a los de 1990. La mejora se debió, en gran parte, a los intercambios comerciales con Venezuela, iniciados a partir del triunfo de la revolución bolivariana en 1998.
En este penúltimo viaje a Cuba en los primeros días de agosto el motivo principal, no el único, fue la celebración del décimo congreso juvenil. Diez años atrás nos reunimos en Matanzas, ciudad situada a unos 100 kilómetros al sur de Habana, los predicadores Ammiel Pérez, Toni Fernández y quien esto escribe. Decidimos organizar un congreso en Matanzas dedicado a jóvenes de las iglesias de Cristo en la isla. El proyecto materializó. La primera cita congregó a unos 80 jóvenes. Año tras año el número de asistentes ha ido aumentando. Este año acudieron 500. Chicos y chicas llegados de todos los lugares de la isla. Toni Fernández y su esposa Liudmila, ayudados por Ammiel Pérez, asumieron la responsabilidad de la organización. Todo resultó perfecto. Durante tres días se impartieron temas de la Biblia, mensajes de inspiración y crecimiento y conferencias sobre temas juveniles. Tuve a mi cargo seis intervenciones de 60 minutos cada una.
El protestantismo está creciendo en Cuba. En la isla viven hoy 12 millones de habitantes. La Iglesia católica afirma que cuenta con 3.500.000 bautizados. De éstos, sólo una cuarta parte acude a las misas regulares. Los últimos datos sobre protestantismo dicen que
las iglesias evangélicas congregan cada domingo a 700.000 personas. Las denominaciones más fuertes son los pentecostales, los bautistas, los adventistas, la Iglesia de Cristo y la misión de Los Pinos Nuevos. Las entidades reformadas, Iglesia Episcopal, Iglesia Luterana, Iglesia Presbiteriana e Iglesia Cristiana Reformada suman entre las cuatro 7.200 miembros.
Se me pregunta con frecuencia si hay libertad religiosa en Cuba. No respondo con estadísticas elaboradas en los grandes centros religiosos de Estados Unidos y de Europa, ni con citas de libros escritos con prejuicios. Respondo desde mi propia experiencia, la mía personal, lo que veo y palpo desde hace veinte años: En Cuba hay más libertad religiosa de la que yo viví en la España de Franco desde 1939 a 1967. Cierto que para predicar en las iglesias el ministro religioso debe entrar con un visado especial. Pero no es el único país que impone este requisito. A mí me lo exigía México años atrás. Una vez en posesión de este visado usted puede alquilar un coche, si lo desea, y recorrer libremente la isla predicando en las iglesias con las que mantiene contactos.
El espectacular crecimiento del protestantismo en la isla, ¿habría sido posible en un ambiente de intolerancia religiosa? El hecho de que el ministerio de Cultura de la isla pague la publicación de un libro escrito por autor protestante y distribuya la edición por las librerías del país, ¿no es ejemplo de libertad y tolerancia religiosa?
A Europa llega mucha información sobre Cuba prejuiciada, parcializada, malintencionada. Yo escribo lo que veo, y no lo que me cuentan. Y lo que veo es una Habana con las calles llenas de automóviles, muchos cubanos en hoteles anteriormente reservados a turistas, las tiendas que sólo venden en divisas abarrotadas de gente de la calle, restaurantes y chiringuitos a lo largo del Malecón abiertos hasta altas horas de la madrugada cuando el tiempo lo permite, mesas y sillas al aire libre, discotecas donde no cabe un alfiler, teatros, grupos musicales aplaudidos por miles de manos jóvenes, gente alegre y cariñosa.
Cuba ha sufrido este mes la furia de dos huracanes. El Gustav y el Ike. Un millón de personas tuvieron que ser evacuadas. Casas destruidas y regiones enteras devastadas. El Gobierno ha tratado de controlar la difícil situación. Varios países, entre ellos España, han enviado aviones con ayuda humanitaria. Ha sido un alivio momentáneo, pero las consecuencias se harán sentir en los próximos meses.
Cuando Protestante Digital publique este artículo de mirada retrospectiva yo estaré volviendo de Cuba, del que habrá sido mi último viaje de momento. He ido con una primera ayuda de 9.000 euros para cubrir necesidades inmediatas y para colaborar con quienes visitan pueblos, campos y ciudades atendiendo a los damnificados.
Dos o tres veces al año voy desde Habana a Santiago en coche de alquiler, 900 kilómetros. Recorro las ciudades, hablo con la gente, mi contacto es con el pueblo, no con los libros ni con los artículos de prensa escritos por quienes desconocen la verdadera situación de Cuba.
La pregunta de moda es: ¿Habrá cambios políticos en Cuba cuando muera Fidel Castro? Dios me ha dado unos pocos dones, pero no el de vidente.
El futuro de Cuba y del mundo está en Sus manos. Es a Él a quien se debería dirigir la pregunta.
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