Los últimos datos que tengo en mis registros sobre estadística religiosa en el mundo de hoy arrojan estas cifras:
Musulmanes | | 1.600 millones |
Católicos | | 1.100 millones |
Hindúes | | 900 millones |
Budistas | | 700 millones |
Protestantes | | 600 millones |
Ortodoxos | | 220 millones |
Anglicanos | | 110 millones |
Religiones africanas | | 150 millones |
Otras religiones | | 502 millones |
No creyentes | | 800 millones |
Agnósticos | | 300 millones |
Judíos | | 18 millones |
A los 800 millones de personas no creyentes que se calcula que existen se les suponen ateos. La increencia, en pura teoría, es igual a ateísmo. Ateo no es solamente el que niega la existencia de Dios. Ateo es también el que no afirma esa existencia, el que dice que no cree; el que organiza su mundo mental apartando de él a Dios.
¿Son demasiados ateos 800 millones entre 7.000? No lo creo.
La suma total se eleva a siete mil millones, el número exacto de seres humanos que poblamos la tierra.
El agnóstico no niega a Dios, simplemente asegura que no lo entiende, que está demasiado alto para alcanzarlo y conocer sus misterios. La revelación cristiana afirma que del conocimiento del mundo se puede llegar al conocimiento de Dios.
“Las cosas invisibles de él (Dios) –dice San Pablo- su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo” (Romanos 1:20).
Según el apóstol, las cosas creadas, en cuanto son consideradas por la mente, revelan a Dios. Pero el agnóstico se niega a entrar en tales profundidades.
La actitud atea es un fenómeno antiguo. Es una teoría, nada más, una justificación de la existencia desligada de toda trascendencia espiritual.
El francés Georges Minois, profesor de Historia del pensamiento religioso, publicó años atrás un magnífico libro titulado “HISTORIA DEL ATEÍSMO”. Minois realiza un profundo análisis de las ideas ateas, estudiando su evolución desde la Grecia Antigua hasta nuestros días.
Aún cuando el libro de Minois es excelente, su autor debió retroceder en el tiempo. Quienes leemos la Biblia sabemos que siglos antes de que Platón naciera, la historia escrita en la Palabra inspirada no desconoce el ateísmo.
En la Biblia destacan dos formas de ateísmo. Un ateísmo secular, por llamarlo de alguna manera, el ateísmo de quien niega la existencia de Dios o aún admitiéndola quiere prescindir de El, y el ateísmo religioso, muy de moda en nuestros días, que consiste en la identificación con una determinada creencia religiosa, pero vivir como si Dios no existiera. Un ateísmo religioso.
El ateísmo secular está ejemplificado en dos textos de los Salmos y en una breve referencia de Jesucristo.
En el primer versículo del Salmo 14, escrito por David en el siglo XI antes de Jesucristo, leemos:
“Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1).
Necio, en sentido bíblico, es todo aquél que se aparta de Dios o que nunca ha creído en Él. La expresión es una constante en la literatura del Antiguo Testamento. El salmista refleja el pensamiento del ateo, quien niega enfáticamente la existencia de Dios: “No hay Dios”, afirma.
En otro Salmo, el segundo, el ateo siente a Dios como una pesada carga de la que es preciso librarse. Al igual que en la genial obra de Samuel Beckett, “ESPERANDO A GODOT” el ateo se siente amarrado a Dios y grita:
“Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas” (Salmo 2:3).
¿Estará aquí el origen de la teoría filosófica y teológica sobre la muerte de Dios?
Nuestras desgracias, ¿no provendrán de ahí, de que no queremos estar atados a Dios? ¿Acaso sus cadenas, sus cuerdas, no son cuerdas de amor como aclara el profeta (Oseas 11:4)?
En un capítulo muy conocido del Evangelio escrito por San Juan, Jesús alude al ateísmo en un sentido amplio, universal, que supone la ausencia del conocimiento de Dios: “
Padre justo: el mundo no te ha conocido” (Juan 17:25). Cerrado en su propia culpa a la revelación divina, el mundo se niega a admitir la existencia de Dios.
La otra forma de ateísmo que encontramos en la Biblia está muy presente en la sociedad del siglo XXI. Son los sin Dios, tan mencionados en el Antiguo Testamento. Los sin Dios no son ateos teóricos, sino prácticos. Tienen y mantienen creencias religiosas, pero en su modo de vivir marginan a Dios. A través del profeta Isaías Dios denuncia esta insinceridad de fe:
“Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mi” (Isaías 29:13). Cristo aplica la misma culpa a los religiosos fariseos de su tiempo (Mateo 15:7-9).
Muchas personas tienen la sensación de que en el mundo de hoy cada vez son menos las personas que creen en Dios y que aumenta el número de ateos. Sin embargo, el fenómeno del ateísmo no es nuevo, es de siempre. Eva y su hijo Caín pueden ser razonablemente incluidos en la clasificación de ateos religiosos, o religiosos ateos. Un discurso en torno al ateísmo se reduce a eso, y nada más que a eso: La disertación acerca de un fenómeno humano que siempre ha tenido a Dios en el centro de su guerra particular.
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