Esta historieta de poca importancia viene a ilustrar una verdad profunda y actual: Los misioneros cristianos cuestan hoy mucho dinero y producen un rendimiento ínfimo. Si pensáramos en la evangelización como una empresa humana y contabilizáramos gastos y producción, a la mayoría de los misioneros les saldría cada convertido por una suma astronómica.
-¿Por qué? A mi modo de ver, y sin rechazar otras razones, porque la filosofía misionera ha dejado de entenderse como una vocación individual y se ha convertido en una sociedad mercantil que incluso reparte beneficios.
¿Me equivoco? ¿Qué son hoy las grandes empresas misioneras, con sus inmuebles de muchos pisos dedicados a oficinas centrales? Todo está mecanizado y automatizado en estas oficinas. Ejércitos de secretarias manejan las fichas con frialdad cerebral. Muchas de ellas no son ni convertidas. Agentes especializados recorren los países y las iglesias para recaudar fondos, con un tanto por ciento de comisión sobre la cantidad recaudada. Secretarios, vicepresidentes, presidentes y enviados especiales viajan de un continente a otro para supervisar, dicen, el trabajo - ¿qué trabajo? – de los misioneros. Hay entidades de éstas que invierten hasta el 70 por ciento de lo que recaudan para los misioneros en actividades burocráticas y ejecutivas, que ninguna vida salvan.
Cuando un predicador nacional decide anunciar el Evangelio en un país de misión, antes de nada piensa en el presupuesto económico. ¿Quién me va a pagar? ¿Cuánto me a pagar? ¿Cómo me va a pagar, es decir, por qué medios va a hacerme llegar el cheque mensual? ¿Tendrá en cuenta el incremento anual del coste de la vida? ¿Estará al tanto de la depreciación de la moneda? ¿Me dotará de un fondo especial para gastos de automóvil, gasolina, colegio de los niños y otros? Sólo si se le promete -en muchos casos bajo contrato- que se van a cumplir estos presupuestos económicos, el candidato a misionero se decide a emprender la salida. Y así ocurren las cosas: Llega a su lugar de trabajo completamente fracasado. No es que fracase en el campo misionero, no, es que ya llega vencido, derrotado al anteponer presupuesto económico a evangelización.
He conocido candidatos a misioneros que han pasado tres y hasta cuatro años recorriendo iglesias, hablando de sus proyectos y pidiendo apoyo económico. Al final de tan angustiosa mendicidad han logrado reunir la cantidad presupuestada mensualmente. Pero al fallar dos o tres de sus sostenedores se han visto obligados a volver al país y comenzar de nuevo el mismo calvario itinerante. Estos hombres no son efectivos en sus respectivos países y menos aún en el campo de misión. Aquí viven con la angustia de que en cualquier momento pueda fallarles el sostenimiento económico y se encuentren desamparados y necesitados. Con sus esperanzas puestas en los hombres que les ayudan, la providencia divina ha quedado relegada a un plano secundario. En estas condiciones es imposible evangelizar.
Tal como yo entiendo la obligación misionera de la Iglesia, misionero debe ser solamente aquel que haya sentido la llamada personal de Dios. Que esté realmente preocupado por la salvación de las almas, que sienta deseos irresistibles de comunicar a otros las bendiciones espirituales en Cristo, comenzando por las personas que tenga más cerca de él. Porque si no es fiel en lo poco, en lo cercano, tampoco será fiel en lo mucho, en lo lejano. Que le salga de dentro del alma el quejido que oprimió en un determinado momento el corazón de Pablo:
“¡Ay de mí si no predico el Evangelio”.
Cuando esté totalmente seguro de su vocación, que se embarque en la aventura misionera, la más maravillosa de todas las aventuras, sin pensarlo más, sin pedir nada, esperándolo todo del Dios que lo envía.
Punto aparte, la experiencia viene demostrando que la evangelización más efectiva hoy no es la que llevan a cabo los misioneros profesionales, sino aquella que se produce a través del contacto personal, de tú a tú.
Además de ser gratuita, es la que finalmente queda, porque está basada en experiencias íntimas, no en esquemas académicos, monótonos, mecánicos y vacíos.
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