La falta de éxito en el ministerio pastoral es causa de frustración y de abandono. El hombre que pasa años en una congregación, sin resultados visibles, se desalienta hasta límites depresivos. Su trabajo, convencer a los hombres uno a uno, es largo y tremendamente complicado.
Además, su contacto íntimo con la gente no siempre le conquista autoridad y respeto. Sufre desencantos, tiene que oír críticas injustificadas de parte del pequeño grupo que ha logrado reunir y hay momentos en que los ataques contra su persona son frontales e inmisericordes. Todo ello, demasiado para un hombre que vive en tensión interior por lo que estima carencia de frutos en su ministerio.
El éxito moderno en cualquier empresa se valora hoy por los resultados inmediatos que produce. Todo el mundo tiene prisa. En todos los campos de la actividad humana. Hay que llegar como sea, pero llegar pronto. Ya nadie planta un algarrobo o un olivo. No se puede esperar 40 años para la cosecha. Hay que sembrar en verano para recoger en invierno…
En una sociedad que no espera, que ha perdido las esperanzas, que sólo quiere resultados rápidos y múltiples, el predicador del Evangelio se encuentra desfasado, se siente frustrado. Tal vez porque nadie le ha dicho, o porque no ha llegado a comprenderlo bien, que
en el orden espiritual el éxito no puede medirse por las mismas consecuencias que en la esfera material.
Un cerebro electrónico, guiado implacablemente por la frialdad de los números, diría que el ministerio humano y terreno de Jesús fue un puro fracaso. Murió solo, condenado y abandonado por los que El creía fieles seguidores. Con todo, el grano de trigo muerto produjo una espiga de vida cuyos beneficios continúan floreciendo tras dos mil años de Historia.
Existe otro tipo de crisis que está influyendo, de forma progresiva, lamentablemente, en el abandono del ministerio de la predicación. No se puede decir de todos los que renuncian a la vocación un día sentida lo que Pablo dijo de Demas, que el amor al mundo pudo en él más que el amor a la causa de Dios. No. No es así.
Este segundo tipo de crisis no es de fe; es de humanidad. No es exactamente crisis espiritual, aunque en el fondo algo de esto hay; es crisis de relación con la gente. No conozco a uno sólo de los que han dejado sus responsabilidades pastorales que haya perdido la fe en Dios. Continúan siendo cristianos y acuden a los cultos como simples creyentes para mantener la vida del alma.
En cambio, no aguantan a la gente. Se sienten incapaces de participar en problemas ajenos; se ven desbordados por la irrupción de dificultades en el seno de las familias que componen la congregación; ante los saldos negativos en sus gestiones personales, deciden aislarse del centro de los conflictos.
El pastor no es hombre sólo de púlpito. Si así fuese viviría parte de la gloria en la tierra. Su misión pastoral le exige estar en contacto con la gente, compartir sus problemas.
Aunque no tenga más de cincuenta miembros en la congregación, suponen cincuenta, cien o doscientos problemas que se canalizan hacía él. La gente acude en su busca, jóvenes y mayores descargan las congojas del corazón sobre él, se marchan tranquilos, aliviados, pero los problemas de unos y de otros van minando la capacidad moral y espiritual del predicador hasta querer, como en el caso de los cerdos, despeñarse monte abajo; gritar con Moisés:
"No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía" (
Números 11:14) y abandonar el ministerio.
Esta crisis no es nueva, pero en nuestra época está haciendo estragos entre los dirigentes de iglesias. Y se comprende. Estamos viviendo en una sociedad tremendamente conflictiva y estos conflictos se reproducen en los miembros de las congregaciones. Sobran razones humanas para angustiarse y el pastor vive en el centro de todas las angustias.
Por lo mismo, hoy se requiere del ministro del Evangelio que tenga una fuerte vocación espiritual. Un dentista no puede argumentar que deja la profesión porque le dan asco las bocas. Para sacar la muela hay que abrir la boca, con todo cuanto pueda tener de antiestético. Y un predicador del Evangelio no se entiende sin relación con la gente.
Por muchos problemas que den y por muy difíciles que sean de soportar. Esta es una cruz en la que todo predicador ha de consentir ser clavado si quiere desarrollar un ministerio eficaz.
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