La pasión de Jesucristo propiamente dicha empieza con la institución de la santa cena y sigue con la agonía en Getsemaní. Pero Jesús fue varón de dolores desde el nacimiento, desde la infancia.
Padeció los dolores de la emigración. En realidad, Cristo fue un emigrante que dejó la patria celestial para vivir en un mundo totalmente diferente. Pero ya en la tierra, siendo niño, los padres se ven obligados a emigrar a Egipto para salvarle la vida.
Padeció los dolores del rechazo. Jesús desaparece de la escena pública cuanto tenía 12 años. Reaparece en la ribera del Jordán, cerca de Betábara, donde el bautista ejercía su ministerio, contando ya 30 años. Con la natural emoción de quien retorna al lugar de su infancia, Cristo viaja a Nazaret. Allí, los que habían jugado y crecido con El
“le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle” (Lucas 4:29).
No sólo fue rechazado por los habitantes de Nazaret, también le ignoraron sus propios hermanos. Por Mateo 13:55-56 sabemos que Jesús tenía cuatro hermanos y al menos dos hermanas. El evangelista cuenta que
“ni aun sus hermanos creían en El” (Juan 7:5).
Padeció los dolores del abandono. Rechazado por los habitantes de la ciudad donde había nacido y por sus propios hermanos, Jesús hizo del grupo de seguidores su propia familia. Cuando les explica las duras condiciones del discipulado,
“muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:66).
Padeció dolores del alma. En el huerto de Getsemaní Cristo dice a tres de los elegidos que su alma estaba
“muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:36-39). Decía San Agustín que los dolores del alma son más fuertes que los dolores del cuerpo. En aquellas horas del huerto, a las que hemos de acercarnos de rodillas, Cristo dice literalmente: Me muero de dolor. “Me rodearon ligaduras de muerte” (Salmo 116:3).
Padeció el dolor de la soledad. Para el francés Honorato de Balzac, de todas las soledades, la soledad moral es la que más espanta. Cristo padeció esta forma de soledad. Cuando se levanta de tierra, donde había estado orando al Padre, y acude al encuentro de los tres discípulos que se hallaban cerca de El en el huerto del dolor,
“los halló durmiendo y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” (Mateo 26:40).
Padeció el dolor de la traición. Si el dolor de la soledad sobrecoge el corazón, el dolor de la traición parte el alma en dos mitades. El traidor ahoga a la persona abrazándola. O con un beso, como hizo Judas. Con palabras impregnadas de dolor, Cristo le dice:
“Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:47-48). Milka Waltari, el famoso autor de SINUÉ EL EGIPCIO, afirma que “el único dolor real es el de la traición”.
Padeció los dolores de la humillación y el prendimiento. Como si hubiera sido un malhechor peligroso, acuden a prenderle
“con espadas y palos”, cuando le habían tenido todos los días en el templo enseñando. Probablemente le atarían las manos a la espalda. A El, que siempre miró de frente a todos. ¿Puede concebirse el dolor de Jesús al verse humillado y tratado tan vilmente?
Padeció los dolores de dos juicios injustos. Jesús no fue encarcelado después de ser prendido en Getsemaní. Antes tenía que ser sometido a juicio. Primero fue el tribunal presidido por Caifás quien le juzgó. Lo declararon reo de muerte (Mateo 26.57-66). Luego lo llevaron ante Pilato. El primer juicio fue judío. El segundo romano. Pilato
“le entregó para ser crucificado” (Mateo 27:26). Esta es la opinión de Víctor Hugo: “Juzgar a los hombres es ya una labor que asusta, pero juzgar a un inocente es una ignominia por el dolor que inflige”.
Padeció los dolores de la burla. Quienes prendieron a Cristo lo trataron sin respeto alguno. Se burlaron de El como pudieron haberse burlado de un malhechor convicto. Así lo cuenta Lucas:
“Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de Él y le golpeaban; y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban diciendo: profetiza: ¿quién es el que te golpeó? Y decían otras muchas cosas injuriándole” (Lucas 22:63-65).
- Padeció los dolores físicos. No sabemos si los dolores físicos fueron más intensos que los dolores del alma. En las seis horas que permaneció en la cruz llegó al paroxismo del dolor.
- La corona de espinas clavada en la cabeza.
- Los clavos en la carne viva.
- Los azotes al cuerpo.
- Cuando le vieron muerto, el costado traspasado por una espada.
- En la cruz Cristo dio un ejemplo de resistencia al dolor.
- Padeció dolores espirituales. “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).
No. El Padre no le había abandonado. Estaba a su lado. Siempre lo estuvo. Instantes antes de morir, lo invoca:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas23:46). Pero en aquellas circunstancias el alma de Jesús gime, espiritualmente dolorida. Siendo Dios, se queja como simple hombre de creerse abandonado por Dios. El misterio nos invade siempre.
El varón de dolores que contempló el profeta Isaías seiscientos años antes de que los acontecimientos ocurrieran, sufrió todas las formas de tormento. Nos haría bien meditar en ellas en estas fechas del calendario cristiano. Cristo redimió al mundo con sus dolores y su sangre. La virtud hay que buscarla, en último término, no solo en la voluntad del Padre, sino también en la obediencia y el amor de Jesús.
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